Durante muchos años, fuí el único sobrino o nieto en mi familia. Seis años hasta que nació mi hermana. A partir de ella empezaron a nacer primos y segundos primos, que son de edades parecidas. Casi todos se han quedado -y han hecho bien- en La Coruña, donde nacimos. Yo me vine, a los dieciocho años, para Madrid y después de morir mi madre, y luego mi padre, mis lazos con el mundo familiar fueron poco a poco alejándose. Cuando iba a Coruña, los recuerdos me invadían y trataba inconscientemente de evitar los viajes a mi ciudad. Como mis primos tienen al menos seis o más años menos que yo, también se producía un gap generacional, que era difícil superar. Lo cierto, es que hemos tenido alguna relación, cuando ellos han venido a vivir a Madrid o en algunas ocasiones puntuales, como podía ser una defunción u otros momentos poco adecuados para forjar una relación continuada.

Total, que este año, mi hermana se le ocurrió darle mi teléfono en Brasil a uno de mis primos, y coincidió que él se iba a Fortaleza a hacerse una casa para vivir. Me llamó, quedamos para comer y luego para ir a la playa, y me sentí mejor de que una persona como él, hubiese decidido irse justo a la ciudad dónde yo suelo ir en verano. Esa circunstancia me animó a que cuando mi hermana me dijo que iban a hacer una comida entre primos en Coruña, me animará, junto con María, a visitar esa ciudad maravillosa que es mi ciudad.

Eso de ser el primo mayor y que se ha ido a Madrid y casi no le hemos visto la cara desde hace años, produjo una cierta expectación. Es broma. Lo cierto es que fue muy agradable, pienso que para todos, y eso que los berberechos me jugaron una mala pasada y estaba bastante mal, como para tener que cambiar el menú común por una lubina cocidita con patatas que, sinceramente, me llenó de gozo y de vida. Estaba estupenda. José Manuel, Cris, Chus, Conchi y Pepín eran los primos, acompañados de sus respectivas parejas. Estaba mi hermana y Ángel, y María y yo. Total, 13, el número que gusta en Brasil como de la buena suerte y de ninguna forma a nosotros, aunque yo soy ya más del trece, será por influencia de María.

Cuando se reune uno con tantas personas que hace tanto tiempo que no ve, o que no conoce, pero tienen que ver con uno, aunque sea por lazos consanguíneos, se produce cierta confusión y a la vez interés. Todos teníamos cosas que contar, todos y a veces, al mismo tiempo. Una mesa de trece …. suele permitir que hables más con los que están a tu derecha o izquierda, y ya más difícil con los de enfrente, aún así lo logramos en algún momento de la cena. Cris, que ya era animada, estuvo a mi lado y María al otro, todo fue una sucesión de intercambios sobre que hacíamos, habíamos hecho o nos gustaba o …… Al principio y al final, los recibimientos y los adioses suelen permitir al menos unos segundos de privacidad con cada uno.

¿Qué he aprendido? Más bien, he recordado, que soy muy poco social o familiar. Tal vez ser un emigrante tan declarado, me ha hecho menos social o familiar. No tengo muy fuertes esas raíces, pero me ha gustado recuperarlas, aunque sea sólo un encuentro, una cena. Me ha animado a recuperar algo de mi sociabilidad, que la tengo, porque siempre que me pongo a ello, resulto agradable, en general, para los demás, y a mí me resulta muy agradable sentir la cercanía de personas que aún estado alejadas, mantienen lazos contigo, muchas veces, mayores de lo que uno puede pensar.

Es, por ejemplo, el caso de mi hermana y de su pareja, Ángel. A ambos los sentí muy cerca estos dos días, en que hemos cenado una vez juntos, hemos comido otra vez en su casa, acompañados de mi hija y de uno de mis nietos. Pero sobre todo, he notado sentimiento en las miradas y en las palabras: cariño, amor.

Gracias, hermana, gracias, primos. Un abrazo para todos.

N.B.- ¡Qué pena no haber disfrutado durante muchos más años de una ciudad como La Coruña! Es impresionante, es impactante. No me extraña que los coruñeses estén enamorado de ella y piensen -como ocurre en otros muchos sitios maravillosos- que es la mejor del mundo. Y además, quiero aclarar que siempre es mentira lo que dicen de que va a llover en Galicia. Y si llueve, ni siquiera uno se da cuenta, es parte de un paisaje que está ahí para refrescar la vida y hacerla más fluida y más amistosa. Galicia estaba bellísima, y estamos casi a mediados de diciembre. Los colores brotaban en cada esquina.

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