Ser discípulo es más difícil que ser maestro, y en el fondo, requiere más inteligencia para esta función complementaria; más inteligencia, más energía, más afán de búsqueda, más saber …… Hacerse discípulo no es fácil. La mayoría fracasamos en el intento, llegamos a ser aprendices, oyentes, continuadores, repetidores, …… y muchas cosas más, pero pocos llegan a ser discípulos, en el sentido de que sea el maestro hasta quién reconozca ese ejercicio.
(Innovación – Aldebaran Innovation)
Muchos maestros rechazan a los postulantes a discípulos; y muchos discípulos rechazan serlo de algunos maestros; hay otros maestros que no les gustan los discípulos; y hay muchos discípulos que acaban traicionando a sus maestros. La complejidad de ese emparejamiento es muy grande y de gran dificultad para mantener de forma estable una relación, ocurre como con todo emparejamiento. Hay mucha idealización, por ambas partes, y mucha denigración, también puede ocurrir por ambas partes. Hay momentos de gran emparejamiento y hay momentos de extraordinario conflicto, radical conflictividad entre ellos. Depende de los momentos.
Cuando uno se hace discípulo, quiere serlo, es difícil, como ocurre con una mujer o con un hombre, que se sienta lo mismo en sentido contrario y al mismo tiempo. No vale perder la oportunidad o quejarse porque no se ha sido suficientemente sagaz al emprender el emparejamiento. Si el discípulo consigue llegar al maestro y éste lo acepta -lo cual también depende de muchísimos factores, no sólo de la valía del otro o del uno, sino de otros muchos aspectos-, el discípulo tiene que saber aprovechar la oportunidad, porque lo normal es que eso se pierda en un año o en menos.
Disfrutar del emparejamiento es fundamental, saber aprovecharlo, saber aprender. Normalmente la mejor forma es aprender haciendo, y aquí es lo mismo; aprender haciendo algo con el maestro, aprender haciendo una investigación, aprender montando y diseñando programas, aprender de su palabra y buscar formas de aplicación de esas hipótesis o tesis, ….. Hacer algo con el maestro es aprender y mucho. Es una oportunidad que casi nunca volverá a repetirse, por lo que hay que conseguir exprimirle el máximo «jugo». Es como si hubiéramos pelado una papaya y estuviéramos dispuestos a saborearla, lo cual sólo se puede hacer una vez. Para eso hay que estar preparado, hay que saber estar alerta para aprovechar la oportunidad -no siempre hay oportunidades y menos para uno-, y saber ubicarse en ese momento, y no tener que lamentarse de no haber sabido utilizar esos momentos especiales que le permiten a uno convivir con un maestro.
Tienen que coincidir muchas cosas en unos mismos momentos. Luego, esa relación siempre se mantiene, pero ya no tiene la misma intensidad. Después de ella, uno se siente no sólo reconfortado, sino algo solo, como si ahora me toca a mi, y tengo que hacer algo que emule al maestro. Pero en eso se tarda mucho, y muchas veces, no se pasa más allá de los principios básicos que ya están escritos o han sido aprendidos. Hay que sufrir en esa soledad, sabiendo mantener la distancia, pero al tiempo estando más cerca. Y luego, seguirá el ciclo de vida, y algo siempre podremos enseñar a los que nos siguen.
Es maravilloso ser aprendiz, pero más maravilloso es aprender, y aún más, madurar y saber.
¡Cuantas cosas no se dicen cuando se escribe! Sólo cuando vuelves a mirar lo escrito, te das cuenta. Así es la vida, un continuo hacer y rehacer.