«El protagonista es el alumno y el grupo de trabajo, sobre todo, éste último. Y, especialmente, el grupo de trabajo reducido, aquí de cuatro, cinco o seis miembros (Normalmente, en la enseñanza en la universidad trabajamos con el grupo mínimo que es de cuatro personas. Esto lo hacemos porque las dificultades de intercomunicación de un grupo de cinco personas casi duplican a las derivadas de un grupo de cuatro personas, por lo que sería más costoso y penoso hacer avanzar a los grupos cuando tienen un mayor número de alumnos en cada grupo. El grupo hace el trabajo, nosotros ponemos la ruta y los ritmos, pero son ellos los corredores de fondo o los pilotos del coche o los cocheros). Hay que tratar a los alumnos como gente madura y como clientes, como clientes maduros o personas maduras. Esto significa un espacio democrático. Trabajamos con clientes, no con alumnos: hay que estar diseñando y rediseñando lo que necesitan para progresar. Ahí está nuestra eficacia. Hemos de conseguir ir uno o dos pasos por delante de lo que tienen y generar “necesidad” de aprender y de aplicar. La necesidad es el sustento de un buen aprendizaje».

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Esta segunda orientación para profesores-facilitadores centra el tema en la necesidad, en el cliente, ahí está el protagonismo. Si les llamamos alumnos siguen pareciendo «discentes», siguen estando como «a nuestra merced», es como si fueran «seres menores». Pero sabemos que eso no es cierto, que no tiene sentido planteárselo así. Básicamente son los protagonistas principales de su propio aprendizaje. Si ellos no quieren, no hay aprendizaje; es verdad que «ellos se lo pierden», pero también es verdad que nosotros «fracasamos» en nuestro intento. Si ellos quieren, todo ha de fluir, pero no para aprovechar plenamente su motivación y esfuerzo, sino para sentir que ellos mismos pueden arrastrar a otros, con su ejemplo. Querer es poder, y poder es ejemplo. La cuestión de nuestra eficiencia como profesores está directamente vinculada a conseguir que muchos quieran. Cuantos más quieran y hagan, mejor serán las cosas. Y lo cierto es que la mayoría quieren, porque sino para qué estan ahí aguantando lo que les echen. Podemos irlos «expulsando» del aula con nuestra ineficiencia, como suele ocurrir en las licenciaturas, y hasta hay quién «toma lista» como costumbre para evitar «que se vayan» (malísima costumbre esa de pasar lista, acto de autoridad, que en forma alguna mejora el estado de motivación del grupo ni del individuo), pero han de quedarse porque les llena, les apetece, les aporta, les interesa, no porque les obliguen. ¿Estamos en un país democrático o seguimos siendo lo que parece que seguimos siendo: una dictadura?. Las más de las veces parece que lo fuéramos.

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