Es más fácil encontrarse en Viena personas procedentes de diez países europeos, a una hora determinada y en un lugar también predeterminado, que hacerlo dos personas en Madrid que trabajan en el mismo edificio, una facultad, y que necesitan verse y hasta han comprometido mutuamente encontrarse en una hora determinada y en un lugar igualmente definido.
Madrid es el colmo europeo de las «disculpas» o «sin disculpas» por llegar tarde o hasta no llegar a una cita comprometida. Tengo que reconocer que tengo records de espera más acentuados en diversos lugares de Latinoamérica, pero lo de Madrid casi llega al record mundial.
El «tráfico» suele ser la disculpa más habitual … en citas personales; el trabajo agobiante y las atenciones de última hora y no poder escaparse de aquellos que se han puesto en medio, es el tipo de disculpa más utilizada para compromisos de «negocios» o similares. En cualquier caso, llegar el último da prestigio, da tono, casi nos convierte en «superiores» …. ¿morales?. En Madrid se sufre si se llega de primero y se tiene que esperar …. el que espera …. se siente un mierda, sobre todo cuando la espera es desproporcionada y no se explican ni siquiera las razones del retraso mediante algún tipo de aviso. De todas formas, da mucho postín que sea la secretaria del «retrasado» quién llame al que espera y le comunique que fulanito ya está en camino y que ha tenido una mañana tremendamente ocupada: da tono, confiere poder, confiere autoridad …. en fin ….. cosas …. Cuando en cualquier país normal europeo llegar hasta algo más pronto de la hora es la norma, y se considera de buen tono esperar al otro, en este país, y especialmente en Madrid, las cosas son totalmente al revés.
Pero no sólo ocurre con las citas, sino también en los compromisos, por ejemplo, de aprendizaje. Que un alumno llegue ocho semanas más tarde del comienzo del curso, y piense que tienes que aceptarlo por su cara bonita, y además, se enfada si le dices que no puede ser, que él no puede ser alumno tuyo, porque tu grupo lleva trabajando ocho semanas y quedan no más de cuatro para terminar el cuatrimestre real, saltándonos fiestas y todo eso. Y se sale cabreado del aula porque piensa que tiene razón y que la culpa es de la falta de flexibilidad del profesor …… ayer mismo me ocurrió un caso, y el lunes, otro.
O que fijes unas reglas del juego claras y nada abusivas, al menos en comparación con las de otras asignaturas, y continuamente intenten saltárselas y tengas que perder el tiempo persiguiéndolos y recordándoles cuáles son las normas y la importancia que tienen, que ya ha sido mostrada claramente en su momento …….
Llegar tarde, mal y arrastro …. eso es lo que es ….. es casi una forma de vida. Luego, cuando algun profesor, aburrido de todo esto, pone alguna norma rígida para entrar en sus clases o para asistir a ellas, los alumnos se quejan desproporcionadamente, y la ley de los hermanos conduce a que el ambiente se deteriore substancialmente entre los participantes, cosa que no beneficia precisamente a la consecución de los objetivos buscados.
En Madrid se llega demasiado tarde a las citas …. y añado: se llega muchas menos veces que las comprometidas …… en muchos casos, las citas se anulan a última hora o ni siquiera se anulan, pero no se cumplimentan, por ausencia de uno de los comprometidos. Y entonces, todo es una incertidumbre, y nadie realmente puede tener una agenda. Es más conozco, y he practicado agendas con alternativas, con planes B ya planificados, para evitar los efectos de «quedarse con la puerta en las narices».
De todas formas, hay que reconocer que las cosas han mejorado en los últimos años.
Aunque persiste la tendencia a llegar tarde o a empezar las cosas tarde -dicen que menos los toros y los trenes de renfe- o a postergarlas.
Casi siempre, si alguno posterga una cita, o no acude a ella, se produce una especie de juego de compensación tácito por el que el que no ha asistido se ve impelido a «aceptar» que el otro haga un rol similar. Esto casi siempre acaba en un ciclo frustrado en el que ya no se deciden por llegar a una tercera fecha.
Por mi experiencia, puedo decir que casi siempre el «menos interesado» o que lo parece es quién toma la iniciativa de no llegar, de no encontrar, de llegada tardía. Entender este juego es difícil para quiénes no lo han vivido en su cultura, y suena a desprecio, que tal vez no lo sea, pero tal vez sí lo sea.
El tiempo o la confianza no arreglan estas cosas; siempre hay una de las partes que llega más tarde ….. o casi siempre. Analizando las causas, no puedo dejar de tener presente el poder relativo, la posición relativa de cada una de las personas, o lo que sería dicho de otra parte, su supuesto interés en el contacto. Si alguien no llama desde hace mucho tiempo y ahora tú tomas la iniciativa y encuentras a una persona amable, que habla contigo como si os hubiéseis visto ayer mismo, esto no significa que sea otra persona de la que ha sido incapaz de llamar durante un año o dos, sino que realmente no necesita de ti, vive igual de bien o de mal sin tí, que sólo es amable. Al final de la conversación, se ofrecerá para quedar …. pero lo dejará para otra llamada … que no se producirá en años ….. a no ser que tú te vuelvas a acordar. Todos tenemos relaciones así y somos como cada uno de los dos roles en momentos diferentes.
Mi experiencia de citas fuera de Madrid es muchísimo más seria que con gente que vive aquí. En cualquiera de los puntos cardinales donde hayan ocurrido.
Y cualquiera saber razonar y admitir que llegar tarde a algo resulta un «desprecio» implícito o explícito, y que exige unas disculpas, que no es fácil que se produzcan. El habitante de Madrid no es proclive a las disculpas, que no sean superficiales. Estoy por afirmar que no sufre cuando llega tarde, sino que más bien sufriría si llegara por un casual demasiado pronto. Lo considera algo normal, algo que no necesita de disculpas, que a priori está disculpado. Y para evitar la «culpa» o «responsabilidad», tiende a esconderse ….. o a situarse en un lugar que permita una respuesta adecuada. Nunca he visto a nadie llegar a clase tarde y no quedarse cerca de la puerta, o irse al fondo del aula. Se puede pensar que es por no molestar más, al llegar tarde e interrumpir, pero también se puede pensar que se quiere estar lejos para evitar cualquier comentario.
Y si hablas con «autoridades», del tipo que sea, aún mínimas, después de conseguir hablar con ellos y verlos bien metidos en el tema, te dicen que lo trabajarán con su equipo, y luego un tiempo después compruebas en muchos casos que sólo han hecho una copia y ni siquiera han leído el contenido que le has presentado …. es muy triste mantener el tono de colaboración cuando alguien te hace eso. ¡Qué mínimo que sí las cosas te han parecido interesantes, qué mínimo que leerlas tú mismo y no enviarlas a otro, que no conoce el tema de nada!. Sinceramente, el poder es irritante e ineficaz.
La agenda de una «autoridad» no es que esté llena, sino que se está llenando continuamente por la improvisación de los otros. En el fondo, la autoridad es un pelele que depende de lo «que tiene que hacer», y que probablemente el día anterior ni sospechaba. Reuniones concertadas en un pasillo, improvisaciones, gente que visita para temas que nos pillan de improviso ….. tal vez las llamadas «autoridades» huyen continuamente de la improvisación en que viven, o tal vez la provocan, e igual que se inicia la jornada -inadecuadamente- leyendo el periódico en vez de planificando lo que vas a hacer, ellos encuentran en la agenda improvisada una forma de huir de una realidad que no les gusta o que les gusta tanto que no pueden vivir sin ese jaleo.
Madrid ha extendido por el universo-españa la acentuada manía de reservar …. en todos los sitios adonde vas. Resulta curioso llegar a un restaurante sin reserva, no haber nadie o casi nadie en las mesas …. es decir, estar prácticamente todas disponibles, y el que te recibe preguntarte: ¿tienen reserva? negarlo y mirarte como con un toque de desprecio y después de mirar en el libro de reservas …. un rato … decirte: puede pasar ….. y resulta que una hora después cuando estás terminando de cenar …. ver que el restaurante todavía tiene desocupadas un buen porcentaje de mesas. Curiosa manera de «autovalorarse» innecesariamente.