Cuando la gente normal -es decir, no obligatoriamente talentosa- tiene algunos grados de libertad para trabajar con otra gente normal, los resultados son muy buenos.

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Cuando alguien calificado como «con talento» trabaja con otros «con talento», los resultados son regulares y casi siempre producto de individualidades.

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Cuando la gente se cree o le han hecho creer que es mucho mejor de lo que realmente es, resulta hasta ridículo

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Mucha gente es básica e inútilmente destruída por la calificación de otros, sobre todo, si son profesores, si son jefes, si son padres-madres.

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Cuando la gente normal, igual que otra cualquiera, se siente demasiado destruída o apartada o los echan al paro y los tienen años, o les han bajado el sueldo porque hay austeridad, intenta y desde su casa, en principio, sublevarse. Como es en gran medida mayoría silenciosa de esas que gustaban tanto a Franco como a Rajoy, acaba en manos de los peores, de los más sádicos, porque en el fondo sienten que sólo destruyendo les van a dejar seguir siendo normales. Y éste, en cierta medida, es el caso de Trump en USA.

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Los que han subido a presidente al sádico han sido los normales, pero claro acompañados de muchos psicóticos y anormales, pero casi de manicomio. Parecido a lo que ocurrió en 1933 en Alemania.

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Ahora una buena diferencia entre Trump y Hitler es que éste último era un sargentillo, o sea que procedía de abajo. Sin embargo, el de ahora habla con los demás como si no fueran nadie, porque se cree que es único: es multimillonario y además, presidente USA, ¿quién le puede callar? Nadie y que no se atreva. Pobre de él.

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