No hay duda de que somos una sociedad violenta, mucho más de lo que aquellos que nos gusta la paz -que casi somos todos- nos agradaría, pero la vida es así.
En un país como España, donde la violencia en la calle tiene un nivel todavía bajo -y que dure-, notamos la subida de la violencia, de la llamada doméstica, de la interpersonal, de la delincuencia en sus diversos grados …. En cierto que no alcanza el grado de violencia que se ve en otros países. Pero parece que queremos ser como los otros, y en este caso, valía la pena no copiar, pero no es copia, es sencillamente una consecuencia de la violencia social y económica.
Donde la explotación aumenta, la violencia aumenta, porque la explotación es violencia. Si tienes asegurados tus empleos, un salario bajo, pero digno, y unas condiciones regulares, pero estables de trabajo, la violencia también es más que soportable. Pero si los empleos son precarios, los salarios están más que ajustados y a veces, la mayoría, son indignos, y tus condiciones y tus jornadas de trabajo son insufribles, la violencia se desata. Porque ahí está la raíz de la violencia. Habrá otras razones estructurales o hasta puede ser que genéticas, pero eso es el nivel básico, a partir de ahí, la violencia aumenta cuando aumenta la explotación.
Claro que las manifestaciones no son una respuesta directa de los explotados, sino de los marginales entre los explotados, algunos que hasta tal vez no han sido nunca o pocas veces explotados, pero que de alguna forma “responden” a la violencia estructural de las instituciones y organizaciones, mediante una autoexclusión del plano de lo legal. Les parecerá extraño este razonamiento, pero si lo miran con detenimiento, es probable que coincidan conmigo.
Porque, en último extremo, una sociedad con precariedad estructural, con salarios de supervivencia o aún por debajo, y unas malas condiciones de vida y de trabajo, es una sociedad que genera mucha marginalidad. Y sino, miren para USA, que aún en sus mejores tiempos ha tenido unas amplias capas de marginalidad que no han estado ni siquiera dentro del sistema, y que pululan por las ciudades -a escondidas, claro, porque pueden ser detenidos por vagos, pero existen, como decía Harrington, hasta más de un 20% de la población marginalizada-.
Europa ha tenido menos nivel de marginalidad, porque hemos convenido socialmente -aunque los gobiernos actuales están reculando también en esto- que valía la pena disponer de unos niveles mínimos de seguridad para las clases desposeidas, con lo que la marginalidad, sobre todo, en los países centrales, se ha visto más que limitada. Sin embargo, el neoliberalismo ha jugado un papel contrario a todos estos intereses de reducir la violencia y la delincuencia. Ellos, los que lo tienen todo, parece que se sienten muy protegidos por sus “policías”, sus “guardaespaldas” añadidos, sus viviendas fortificadas, sus despachos a prueba de secretarias y guardas jurados, y tal vez por eso no sientan la importancia de su violencia como generadora de violencia en la calle -que probablemente ni siquiera pisan-. O tal vez tengan tanto miedo por poseer lo que poseen, y tanto miedo a que se les quite o robe, que están prisioneros de su propia incapacidad.
La famosa Thatcher (literalmente “qué querido”) empezó en Europa a “regenerar” marginación y lo hizo a conciencia, sin ningún tipo de escrúpulo, por “conviccion” ideológica, eso dicen. Hay muchos seguidores y seguidoras de esta doctrina, que no era más que el renacimiento de aquella de principios del XIX en la que “el que no trabajaba es porque era un vago” y había que perseguirlo por antisocial. Y han ido aumentado, por desgracia. Y por supuesto, han ido generando espacios de marginalidad cada vez más grandes, y cada vez más organizados para la delincuencia. Es probable que las mafias nunca hayan tenido unas épocas tan gloriosas como ésta.
Total, que al final la violencia estructural, la violencia del sistema, acaba llevándonos a la violencia en la calle, y de esta a los terrorismos, a las mafias, a la marginalidad, a las drogas a “go-go”, a la falta de consistencia ética, y a otras muchas barbaridades propias del conflicto y de su necesaria “espita” para, al menos, compensar el problema, y sin duda, por otros distintos a los que son explotados, y por tanto, propiamente con otros que también pueden encubrir a explotadores. Violencia estructural o del sistema, grupos violentos organizados, violencia social y marginalidad …. es lo contrario de lo que necesitamos. Pero el sistema es el sistema, y no parece fácil por ahora cambiarlo.
Todo ello, según va aumentando, acaba rebasándonos tanto, como sociedad a la defensiva, que acabamos pidiendo más protección, más policía y hasta menos libertad, si es necesario. Es difícil protegerse de un aumento tal de la violencia, a menos que reduzcamos la violencia estructural, que es el determinante de una buenísima parte de la violencia social y política. Pero claro, la violencia estructural es “sagrada”, porque de ella dependen -dicen- “los empleos, aunque sean precarios”, “los salarios de supervivencia”, “los niveles de consumo, que si bajan pueden afectar negativamente al sistema”, “el aumento del crédito para adelantar los salarios que no te pagan, y que se supone alguna vez cobrarás” y sobre todo, los beneficios que son los que permiten al sistema reproducirse y que las casas de los ricos se fortifiquen mejor y la Ferrari pueda seguir vendiendo coches.
La pescadilla que se muerde la cola. Tendremos que aguantar con el crecimiento exponencial también de la violencia.
Por cierto, también las palabras pueden ser muy violentas.