Don Rafael era la Academia Vidal. Estaba en la plazuela de la Paz en mi barrio. Estuve allí desde los siete años hasta los diez, ingresé en Comercio, y luego fuí a la «pasantía» por la tarde, hasta los quince años. Por tanto, durante muchos años Don Rafael fue mi maestro, un gran maestro. No puedo imaginarme cuantos estábamos en la escuela, pero creo que llegaríamos a los sesenta o tal vez más. La mayoría de los pupitres eran para dos alumnos, aunque había alguno para tres. Se ordenaban hacia el estrado del profesor, donde había una mesa, siempre llena de libros, como aparecen en las películas de la época. La escuela estaba «rodeada» por mapas: había uno de cada continente más uno de España.

¿Es una pena no acordarme de los nombres de mis compañeros, sólo de algunas de sus caras o de sus comportamientos? Era complicado sin duda convivir con chicos de otra edad, pero también era muy enriquecedor, mucho más en mi humilde opinión, que hacerlo con los de tu misma edad. Los pequeños admirábamos y mirábamos a los mayores y aprendíamos de ellos, cosas buenas y malas, cosas de la vida. Todos nos esforzábamos en terminar «la pizarra de tareas», que era una gran tarea que contenía un poco de todo: análisis morfológico y sintáctico, quebrados, proporciones, problemas, reglas de tres simples y compuestas, ejercicios de interés simple y compuesto, raíces cuadradas, más problemas, estos de una sola incógnita, y más cosas de las que no mantengo recuerdo. Lo cierto es que con una magnífica y entendible letra, Don Rafael iba mostrándonos lo que podíamos y debíamos hacer. Lo intentábamos y poco a poco, y gracias a los demás, y a las explicaciones del maestro, íbamos avanzando poco a poco en la pizarra hasta que a los ocho años, camino de los nueve, yo pude terminarla, lo cual me dió una gran satisfacción. A partir de ese momento, mi tarea era hacer la pizarra renovada del maestro. Teníamos tiempo para hacerla. La verdad es que éramos rápidos y teníamos la cabeza sin grandes preocupaciones. Don Rafael era un gran profesor, muy serio, con sus gafas «Truman», y con su regla, que utilizaba poco, pero que utilizaba y pienso que bien. He recibido más de un castigo en la mano con su regla, y siempre había tenido razones para ello. Éramos unos chavales inquietos, y había que domarnos un poco, para que nos centráramos. No nos gustaba que nos pegase con la regla, pero eran situaciones claramente excepcionales y comprensivas, al menos en mi caso.

Era un gran maestro. Tenías la impresión de que siempre estaba allí para lo que quisieras, y cuando explicaba lo hacía muy bien, con mucho sentido, y con mucha pasión. No parecía apasionado, sino más bien frío, pero yo pienso ahora que era muy apasionado, pero contenido. Tal vez la vida no le había tratado demasiado bien, sobre todo, ideológicamente, y tenía que controlar sus emociones e ideas, como otros muchos. Nunca canté en esa escuela ni las montañas nevadas, ni nada falangista o del movimiento; y tampoco recuerdo haberlo hecho con temas religiosos, aunque en eso me falla más la memoria. No sé, tal vez algún día ……. con motivo de algo especial. Parecía una escuela laica y nada politizada, al menos por la política dominante. Se aprendían muchas normas de vida y de urbanidad, y sobre todo, de compañerismo y de respeto. Todavía hoy cuando saludo a una persona mayor que yo, tiendo a bajar ligeramente mi cabeza, y siento que es una buena costumbre, de respeto al mayor o al maestro.

Se cuidaban mucho los aspectos higiénicos, y también los de compañerismo. Alguna vez hicimos excursiones, pero no era casi posible, con tanta gente y de tan variadas edades. La glorieta de La Paz era un espacio muy singular, porque las casas parecía que se «habían retirado» para proporcionar espacio para hacer la glorieta. En realidad era una calle, con un ensanchamiento en un punto, en que las casas se retiraban. Allí jugábamos en los recreos, y había un pipero, donde comprábamos algo, aunque tengo la sensación de que yo no compraba. Nunca me gustaron mucho las chucherías.

Muchas veces, he visto en sueños esa glorieta, tal vez porque me acordaba de mi Academia Vidal. ¡Cuanto me gustaría ver de nuevo a Don Rafael, que seguro ya no está con nosotros! Sería feliz si pudiera agachar ligeramente la cabeza y saludarlo, con el respeto debido a un maestro, a un gran maestro, a mi maestro.

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2 comentarios en «Don Rafael»

  1. Bueno, aunque no os guste el tema de mi maestro, al menos podéis comentar la selección de los cinco tenores. A ser sincero, no me ha convencido mucho, parece como superpuesta, algo no real. ¿No sé si tendréis la misma impresión? De todas formas, eran fenómenos.

  2. Creo que el tema del maetro nos encanta y nos hace reflexionar sobre nuestros profesores/maestros, con los que aprendimos a descubrir el mundo, la historia, en nuestros primeros años de escuela. Yo siempre recuerdo a Doña Araceli, una persona cariñosa y autoritaria al mismo tiempo, todos la queríamos y la respetabamos, pero nos enseñó a valorar las cosas de la vida, a ser buenos amigos, a conocer el mundo con sus grandes mapas, a crecer, a relacionarnos con los primeros chicos, creo que fue una gran facilitadora y maestra. Un recuerdo para ella y para todos los que han hehco esta labor pedagógica.

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