Un centro comercial está organizado como un laberinto, como un laberinto donde «encarcelar» a los potenciales clientes. Una vez que han entrado, se trata de que sea difícil ver las puertas, que ellas queden ocultas a sus ojos, que se pierdan en la inmensidad de las luces de neón, y que ellos den vueltas y más vueltas encontrando en el camino cosas diferentes de las buscadas, pero atractivamente presentadas, y por tanto, sugerentes y comprables ….. lo que era una necesidad se convierte en una locura, en un deseo, y al final en vez de el detergente que uno iba a comprar, se lleva una lata de sardinas, un balón de playa, una tumbona y un «correquetecagasyunalevitaparasubirlacuestadesantamargarita». Lo que sea, pero el cliente potencial no puede salir sin nada, y si puede ser ha de salir …. cuando pueda ….. sin lo que vino a comprar …. de esa forma tendrá que regresar al laberinto del minotauro, se entiende a aquél que gustaba de carne humana y obligaba a poner a su disposición siete doncellas y siete jóvenes griegos con el asentimiento del rey de Creta, Minos. Todos los años, todos los días el Minotauro del sistema repetido una y mil veces en formato de centro comercial, de shopping, se traga las necesidades y las convierte en deseos. Cosas del sistema capitalista y de su necesidad de vender, de vender, de vender …. hasta la extenuación …… para siempre.