Me gusta hablar de ….. lo poco conocido

Encuentro mucho más motivación en escribir sobre lo poco conocido, o lo tergiversadamente -en mi opinión- conocido. La cultura es un todo, y cualquiera podría preguntarme porqué no escribo sobre las culturas clásicas europeas o sobre los ricos mundos latinos o de nuestros ascendientes africanos o del mundo árabe. La respuesta es sencilla: son mejor conocidos. No es que no se pueda seguir hablando, pero está al alcance de cualquiera que quiera entender y leer. Aún así, y para que no se me acuse de «polarizado» y «estrambótico», diré algo sobre el mundo clásico.

Fui a Grecia por primera vez, y con gran ilusión, ya hace unos buenos años. Iba a navegar, me parece que eran unos diez días o así, y los últimos los dedicábamos a Atenas y también tuvimos ocasión de ver el maravilloso anfiteatro de Epidauro, asi como el recinto amurallado de la ciudad de Monemvassia, al sur del Peloponeso. Del aeropuerto fuimos directamente al puerto de embarque, no recuerdo su nombre. Y embarcamos, compramos víveres, empezamos a conocer a nuestros compañeros de viaje, otras seis personas, que parecían emparejadas. Dos de ellas eran pareja, pero había otros dos jóvenes y dos chicas, de unas edades entre 27-28 y 36 años o así. Iban sin emparejar, aunque venían juntos chicos y chicas. Todos procedían de Aragón o Catalunya, y creo recordar que todos vivían en Barcelona, menos un chico que vivía en Madrid y me parece que trabajaba en algo relacionado con el transporte o los viajes. Total, cuatro catalanes, una aragonesa, dos madrileños y un gallego, que era yo. Lo cuento porque me gustaría acordarme de sus nombres, porque fue uno de los viajes más agradables, alegres y simpáticos que recuerdo. El capitán era un auténtico capitán, con una buena barba, con autoritas, y un buen mozo, un griego de los que uno espera encontrar después de lo que ha leído sobre Grecia. Recuerdo que estaba casado con una chica más joven. La mayoría de las veces nos comunicábamos en inglés, porque por supuesto no conocía ni castellano ni catalán ni gallego que eran los idiomas representados en el barco. El barco era un doce metros magnífico. Había cuatro camarotes y nos tocó, por sorteo el de proa, el más aproado, lo cual también fue una suerte. Era la primera vez, menos para uno y el capitán, que embarcábamos para hacer una larga travesía por las costas del Peloponeso. Pero a lo que iba, y que es lo que me interesa recordar, mis impresiones sobre Grecia.

Grecia se me presentó desde el primer momento como un mar, como una humanidad de hombres de mar, buenos marineros, buenos capitanes, conocedores de los mares, o al menos, de sus mares. Recuerdo las cartas de navegación de allí. Había, por aquél tiempo, manejado algunas en España para sacar adelante el título de patrón de yate, y había viajado alrededor de Ibiza, y nunca había visto cartas con los detalles que había en aquellas. No es que yo entendiera griego, pero si sabía ver las imágenes, y las imágenes mostraban cosas que yo nunca había visto, como por ejemplo, paisajes que significaban tormentas o borrascas o bonanza: una nube de un cierto tipo en torno a una montaña significaba ………. (no me acuerdo, pero es lo mismo, estaban en las cartas marinas, y eso significaba que los que te llevaban conocían bien el terreno que navegaban y los colindantes, como para advertir de peligros o de precauciones que había que tomar a partir de los paisajes dominantes). Le preguntaba cosas al capitán y sabía enseñarme lo que significaba todo aquello. Me pareció, como diría mi compatriota Manquinha, «muy profesional». Es decir, mi primera impresión fue el mar. Todo sonaba, olía o gustaba a mar.

La segunda gran impresión era navegar por aquellos parajes, llenos de historia, de islas, de montañas, ……. El Peloponeso es especial, es un gran macizo montañoso, donde habitaban, entre otros, el pueblo espartano, y desde que ví sus montañas adentradas en el mar, pensé que claro, los habitantes no podían ser muy diferentes de lo que nos ha llegado de los espartanos. Difícil vivir en esos parajes, con valles acentuados, profundos y con poca tierra cultivable, con montañas que acaban casi excavando en la mar, y con una baja accesibilidad al mismo. Me imaginaba el interior del Peloponeso como una sucesión de pequeños valles entre altas montañas, todas mirando hacia el sudeste y clavándose en los mares. Una región dura de pelar, que haría «duros» a sus seres, y que permitía más desarrollar ganadería que agricultura.

La tercera impresión que saqué fue el gran tránsito marítimo, y de grandes buques, inmensos cargueros y petroleros, que se cruzaban con nosotros y que «provocaban» con el desplazamiento de sus cargas, grandes olas de las que teníamos que estar alerta, pues teníamos que abordarlas de frente. Recuerdo que perdí una gorra que llevaba para protegerme del sol. Se fue al mar en una de esas alertas. Había muchos muchos barcos, muchísimos. Era un país lleno de vida marítima. Poco a poco fuí descubriendo que muchos de los buques eran cargueros o de pasajeros que rondaban entre las islas del Egeo y hasta Creta y otras islas griegas, pero cercanas a la costa turca. Los que más me impresionaron eran los que llevaban agua a las islas, en grandes cisternas. Los barcos iban casi totalmente hundidos por la carga, y desplazaban una gran cantidad de agua, en forma de olas, a grandes distancias.

La cuarta impresión fue la comida, ¡qué rica!, y dentro de ella, los estofados, ¡qué estofados!. Singulares. Luego me dijeron que era una tradición que habían traído los siglos de dominación turca, y cuando tuve ocasión de ir a Estambul me dí cuenta de que tenían razón los que me informaron, al menos la tenían de que los estofados turcos eran también o más maravillosos, si cabe. Y esa característica tan mediterranea, como la sardana, de comer todos con muchos platos en la mesa, y metiendo el tenedor en cada uno de ellos. Los pequeños platos de entrada eran además, excelentes. Además, pronto fuimos descubriendo pequeños puertecitos, donde no había mucho más que uno o dos restaurantes, con buena comida todos, y que sabían recibirte y cobrarte una cantidad razonable, siempre con una sonrisa en los labios.

La quinta impresión fue el idioma. El idioma era más ronco, más grave todavía que el castellano, y por tanto, daba una sensación muy masculina, hasta de enfado -lo mismo que dicen muchos latinoamericanos de nosotros cuando hablamos, que creen que estamos enfadados, cuando es así como hablamos-, pero al tiempo, muy autoritaria. Recuerdo la primera vez que atracamos, cerca de Epidauro, creo que era Paleas, nuestro capitán se dió cuenta de que no había sitios de atraque directos, sino que tenía que abarloarse a otro barco. Los «intercambios» verbales entre nuestro capitán y el del barco abarloado, nos dieron a todos la impresión de que estaban discutiendo. Sin embargo, no era así, pues momentos después de hacer la maniobra, el capitán nos pidió dos cervezas, una para él y otra para el capitán del otro barco, que compartieron con brindis.
Y para terminar un poco, una sexta impresión -habría otras muchas, pero tampoco es para escribir una novela-: la sensación de que el arte helénico estaba como descuidado, no porque los monumentos estuvieran en gran parte deteriorados o destruidos parcialmente por el tiempo, sino por lo que podíamos llamar la invasión de la nueva sociedad. Una iglesia ortodoxa de mil años aislada en medio de edificaciones feas y modernas, rodeada totalmente, …… Yo esperaba más de Grecia, más historia, pero por desgracia, entiendo que también para los griegos, les queda poco, poco. Cuando tuve ocasión de rondar por Sicilia, comprobé con gran satisfacción que Sicilia si que era un lugar para admirar el arte helénico. Me resultó curioso que Atenas no tuviese más allá de dos días de visita, y de hecho fuese obligatorio entrar o salir por allí y hasta dormir, pero la gente no tenía gran interés en quedarse más tiempo. Cosas de nuestras simplonas civilizaciones. Esta misma impresión también la he tenido varias veces en Santiago, sobre todo, cuando mi hotel está fuera del casco viejo. También éste está como aislado, como rodeado de simples y horribles edificaciones. La sensación de Grecia es que «no era mi Grecia», sino que habían pasado varias apisonadoras por el territorio, todos los ignorantes que la habían destrozado y mi idea y mi esperanza quedó en gran parte hecha añicos, por la cruda realidad.

Esto último me ha hecho pensar en su momento y ahora otra vez, que las grandes civilizaciones siempre son las más perjudicadas por la dominación y la explotación de las civilizaciones menos avanzadas y bárbaras. Estaba pensando ahora en Irak, ubicación geográfica de los pueblos mesopotámicos que tanto han aportado a la civilización y hasta se considera «cuna de la humanidad y de las civilizaciones», ahora en gran medida arrasada -una vez más- por el «nuevo rico», por el imperio dominante actual, pero antes fueron otros. Hititas, persas, semitas, macedónicos, ….. y otros muchos, destruyeron una buena parte del patrimonio extraordinario que contenía su «entre ríos». Envidia, ignorancia, ambición, y otros muchos «pecados» mueven a los pueblos más atrasados humanamente a destruir lo construido poco a poco y con gran esfuerzo por pueblos que son nuestros referentes. El caso de Grecia también parece singular.

En todo caso, lo que quería contar es como me motiva lo poco conocido, y como me gusta resaltarlo, tal vez porque yo soy el primer sorprendido por esas cuestiones, sobre todo, si estás significan un referente para seguir, para avanzar, para continuar nuestra ruta escabrosa hacia la libertad, a partir de compartir nuestras experiencias. Por eso, he escrito o sencillamente reproducido aspectos de culturas menos conocidas en nuestros lares y no me he parado tanto en las clásicas, porque para decir malamente lo que ya podemos saber por otras fuentes más eruditas, no vale la pena. Además, esas fuentes ya construidas y organizadas aportan en sí mismas una referencia patrimonial clara, por lo que la gran mayoría no las pone en duda. Sin embargo, cuando encontramos «apoyos» en situaciones menos conocidas producen un mayor impacto en los oyentes o participantes y una mayor necesidad de dudar de lo establecido o de reconstruir su pensamiento.

Para que tenga certeza de que se me ha comprendido, pongo un ejemplo, Portugal. España «no ve» a Portugal, tal vez como ocurre con nuestros vecinos franceses con nosotros. El «no ve» lleva a un ostracismo y una negación de un vecino que está ahí y que cuando lo pongo como ejemplo en mis clases de algunas cosas que hacen muy bien -que son muchas-, o al menos, mejor que nosotros, la gente se sorprende, se impacta, siente que tiene que revisarse, porque eso «no es lo que esperaban oir». Y sin embargo, Portugal es un buen ejemplo de muchas cosas. De cómo ha cuidado sus tradiciones, entre ellas su artesanía. De cómo están de organizados en tantas cosas, haciendo de la burocracia no sólo algo inútil y costoso, sino a veces viéndose la utilidad de lo que se hace y propone, del tremendo respeto por sus bosques -que poco a poco y con grandes dificultades vamos consiguiendo nosotros-, de su percepción de los mares, de su carácter comercial y de intercambio, ….. en fin, habría muchas cosas en Portugal, aparte de Porto y Lisboa, en que fijarse, en qué quedarse para comprender la riqueza y diferenciación de sus formas culturales en relación con las dominantes en nosotros. Portugal es un buen ejemplo del tipo de cosas que me gusta hablar, de lo poco conocido, de lo desconocido, de lo que no se quiere ver, de lo que no se quiere compartir ………

Total, que disfruto hablando o escribiendo sobre lo que nos es menos presente y conocido.

Entradas relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *