Miedo, miedo, miedo a la realidad, miedo a la libertad, miedo al conocimiento. Detrás de muchas cosas está Fromm, ¿no creen?. Es una sorpresa descubrir “El miedo a la libertad”, una sorpresa que siempre sorprende.
El miedo casi siempre responde a la pasividad, a la regresión, a “hacer la estatua”. Si el rio se mueve, y yo estoy parado, al final, empiezo a sufrir las consecuencias psíquicas que llamamos miedo. No siempre es así, pero muchas veces. El miedo casi siempre se manifiesta a partir de nuestra regresividad y conservadurismo. Claro que el miedo tiene una respuesta que puede ser muy peligrosa, porque la reacción ante el miedo casi siempre es la agresividad, a veces enmascarada en “defensa propia” y otras en “ofensa propia”. En fin, que el miedo debe preocupar, sobre todo a quiénes no lo tienen tan acentuado. Hay también quienes aprovechan el miedo de otros o lo fomentan, tal vez porque sean más o menos sádicos, o por intereses, que son muchos los que hay descontrolados. Siempre pongo como ejemplo de fomento del miedo de tipo interesado el de las escuelas de negocio: se aburren de decirles a sus posibles postulantes, que el sistema es muy competitivo, es difícil enfrentarlo y hay que estar siempre preparado. Se parecen a la American Rifle de Charlston Heston. Perdonen la boutade. Los que me conocen, ya saben lo que me gusta criticar estas situaciones.
Pienso que el miedo, sólo el inevitable, aquél que nos sorprende sin quererlo o en mala posición en la pajarera. En todo caso, hay que prepararse para no tener miedo, porque si lo tenemos nos construímos nuestra propia cárcel y al final, tememos más perder, que miramos las oportunidades y la vida, que a fin de cuentas es una sola y hay que vivirla: Carpe diem, que dicen los modernos. De todas formas, lo mejor frente al impulso del miedo es el conocimiento, y sobre todo, el conocimiento de uno mismo, de los propios límites y de tu propia identidad, y conocernos a nosotros mismos es el principio de conocer a los demás, poder preverlos y por tanto, saber que casi nunca podemos sentir miedo de los seres humanos, pero también saber cuando es preciso estar alerta y defenderse.
Bien, pues la innovación es una forma de evitar el miedo, de saber lo que somos y lo que no somos, lo que podemos hacer y lo que no podremos hacer, lo que nos gustaría y lo que es posible, lo oportuno y lo deseable. Es un mundo donde el horizonte es lejano, muy lejano, pero que vivirlo es bello, muy bello, es intenso, es un reto, es una manera de vivir pensando en los demás.
Porque pienso también, si me permiten, que la solidaridad siempre es más fácil en la dificultad, en la pena, en el duelo, en el peligro. Y realmente, si nos sentimos fuertes y únicos, centro de todo el universo –aunque sólo sea evitando mirarlo y conocerlo-, profundizaremos en nuestro egoísmo e individualismo, mientras que si sentimos la realidad de la vida, nuestra auténtica pequeñez, nuestra virtualidad e intangilibilidad, y dejamos de sentirnos “elegidos”, quizás entonces, como muchos ya han hecho, empecemos a pensar que los otros son muy importantes, que tenemos que saber conjuntarnos, hacer las cosas con otros, comunicarnos, respetarnos, en definitiva, vivir más intercomunicados y mejor.
Y la intercomunicación, al menos en mi modelo, es el principio y la fuente de la innovación y del conocimiento. Por tanto, hacer innovación es evitar nuestra innata tendencia a ese miedo regresivo, que más de una vez nos puede paralizar.
Conocer la realidad no es siempre grato, pero es mejor saber que imaginar. Cuando sabemos, aunque la situación sea desfavorable, podemos enfrentarla. Ahora bien, si no sabemos, sino que sólo imaginamos, lo que hagamos entra dentro de un resultado azaroso y ciertamente caótico que no nos evita el riesgo a equivocarnos, sino más bien nos introduce en el mismo. Además, si acertamos sin saber, acabamos creyéndonos supersticiosamente que “somos una especie o una persona elegida”, que podemos ser infalibles y ya sabemos las consecuencias para uno y para los demás que tienen esas megalomanías, que por cierto nos llevaron a una gran guerra mundial y quizás nos lleven, por desgracia, a otras.
Total, que la mejor terapia contra el miedo y, consecuentemente, para la agresividad, es innovar, y para eso, hay que aprender, y se aprende haciendo, y se aprende aprendiendo con los otros, en corro, en procesos y espacios de intercambio, en intercomunicación, en cooperación, en ayuda mutua. ¡Qué tengan buen viaje!
El miedo casi siempre responde a la pasividad, a la regresión, a “hacer la estatua”. Si el rio se mueve, y yo estoy parado, al final, empiezo a sufrir las consecuencias psíquicas que llamamos miedo. No siempre es así, pero muchas veces. El miedo casi siempre se manifiesta a partir de nuestra regresividad y conservadurismo. Claro que el miedo tiene una respuesta que puede ser muy peligrosa, porque la reacción ante el miedo casi siempre es la agresividad, a veces enmascarada en “defensa propia” y otras en “ofensa propia”. En fin, que el miedo debe preocupar, sobre todo a quiénes no lo tienen tan acentuado. Hay también quienes aprovechan el miedo de otros o lo fomentan, tal vez porque sean más o menos sádicos, o por intereses, que son muchos los que hay descontrolados. Siempre pongo como ejemplo de fomento del miedo de tipo interesado el de las escuelas de negocio: se aburren de decirles a sus posibles postulantes, que el sistema es muy competitivo, es difícil enfrentarlo y hay que estar siempre preparado. Se parecen a la American Rifle de Charlston Heston. Perdonen la boutade. Los que me conocen, ya saben lo que me gusta criticar estas situaciones.
Pienso que el miedo, sólo el inevitable, aquél que nos sorprende sin quererlo o en mala posición en la pajarera. En todo caso, hay que prepararse para no tener miedo, porque si lo tenemos nos construímos nuestra propia cárcel y al final, tememos más perder, que miramos las oportunidades y la vida, que a fin de cuentas es una sola y hay que vivirla: Carpe diem, que dicen los modernos. De todas formas, lo mejor frente al impulso del miedo es el conocimiento, y sobre todo, el conocimiento de uno mismo, de los propios límites y de tu propia identidad, y conocernos a nosotros mismos es el principio de conocer a los demás, poder preverlos y por tanto, saber que casi nunca podemos sentir miedo de los seres humanos, pero también saber cuando es preciso estar alerta y defenderse.
Bien, pues la innovación es una forma de evitar el miedo, de saber lo que somos y lo que no somos, lo que podemos hacer y lo que no podremos hacer, lo que nos gustaría y lo que es posible, lo oportuno y lo deseable. Es un mundo donde el horizonte es lejano, muy lejano, pero que vivirlo es bello, muy bello, es intenso, es un reto, es una manera de vivir pensando en los demás.
Porque pienso también, si me permiten, que la solidaridad siempre es más fácil en la dificultad, en la pena, en el duelo, en el peligro. Y realmente, si nos sentimos fuertes y únicos, centro de todo el universo –aunque sólo sea evitando mirarlo y conocerlo-, profundizaremos en nuestro egoísmo e individualismo, mientras que si sentimos la realidad de la vida, nuestra auténtica pequeñez, nuestra virtualidad e intangilibilidad, y dejamos de sentirnos “elegidos”, quizás entonces, como muchos ya han hecho, empecemos a pensar que los otros son muy importantes, que tenemos que saber conjuntarnos, hacer las cosas con otros, comunicarnos, respetarnos, en definitiva, vivir más intercomunicados y mejor.
Y la intercomunicación, al menos en mi modelo, es el principio y la fuente de la innovación y del conocimiento. Por tanto, hacer innovación es evitar nuestra innata tendencia a ese miedo regresivo, que más de una vez nos puede paralizar.
Conocer la realidad no es siempre grato, pero es mejor saber que imaginar. Cuando sabemos, aunque la situación sea desfavorable, podemos enfrentarla. Ahora bien, si no sabemos, sino que sólo imaginamos, lo que hagamos entra dentro de un resultado azaroso y ciertamente caótico que no nos evita el riesgo a equivocarnos, sino más bien nos introduce en el mismo. Además, si acertamos sin saber, acabamos creyéndonos supersticiosamente que “somos una especie o una persona elegida”, que podemos ser infalibles y ya sabemos las consecuencias para uno y para los demás que tienen esas megalomanías, que por cierto nos llevaron a una gran guerra mundial y quizás nos lleven, por desgracia, a otras.
Total, que la mejor terapia contra el miedo y, consecuentemente, para la agresividad, es innovar, y para eso, hay que aprender, y se aprende haciendo, y se aprende aprendiendo con los otros, en corro, en procesos y espacios de intercambio, en intercomunicación, en cooperación, en ayuda mutua. ¡Qué tengan buen viaje!