Hace tres años aseverando mi idea de que los cambios no son buenos en sí mismos, sino que las cosas tienen que evolucionar a partir de una reforma y contraste continuo, de lo que se ha dado en llamar mejora continua, aprendizaje continuo, formación continua.

Parece que no, pero ha pasado “mucho tiempo”, y ha aparecido nuevamente la idea de “change”, como ganadora de las masas democráticas, esta vez en manos de otro político de nuevo cuño, de Barack Obama. Esto no significa que las cosas vayan a cambiar, sino que necesitamos de esas imágenes para superar la continua frustración -y esta si que es continua- en que nos movemos, que finalmente acaba convirtiendo nuestras pequeñas neurosis en perpetuas y ampliadas un día sí y otro también. Que alguien nos proponga el cambio parece que “nos cambia”, y aunque no sea más que un placebo socio-político, pues funciona, funciona para inspirarnos nuevas alegrías y utopías.

Saben mis lectores que no me gustan las utopías, me parecen fuera de contexto. Una cosa es tener horizontes, saber adonde queremos ir, y otra es idealizar lo que queremos hacer o llegar. Ese “change”, como el “cambio” de Felipe González o el mismo de Aznar, son idealizaciones, idealizaciones que sirven como marketing, que sirven al marketing político y que “producen” ganadores. Pero nadie nos va a dar el cambio que deseamos. Ni siquiera la lotería -supongamos que ganamos, y ¿en qué cambiamos?, para peor, porque nos acostumbramos a la suerte y esperamos que nuevamente “alumbre” nuestro camino, ¡chorradas!-, tampoco los mensajes políticos. Son, como dicen los psicoanalistas, “como si”: “como si pudiéramos tener cambios”, o hasta “como si fuera realmente posible el cambio”. Porque una cosa es lo que anhelamos y otra muy diferente lo que nos prometen y lo que es posible.

Si queremos cambio, si queremos innovación, hay que currársela, hay que trabajarlo, hay que llegar a partir del autodesarrollo, del compromiso, de la responsabilidad, de la cooperación, del intercambio, del desarrollo de nuestras competencias, de nosotros mismos.

Sólo nosotros podemos cambiar las cosas que no nos gustan. Los otros, como mucho, lo harán a su favor o en su favor, o se olvidarán de lo que nos han prometido. El cambio o es interior o no es cambio. Y a eso yo le llamo autodesarrollo o autogestión. Y ….. les aseguro, es más que posible.

Sólo se requiere necesidad realmente sentida, voluntad, y método.

La necesidad ha de vivirse, ha de ser en uno mismo, es casi preciso sentir el cabreo de lo que nos rodea, indignarnos, indignarnos con amplitud, sin ambages, o sufrir de la escasez, de la miseria extrema, de la pobreza de cosas y de espíritu, …….

La voluntad sale del esfuerzo continuado, que nos hace enfrentarnos a las dificultades convirtiéndolas en oportunidades, de la superación -no para ganar a otros, sino para ser más uno mismo-, pero sobre todo, de una competencia actitudinal de primer nivel, el esfuerzo, el trabajo, el gusto por hacer las cosas bien hechas, la perseverancia en el propósito y sobre todo, saber que más que por nosotros, trabajamos para los demás, por los demás, por el otro, porque como dice bien Sabato: “es el otro el que nos salva”.

El método se aprende a partir de la experiencia misma, o con ayuda de quiénes han llegado a él no sólo con la innovación científica sino y sobre todo, con el “know how” propio del sentido común, convirtiendo lo técnico y gnoseológico, en vital y experiencial, en un método que “nace de nosotros mismos”.

Tres ingredientes a los que hay que sumar un cuarto, también muy necesario si se tienen los otros tres, y que a su vez supone una antesala de ellos, la sensibilidad. Yo la imagino en las yemas de nuestros dedos. Tenemos que sentir lo que ocurre, no sólo hacerlo cuando estamos impactados por la desgracia propia o ajena, sino cuando sentimos al otro, sentimos la “montaña de la pobreza”, como un horizonte que es preciso variar, que requiere de esfuerzo y trabajo y que no podremos conseguir nosotros solos, sino acompañados con la mayor cantidad de personas posible, sobre todo con aquellos que han de acabar superando los obstáculos actuales, los mismos que viven más intensamente esa escasez, esa miseria, esa injusticia.

Porque no dudo que esa distribución es injusta, que las cosas no se distribuyen con igualdad de oportunidades, que existen muchas, pero muchas injusticias en el mundo, y que entre todos, tenemos que hacer un esfuerzo no tanto por superarlas, como por regenerar el tejido social y las personas y grupos que las integran y hacer posibles así múltiples y diversos espacios de vida, que llamaremos espacios de innovación, que nos permitirán a partir de la intercomunicación y de la cooperación, superar los problemas, abordándolos como problemas, sin evitarlos y mejorar el estado de la distribución de la renta y de los bienes para todos.

Este también es mi deseo, pero no sólo es mi deseo. Es mi convicción de que es posible, siempre que sepamos movilizar/dinamizar y hacer autoresponsables a los grupos sociales que más intensamente necesitan modificar su “punto de partida”.

Disponemos de método, ya testado y que funciona; disponemos de voluntad y ganas de trabajar. También es evidente que es el momento de cambiar las cosas, la indignación social, acentuada por la peor distribución que se derivará de esta nueva gran crisis económica y social, nos va a permitir movilizar a muchas conciencias para responsabilizarse de su propia emancipación económica y social. Y por supuesto, tenemos sensibilidad y experiencias como para saber, porque lo hemos vivido, que tenemos que hacer las cosas por los otros y para los otros, que nuestra mejor aportación será DAR, y que sólo dando, es decir, aportando a los demás lo que tenemos, será posible que todos nos des-alienemos de este sistema injusto, incapaz, explotador y excesivamente primario. No nos lo merecemos como seres humanos, no, no nos lo merecemos.

Pero para cambiarlo, tenemos que movernos, que construir recursos asociativos y cooperativos, que fomentar los grupos no sólo de análisis y diagnóstico, sino también de acción, de action-research, de innovación permanente. Las cosas que consigamos serán primero para el otro, y luego también para nosotros mismos. Si todos actuamos en esa línea, las cosas serán de otra forma, y no necesitaremos más pensar en “changes”-mensajes políticos y despertar en nosotros lo peor de nosotros mismos, aquello que nos lleva a soñar en vez de a cambiar. Nuestros sueños serán perfectos si el cambio está en nuestras manos, y se hace solidariamente para todos.

Innovación social

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