Sergio es uno de los muchos grandes alumnos que he tenido. Sergio ahora hasta lleva su propia empresa, después de trabajar en una empresa puntera del sector que dirige precisamente otro de los alumnos de mi Magister en la Complutense: Nilo de Crambo.
Sergio reproduce un artículo, sinceramente estupendo, sobre la necesidad de llegar a funcionar y a sonar como una gran orquesta sinfónica cuando nos deleita con una sinfonía. Le he comentado, precisamente en Linkedin, en su cuenta y en ese post el asunto. Así:
Muy adecuada la similitud …. difícil por otra parte de conseguir …. es precisa mucha disciplina o autodisciplina y profesionalidad para conseguir esos sonidos tan netos como los de una sinfonía bien tocada. Pero es un buen horizonte, un horizonte de «por vida», de esos a los que casi nunca se llega, aunque si uno es testigo alguna vez de algo parecido, lo reconoce inmediatamente. Es como la comida de cuándo eras pequeño, reconoces su sabor y cuándo lo encuentras en tu casa o en algún restaurante, de pronto, dices: «¡Coño! Esto es lo que siempre busqué». Puede ser que el mundo de la gestión y dirección no pueda ser tan exacto porque así como un médico necesita formarse durante casi quince años para empezar a ser un buen médico, los gestores pasan por una escuela de negocios, la mayoría de las veces de tercera -podríamos recordar al mismo Urdangarín, por estar de actualidad- y en un tiempo pequeño «se creen» que son lo que no son, cuando sabemos por experiencia que formarse para dirigir a lo mejor precisa de más años que los de un médico y unas prácticas casi equivalentes, para realmente ser un buen director, un buen empresario o un buen gestor.
Pero ya sabemos entre otras cosas, que:
a) el sistema capitalista está siempre de prisa y con urgencias, con lo que «no hay tiempo» ni probablemente ganas de formarse; y
b) ser empresario, director o hasta gestor conlleva una posición de poder, y cuándo uno está ahí arriba, en la columna, está en gran medida imposibilitado de ver el medio o abajo, la realidad misma, no ve más que la sombra de sí mismo, y ese «no ver» le puede llevar fácilmente a ejercer de poderoso en lugar de ejercer de buen profesional.
Por esas dos razones, entre otras, es tan difícil ser un buen empresario, un buen director o un buen gestor.
Por otra parte, si superásemos esas contradicciones intrínsecas, podía surgir una tercera que suele ser la puntilla: en un mercado capitalista «hay que hacer lo que hay que hacer» y si haces otra cosa, normalmente pierdes la batalla de tu supervivencia. Por tanto, no le pidamos a los empresarios que sean héroes, sino no más de lo que son: «representantes objetivos de categorías económicas y del mercado-dios que los neoliberales han convertido en nuestra obligada adoración».