He seguido ordenando mis documentos. ¡Qué difícil es ordenar! Cuando estás ordenando, de pronto algo dentro del cerebro te dice: «¿para qué? si enseguida va a estar otra vez desordenado» o aún peor: «¿para qué harás todo esto si eres un desordenado?». Tengo claro que el orden natural de las cosas es el caos, y que en el caos me muevo casi como pez en el agua, aunque algunas veces no encuentro algo; pero cuando ordenas, tienes que ser tan preciso y haber contemplado tantas variantes, que al final, no sabes donde has puesto lo que buscas, pero eso a veces casi para siempre. Más que ordenar, yo al menos, limpio, es decir, quito de delante todo lo que veo y así el suelo vuelve a servir para pisar, y no sólo para contemplar múltiples variaciones de papel dispersas a su modo.

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La única ventaja que tiene ordenar es tirar. Conservamos demasiadas cosas inútiles, que se supone que cuando las guardamos es porque pensábamos que nos podían ser útiles en algún momento, pero no se cumple, ni por aproximación el axioma. Las cosas que se archivan dejan de ser útiles, entre otras cosas, porque «salen del área de acción de nuestros sentidos», y cuando nos acordamos de algo, además, y tenemos suerte y lo encontramos, siempre lo habíamos sobrevalorado, y seguro, seguro que ya no valía. Lo vemos viejo, desfasado -¡ya no hago las cosas así!-, un poco polvoriento, no tiene charmé, ni presencia, ni nada. Y al final no lo utilizamos, o sólo alguna cosita. Soy partidario de terminar las cosas que empiezo, aunque luego no sirvan para nada. Pero terminarlas. Lo cierto es que aún siendo partidario, muchas cosas quedan sin terminar. Un ejemplo que no me vendría mal es terminar un trabajo, analizando como fue, haciendo un balance final, no un balance para que te paguen el último plazo, sino para aprender. Algunas veces que lo he hecho, me ha servido de mucho. Por eso, se lo recomiendo a mis alumnos. Pero ….. hacerlo siempre es muy difícil. Más fácil nos resulta enrollarnos con otra cosa que estaba esperando que termináramos ese asunto. De alguna forma, dejamos las cosas incompletas, por afán de abarcar más cosas, y también porque en el fondo nos resulta difícil analizar los errores que hemos cometido, que seguro que serían buenas fuentes de conocimiento, pero que preferimos dejar olvidados en el «baúl de los recuerdos».

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Total, que ordenar no es lo mio, ¿a alguien le gusta? Pues si, yo conocí a una mujer-amiga que no podías ni siquiera mover el vaso encima de la mesa de apoyo, que inmediatamente pasaba una bayetita para que no se notase el poso. A mi me daba hasta miedo ir a su casa. Finalmente, por esas u otras razones, dejé de ir. No comprendo como podía aguantarla su marido. Es probable que fuera casi como ella, porque sino, ¡qué tortura!. También tengo un amigo que estoy seguro de que todo está en su sitio. Es casi perfecto, y digo casi, por dejarle un margen de mejora, porque a mi me parece perfectísimo. Pero claro, esas personas colocan todas las cosas a la primera en su sitio. Yo las tiro por ahí, y luego ruedan por la casa, y al final, un día enloquecedor, o varios días o hasta varias semanas, son ordenadas -quitándotelas de encima- para que la invasión de los papeles no se convierta en un desastre casero.

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