Ya sé que mis amigos brasileños estarán tristes con la eliminación de la Copa del Mundo, pero yo creo que les servirá para aprender, sobre todo, que un grupo no se hace de la suma de «einsteins», sino de la mezcla de heterogeneidades y diferencias.
Brasil siempre ha sido la mezcla. Ahora el cocktail no salió bien, porque no se puede hacer una caipirinha mezclada con un mojito y con un «cuba libre», sencillamente no funciona. Y esa es la primera enseñanza: no hubo mezcla, es decir, no hubo grupo. Le pasó a Brasil lo que ha pasado en los últimos años con el Real Madrid, demasiado «galácticos» todos. Sin humildad, nada. Sin escasez, casi nada. Sin estímulo de superación, casi nada. Cuando te lo dan todo, las cosas no funcionan como debieran.
El punto de partida es la realidad, y la realidad nos induce a situaciones de escasez, a necesidades sin conseguir. En cuanto «nos hacemos o sentimos ricos», malo para la innovación. Brasil es un país que se mueve más en la creatividad que en la innovación, y eso convierte en su comportamiento en más errático, en menos previsible.
Ganó Italia que es la «madre» del diseño, de la innovación. No olvidemos que los etruscos fueron de los primeros pueblos en Europa que «ganaron» la tierra mediante la agricultura. Es curioso que sobre esa Etruria se haya forjado la Emilia-Romagna. Una Italia llena de necesidad de demostrar que no eran lo que les decían ser. Una Italia llena de sentido común, de trabajo y esfuerzo, de conjunción, de refuerzo mutuo. Una Italia sorprendente en algunos momentos, en otros siguió siendo la Italia de siempre, la Italia que sabe conservar su patrimonio, que sabe que ese es el espacio sobre el que es posible innovar. No siempre ha sido así, porque muchas veces Italia «no ha tenido que demostrar nada». Esta vez si. Brasil no tenía nada que demostrar, todos lo admirábamos sin peros, hasta que fue apeada penosamente por Francia.