¿¿Líderes o …. ??

¿Líderes u otra cosa?

Me gusta el comienzo de mi libro «Innovando en la Empresa», tiene garra. Aquí reproduzco el primer epígrafe de ese capítulo.

Dirección e Innovación. Bonitas palabras, simples palabras, sugerentes términos, o muy llenos de sentido o muy vacíos de significado. Pueden llenar cualquier boca o ser simplemente una forma de aproximación global, pero humilde a un tema realmente complejo. Mi pretensión, mi humilde propósito, es llenar de sentido esas dos palabras e integrarlas en una estrategia común, para compartirlas con el lector.

Porque la dirección, y ésta es una primera aseveración, es un tema realmente complejo, al igual que todas aquellas cuestiones que obligan a una asunción consciente de responsabilidad personal, grupal y social. La dirección es algo que SOLO SE PUEDE TOMAR EN SERIO, aunque por desgracia, la mayoría de las veces en la práctica no es más que un amago de seriedad. Si, una gambetta que dicen los argentinos. Y esa es mi indignación winnicottiana y también la de otros muchos profesionales que soportamos calladamente la realidad ineficaz, ineficiente e insuficiente de los estilos de dirección que se dan en la práctica en nuestras empresas.

Líderes que se pisan la sombra

Estamos invadidos por líderes aficionados que se creen, con el peor de los sentidos aristocráticos que han nacido tales y que no tienen que esforzarse por hacerse realmente lideres responsables y no sólo aficionados.

Claro, el resultado no puede ser otro que la vulgaridad que como siempre no esta exenta de suficiencia y de prepotencia. ¡Qué pena da ver a esos amagos de lideres! Si no se pisasen la sombra y pudiesen observarse con distancia y tranquilidad, se darían cuenta de lo mal que salen en las fotos, a pesar de tener contratados a los mejores fotógrafos.

Pero, y esa es una de las paradojas, no pueden evitar pisarse la sombra, síntoma del peor de los poderes, de aquellos que son incapaces de salir de sus propias cenizas y mejorar todos los días haciendo una autocrítica de lo que se ha hecho bien y lo que se ha hecho mal, para aprender a hacerlo mejor, evaluando el error como una oportunidad para desarrollarse.

Líderes que crezcan y aprendan de sus propios errores, que busquen insistentemente la mejora anticipándose a los acontecimientos, que respeten a los otros, no son fáciles de encontrar. Si Uds. no están afectados muy profundamente por estas patologías, reconocerán conmigo que este tipo de material humano es una especie en extinción o quizás nunca hemos disfrutados realmente de tales lideres, a pesar de que autores como Schumpeter nos los han glosado como personas intrépidas y arriesgadas, pero a la vez consistentes y seguras de la importancia de su labor social.

Por supuesto que ha habido pueblos donde este tipo de lideres ha abundado más que en otros, pero en cualquier caso parece que es un rara avis en nuestra sociedad de consumo. Quizás porque es un producto exigente y difícil de conseguir, con mucho esfuerzo y trabajo y responsabilidad y no está nuestra sociedad para sacrificios de tal envergadura. Mejor nos quedamos como estamos y disfrutamos de nuestra forma patológica de liderazgo de las sociedades actuales. Mientras tanto, el mecanismo regulador y organizador ultimo de la realidad social, el mercado, hace de las suyas y nos conduce allí donde nuestros insondables e insatisfechos placeres quieren. Pero ya tendremos ocasión de hablar del mercado más adelante.

En definitiva, en un mundo en que el «culto» y el «mito» del liderazgo está en la sociedad, en las elites, en la vida cotidiana, en las democracias que disfrutamos, en la economía y sobre todo, en la empresa y en las instituciones, pues resulta que en un mundo asi, el área de progreso, el área donde se manifiesta con más radicalidad nuestras insuficiencias como seres humanos, es el area del liderazgo [1]

Aficionados y mercenarios, «amiguetes» y yuppies, proliferan por doquier en nuestro mundo y en nuestras empresas y administraciones públicas e instituciones de distinta índole, y representan, mediante medios primitivos y pregenitales de dramatización (nunca pasarían de segundones de la serie B de Hollywood, quizás imitando a su mejor y más exitoso antecedente de esta «nueva» época: por supuesto, me refiero a Reagan), representan roles que parecen sólo por su imagen de liderazgo, pero no se justifican ni por sus resultados, ni por sus compromisos, ni por su preparación actitudinal, ni por su responsabilidad individual, grupal o social, ni por su nivel de implicación [2]

[1] La escasez como área de progreso no es algo nuevo ni en la teoría ni en mi experiencia y en mi grupo interior. En mi grupo interior identifico a David Ricardo y su tendencia al estancamiento, a Malthus con su crecimiento desproporcionado de la población, a Marx con su tendencia descendente de la tasa de ganancia, y a través de ellos y más directamente a José Luis Sampedro y su idea de que la economía ha de centrarse en la pobreza y no en la «riqueza» de Smith. La idea de relacionar escasez y progreso partió de mi otra fuente, de la fuente de la psicología, de J.A.Rodriguez Piedrabuena, esquema que partía de Klein (posición depresiva como punto de partida del conocimiento o del saber), y que yo me he permitido aplicar al análisis social en mi artículo «Grupo e Informática: un proyecto de pareja» y a la dinámica institucional en diversos artículos.
[2] Los años ochenta han sido especialmente duros en nuestro país y quizás muchas de las afirmaciones que se contienen en esta página no hubieran nacido con otro liderazgo. Pero creo que es fácil comprender el sufrimiento a que hemos sido sometidos con una muestra de liderazgo vano e ignorante, y que como tal, además tenía pretensiones narcisistas y manifestaciones de poder sin razón que ha sido nuestro «martillo de herejes» en manos de estos «nuevos» bárbaros. Teorías cogidas con alfileres, «yuppismo» a la española, post-modernismo superficial y letal para los mismos que lo practican, suficiencias y desprecio de lo que ya se sabe, pero ellos no quieren saber, sonrisas de ironía y de prepotencia, decisiones precipitadas y al tiempo tardías, nacidas del dolor de algo que no se sabe hacer, pero que hay que hacerlo para quedar bien y no dejar que los demás piensen que no se sabe, «huidas hacia adelante», etc. Todo esto y mucho más lo hemos vivido en los años ochenta y todavía ahora en los noventa y es tal la enfermedad que, a pesar de lo extremado de la crisis a que nos han conducido estas actitudes, persiste en sus manifestaciones tanto en lo político, como en la esfera del capital público y de la administración. Esta «cultura» ha «justificado» una acción más autoritaria en todas las empresas.

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