Creo que vale la pena incorporar a este blog el artículo de Miguel Angel Quintanilla: «Tecnologías entrañables», publicado hace tres días. Lo iremos comentando.
Nunca antes en la historia de la humanidad habíamos tenido a nuestra disposición tantas tecnologías, tan útiles y tan eficientes. Gracias a ellas han aumentado los recursos para sostener la vida humana sobre la Tierra y han mejorado la salud, la movilidad y el acceso a todo tipo de información y, por lo tanto, a la cultura. Y nunca antes la influencia de la tecnología se había extendido como ahora a todos los espacios y actividades de la vida humana. Gracias, en especial, a la electrónica, la informática y las telecomunicaciones, disponemos hoy de tecnologías avanzadas para realizar tanto las más triviales tareas domésticas como las más complejas actividades industriales, o para establecer las más intensas relaciones sociales, conectándonos con miles de personas repartidas por todo el mundo sin movernos de nuestra sala de estar.
Y, sin embargo, seguimos manteniendo una relación conflictiva con las tecnologías. Nuestros ordenadores son cada vez más potentes, baratos y fáciles de usar, pero también son más incomprensibles. Nuestros automóviles son máquinas cada vez más perfectas, pero también más inaccesibles a nuestros mecánicos. Las redes sociales en las que participamos a través de Internet son cada vez más amplias y complejas, pero tenemos dificultades crecientes para controlar nuestra identidad en ellas. Creo que para describir la situación puede ser una buena idea recuperar el viejo concepto de alienación, de tradición marxiana. Tenemos, usamos y producimos tecnologías cada vez más complejas y eficientes, pero mientras las usamos o las producimos, sentimos que se nos escapan de las manos y que se muestran ante nosotros como algo ajeno, un bien mostrenco que está ahí y que crece y se desarrolla ante nuestros ojos de forma autónoma e incontrolable, alienante.
¿Podrían ser las cosas de otra forma? ¿Podríamos promover el desarrollo de tecnologías tan eficientes, accesibles y ubicuas como las que ya tenemos, pero no alienantes? Algo así como tecnologías entrañables, que no sólo pudiéramos incorporarlas a nuestra vida cotidiana, sino que además pudiéramos entenderlas, apropiarnos de ellas, mantener su control e incluso participar en su diseño.
Hay gérmenes de tecnologías entrañables por todas partes. El software de código abierto es útil, eficiente y rentable, pero además su desarrollo es participativo y se basa en la colaboración. Las tecnologías de producción y distribución de energía podrían hoy desarrollarse a través de redes de pequeños productores próximos al usuario final. La infraestructura de comunicaciones interpersonales es una plataforma ideal para la producción de conocimiento (wikipedia), la colaboración social y la movilización ciudadana.
Podemos conformarnos con un desarrollo tecnológico incontrolado y de resultado final incierto, o podemos limitarnos a soñar con otro mundo posible (en el otro mundo, seguramente). Pero también podríamos tomar en nuestras propias manos la responsabilidad del desarrollo tecnológico y ayudar a diseñar un mundo diferente, basado en tecnologías sostenibles, socialmente responsables, participativas, colaborativas, abiertas: entrañables.
Sin duda, la gran diferencia y aún contradicción que se plantea en el dilema del último párrafo de Quintanilla tiene que ver con algo que Marx ya nos enseñó hace siglo y medio: la propiedad de los medios de producción.
El desarrollo tecnológico, o en terminología marxiana, el desarrollo de las fuerzas productivas, es un factor que está fuera de control, como casi todo, en el mercado capitalista, e impulsa transformaciones amigables y entrañables, y al tiempo, sus contrarios. No son las personas las que organizan el ritmo y las características del desarrollo tecnológico, sino máximas de mercado, de ese ente «invisible» que gobierna nuestras vidas, porque sus resultados son óptimos para aquellos que ya están situados y tienen poder económico o social. Nosotros no decidimos el sentido que llevan las tecnologías, sólo las referenciamos y las sentimos en la transformación social que continuamente conllevan. Aunque si es cierto que son acciones humanas, responden más a vínculos de poder que a necesidades o prioridades de los seres humanos. Y en este sentido solo hay que ver como se facilitan los recursos para desarrollarlas, y quién decide el sentido de ese desarrollo. Lo dicho, el poder, el poder económico o social, la propiedad privada de los medios de producción.
Siempre, al lado de tecnologías útiles y entrañables, como dice Quintanilla, y vinculadas a necesidades reales; hay otras muchas que no responden a esos planteamientos, y que más bien -sin querer- condicionan nuestras formas de vida, y las transforman. La tecnología no es cierto que sea neutral, depende, como decimos los gallegos, depende de su sentido implícito. Casi siempre se manifiesta de forma contradictoria, y acaba conformando nuevos tipos de relaciones sociales. Un ejemplo es internet: muchas de sus manifestaciones han sido recibidas positivamente, en lo que significan de facilitar espacios de intercambio, de conocimiento y de interrelación entre los seres humanos, y la ruptura de distancias. Pero al mismo tiempo, lleva implícitos cambios substanciales en las relaciones humanas, no siempre en un sentido querido, por deseado o por necesario. Y finalmente, se acaba imponiendo este segundo aspecto, como dice Quintanilla en el penúltimo párrafo, al primero.