Así es, la educación pública está siendo sistemáticamente asaltada por el sistema y su ideología neoliberal. Y esto no es nuevo, ahora sencillamente asistimos a la parte más económica del proceso, aquella en que los recursos escasos se harán escasísimos o tan reducidos que «a la educación pública no la va a conocer ni la madre que la parió», aunque ya en parte es irreconocible, y en algunos sitios, ni siquiera ha llegado a ser reconocible de manera suficientemente evidente. Me explicaré.
Lo primero es lo que ahora ocurre, se cercenan recursos y se cercenan, pues, posibilidades y oportunidades y materias. Geografía e Historia, Ciencias Sociales son materias que ahora se consideran «innecesarias», como lo fue el latín hace años o asi. Lo cierto es que poco a poco nos acercamos a que lo único que hay que estudiar y reestudiar es lectura, saber escribir y las cuatro reglas. Todo lo demás, para el sistema, es superfluo. Y no es de extrañar, dada la tendencia jerarquizadora acentuada, dado la robotización de los puestos de trabajo, dada la tecnología disponible, ….. ¿para qué más? Y digo yo, en la m edida en que las enseñanzas en general se simplifican, es más fácil para la educación privada competir, porque en ese campo es en el que se mueve, no en el de pensar y hacer pensar, vivir y aprender a vivir, sino en el de dar resultados y aprobar, siempre que se conserven los «principios fundamentales» y «valores» del sistema capitalista vigente, bien sea directa o indirectamente.
La enseñanza pública da razones para que le resten recursos: ha ido perdiendo energía y sobre todo, vocación. Es más conservadora de lo debido, tal vez porque sus profesores y maestros son menos maestros que lo eran. Está más burocratizada y unificada, lo cual resta componentes de libertad, y sobre todo, se ha anclado en formatos anticuados, que tal vez no lo fueran en un pasado, pero ahora «aburren» hasta a las piedras. Y lo peor, la gran guía de la mayoría de las enseñanzas en el nivel medio y en el universitaria son unos libros/apuntes, que sirven para que el profesor siga fehacientemente una materia sin salirse casi ni una coma del texto. Y eso no es hoy, es antesdeayer.
Pero resulta que la educación pública es la única que lo intenta, la única que investiga, la única que se preocupa algo por la formación más amplia y la libertad de sus alumnos, la que es más abierta y menos disciplinada, la que puede aburrir menos. La privada es como un ejército, y sus profesores no están igual de preparados, sino más bien ideologizados por el privado en particular. Y el que no esté de acuerdo, se va. Dado el nivel medio del profesorado en la enseñanza privada, bastante bajo, y estoy hablando de nuestro país, no es de extrañar que se fijen en la vertiente de disciplina, de trabajo constante y de consecución de buenos resultados, expresados en notas y accesos a la universidad.
La educación pública está en peligro, porque es costosa, y también porque sus formas no han evolucionado. O si lo han hecho, ha sido a peor. Los niveles de los profesores han bajado considerablemente, y la libertad ha acabado entendiéndose en muchos casos como «hacer lo que a uno le de la gana».
La educación pública tiene una opción que no puede tener la privada: cambiar sus formas, hacer que la educación sea más participativa, más grupal, más ligada a la acción y a la investigación, más de sentido, de aprender lo que significan las cosas, de experimentarlas, ……. esa es la opción, también la que planteo en mi libro «Manifiestos para la innovación educativa». Es difícil, pero sería una tarea bonita y revolucionaria.
Los neoliberales dicen: hay que reducir los costes sociales, es preciso bajar los costes salariales, es preciso bajar los presupuestos de gastos sociales, es preciso buscar lugares donde hacerlo: y uno de ellos es la educación pública, y la red de documentación y biblioteconomía, porque además, ¿para qué vale, sino para generar descontento? No sólo no podemos darles trabajo, porque no necesitamos que sepan, sino sólo que repitan y sean subordinados a nuestras directrices, sino que no tiene ninguna utilidad lo que estudian, nada más que estamos formando a gente que protesta ….. y eso no conviene …. no, hay que reducir la educación pública, que es realmente la más conflictiva. La privada está enfocada hacia nosotros, a resultados, es un proceso más alienante y domesticado, esa gente no produce problemas y además, paga lo que recibe, o sea que no hay problema. El problema son los que están subvencionados, los que pagan nada más que una parte de lo que reciben ….. es claro que la política es reducir la financiación, como ya venimos haciendo, y poco a poco, el sistema irá decayendo, haciéndose viejo, deteriorándose en calidad …. eso es conveniente, pero no que al final haya que pagar por esa mala calidad de enseñanza. Qué sólo estudien los que tienen dinero y los que lo necesitan …. es un buen plan .. y si no lo impedimos, ocurrirá, en realidad, ya está ocurriendo.
La educación pública ha ido sistemáticamente domesticada. La obligatoriedad hasta los 16 años ha hecho mucho automáticamente para reducir la calidad, pero también la selección de profesores, y los formatos tan unificados de programas en cada curso y para cada edad. Por otra parte, las escuelas normales, de profesores, no han avanzado suficientemente en la introducción de la participación. El alumno sigue demasiado alejado de sí mismo y de los demás …. y consecuentemente del profesor. Si el profesor hubiera mantenido un nivel similar, las cosas hasta podrían haberse paliado, pero lo cierto es que ha bajado de nivel. Además, los programas se unifican, y al tiempo, se simplifican. Se tiende a enseñar más ralentizadamente, sin contar con los ritmos que puede alcanzar un alumno cualquiera, sino evitando la tensión en el aula, reduciendo la exigencia y llegando así a un bajo nivel de calidad efectiva.
Además, la educación pública está cada vez más cerca de una posición «no ideológica» en general, y con eso me remito a que no hay una orientación general hacia el cambio, hacia el saber, hacia el pensamiento, sino que todo se ha mezclado de manera superlativa. Esa pérdida de identidad de lo público, también ha acudido a la escuela y a la universidad, no teniendo un horizonte de búsqueda que la haga motivadora. No ocurre así con los principios simplones del mundo privado, donde la orientación es clara y casi siempre coincide en todas sus aulas. No estoy demandando una educación ideológica, sino orientada, sabiendo adonde se quiere ir. Por ejemplo, orientarse al saber, a impulsar y motivar un aprendizaje basado en el amor a aprender ….. es una forma implícitamente ideológica, pero no explícitamente, que puede parecer hasta objetiva, y ayudaría a profesores y alumnos a tener un sentido de lo que hacen …. e impulsar sus iniciativas. Pero en la mayoría de los casos no es así. Sólo ideologías políticas que están en la mente de cada profesor, pero no en el sentido de la educación pública. Y eso también se debe a una sociedad con menos sensibilidad hacia el futuro, que tiene que vivir urgentemente un presente que todos los días se modifica, que agobia y que evita que pienses más allá. También unos políticos que no son capaces de hacer su labor de liderazgo y se mueven por encuestas en lugar de por convicciones. Y unos padres que les pasa lo mismo. Resultado, los profesores hacen lo que ya está en la cultura dominante …. y los alumnos no están motivados para estudiar por estudiar …. porque no son inducidos a ello por nadie o por casi nadie.
La educación pública necesita una gran revolución, una revolución en sus formas que llevará también a una revolución en los contenidos. Las formas hay que transformarlas en más participativas, dentro y fuera del aula; los contenidos irán transformándose según se vaya alcanzando una mayor libertad de acción y de ganas y motivación por parte de unos alumnos que pueden disfrutar de un espacio de aprendizaje más abierto.
El punto básico de la revolución en la educación pública es el énfasis de lo que es importante. Hoy en día lo importante no es una buena lección, sino un espacio donde el alumno, los alumnos, puedan participar activamente y construir su propio proceso de aprendizaje. El profesor a través del gesto y del apoyo, puede conseguir que el alumno se oriente a sí mismo y a los demás con los que trabaja e investiga. Los alumnos son así el eje de este espacio de aprendizaje, el eje sobre el que gira todo el asunto. Los profesores dinamizan el espacio, le dan sentido metodológico y conocen adecuadamente no tanto las respuestas, como las formas de interacción que permiten que los chicos «lo hagan todo» o casi todo.
Cualquier, y repito, cualquier sistema de evaluación lleva implícito un sistema de control. Y el control es contraproducente con la necesaria libertad de acción y de búsqueda de los participantes, es decir, de los alumnos. Preocuparse por el control es como preocuparse porque el chico no aprenda, ni tenga interés en aprender. Todo, por desgracia, se acaba enfocando al control y a la nota, en vez de al aprendizaje y a la motivación consiguiente, el amor a aprender y a pensar y reflexionar.
Las aulas tienen que cambiar de formato. El formato actual induce a la jerarquía y a la falta de intercomunicación entre los participantes-alumnos, lo que hace que dejen sus relaciones para espacios en el afuera, en lugar de corresponsabilizarse de sus aprendizajes y de sus avances.
Espacios continuos, espacios interrelacionados, espacios virtuales y reales, también interconectados, ….. ya no es posible romper los espacios, clasificarlos, diferenciarlos, fosilizarlos. Es preciso abrirlos, fusionarlos, darles sentido global, mantenerlos en constante y continuo cambio y transformación: un sistema de transformaciones, un sistema vivo, un sistema complejo, un sistema no lineal, un sistema que se transforma y autorregula a sí mismo.
No podemos perder el sentido global de la educación, el horizonte que se busca, hacer que los jóvenes nos sucedan superándonos o al menos, pudiendo hacerlo. El objetivo de la educación no es la integración, la alienación social, sino el desarrollo de las capacidades de cada uno, de su capacidad para ser libre, para sentir al otro, para comprender lo que ocurre y por qué ocurre, y a proponer formas para superarlo.