La concentración de liderazgo en los partidos políticos (Secretario General del Partido y Presidente del Gobierno, o Presidente del partido y líder de la oposición) conlleva un montón de inconvenientes, aparte lo atrasadito que resulta esa gran concentración y centralización del poder ….. y la extrema dependencia de todos los demás de esa circunstancia, lo que lleva a que un ministro diga que «eso solo lo puede decidir el presidente», o que uno del aparato tenga que eludir las preguntas porque «no tiene respuesta» (sic).
Ocurre en muchos países del mundo, pero en otros no. El nuestro se ha apuntado, tal vez por razones históricas -ser más papistas que el papa-, a este modelo, que está no sólo desfasado, sino que produce una gran cantidad de dificultades en su gestión, como todo modelo excesivamente jerarquizado. Ahora, se plantea un tema curioso. El candidato del PSOE propone al electorado una política altamente contradictoria con la que propugna su presidente de gobierno y secretario general, contraditio de la que difícilmente saldrán con vida. Ya lo indicaba Naredo el otro día en Público.
Este gran defecto está altamente vinculado al excesivo poder que tienen las cúpulas de los partidos y los aparatos mismos de cara a las elecciones, ya que no se vota un candidato, sino una lista cerrada, que nace normalmente de las buenas o malas relaciones que cada uno tenga con el sistema hiperjerarquizado en que se mueven.
En este momento, la contradicción se hace totalmente evidente ….. y esto es debido no a que Rubalcaba piense mal o bien, sino que es incoherente con la política del gobierno del que ha sido vicepresidente durante los últimos años. Pero si miráramos al otro lado, veríamos que en el caso Gurtel y en otros muchos, situaciones singulares y contradictorias, nacidas de esta contradicción in terminis.