Vender, vender, vender …… 2. Las leyes del capital

Hablaba Sigheto Tsuru en «¿Adónde va el capitalismo?» que el punto débil del capitalismo era la «presión para vender», para vender todo lo que es capaz de producir explotando y «esclavizando» a las gentes, añado yo.

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Esta presión para vender se ha acentuado y sigue haciéndolo a cada momento, a cada instante. Se puede producir mucho más y más barato, casi hasta el agotamiento físico y el condicionamiento y hasta destrucción de las personas, sobre todo, combinando con una innovación técnica que aumenta la productividad, con las formas autoritarias y dependientes de complementarlas que son las personas. Cada vez más las personas son más marginales y subordinadas en el sistema productivo, tienen un menor precio-salario por unidad producida y están más desamparadas para reclamar algún derecho, de tal forma que nunca tantos estuvieron tan «solos ante el peligro» del capital anónimo, de la globalización del capital. Es cierto en buena medida que los problemas no son tanto productivos como distributivos y especialmente, están concentrados en esa presión para vender que es la materializa los resultados productivos.

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En esa esfera del sistema, en la venta, por ahora las personas siguen siendo relativamente insustituibles y aún necesarias, aunque internet ha hecho mucho para mejorar los sistemas on line, e ir sustituyendo la función del vendedor. Tal vez porque el salario medio de los vendedores ha sido siempre relativamente bajo o tal vez porque se pueden organizar cuadrillas en forma de equipo o individualmente para «atacar» competitivamente las posiciones del cliente, lo cierto es que la presión para vender que antes sentía más acusamente el sistema, ahora se ha ido ubicando, primero y aceleradamente, en los «vendedores» y cada vez más en los potenciales compradores.

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Los vendedores se convierten en la vanguardia de la presión para vender, y se agotan -auténticamente, realmente- en su tarea de impulsar la venta, cualquier venta, siguiendo instrucciones muy precisas desde los capataces y jefes-directores de venta; los consumidores no sólo están en continua transformación hacia un horizonte de «dependencia consumista», sino que continuamente son reclamados y urgidos por los vendedores para que compren más y más y más. Todo ello es consecuencia de la presión para vender de todo el sistema. Hoy todo esto casi se ha hecho anónimo. En realidad, el consumidor casi no sabe con quién está tratando y por supuesto, en la gran mayoría de las veces, no ve su cara, no sabe quién le vende. Sabe, o cree saber, qué marca ha comprado -aunque esto también es discutible, pues los mercados oscuros, con réplicas y copias son buenos, imaginativos y lo que es más valorable en el capitalismo, y engañadores-, aunque nunca está seguro de haber sido engañado. Pero el consumidor poco a poco se acostumbra a lo inevitable -ser engañado o creerse que no lo ha sido- y acaba promocionando su compra con otros, de manera evidentemente exagerada.

Supongamos que el consumidor ha ido a un hotel y le piden su opinión a posteriori. Si le ha ido bien, proclamará a los cuatro vientos que le ha ido estupendo -siempre tendiendo a exagerar lo que ha vivido: en el fondo, le interesa hacerlo porque así está «valorizando» sus vacaciones o su fin de semana de cara a los demás; ha sido realmente un privilegiado-; si le ha ido regular o mal, tenderá a moderar sus comentarios, en la desconfianza de que ni siquiera van a ser vistos -en muchos casos, asi es-, o que no vale la pena mostrar nuestra inconformidad con nuestra propia elección: quedamos mal ante todos los conocidos y hasta muchos,pensamos, se dirán: «éste tío es un poco tonto. Eso o me ocurriría a mí». Por eso, muchas de las veces en que vamos «siguiendo recomendaciones de otros», nos encontramos con que lo que era en la recomendación de 9 se convierte en un 6 «pelao». Pero los tripadvisor de turno siguen siendo un lugar de encuentro para saber como son las cosas …… -cuantas veces pensamos que la recomendación la ha hecho el propietario o la cadena de hoteles o …..-. En defnitiva, una buena coartada para que la gente marque su propia competencia, generalizando una exageración de su sentir, que le interesa para concluirse que su fin de semana ha sido maravilloso.

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En cualquier caso, lo cierto es que recibimos -sobre todo, en mails y móviles, ipads y otros- miles de anuncios, propagandas, que nos incitan a comprar, porque han producido mucho, explotando a muchos, y ahora necesitan que les compremos, unas cosas por supuesto maravillosas que nos traspasan a mundos de ilusión, donde parece querríamos vivir. Cada día es más machacona la «oferta de ventas» y no podemos abrir ningún aparato internet sin encontrarnos con múltiples ofertas, a veces muy evidentes -nos tapan la página que queemos visitar-, otras subyacentes, que aparecen entre los artículos o a pié de página ….. algo que finalmente tendrá sus repercusiones en nuestra limitada cabecita. Vender, vender, vender, that´s the questión. Es la cuestión central. Todas las trampas son posibles a la hora de vender. El marketing y la publicidad-propaganda se han convertido en un vehículo de engaño social permanente, y con eso queremos decir que nadie se puede librar de ellos, porque siempre están ahí al acecho de nuestra vista, de nuestros oidos, de nuestros sentimientos, de nuestras debilidades, y hasta de nuestras identidades. El vender, vender, vender es un sistema de engaño social, el más perfeccionado de todos los conocidos. Y en bien para las organizaciones y corporaciones que «necesitan» urgentemente vender cada día más, vender mucho más, crecer en su ambición vendedora y colocar las mercancias al precio que sea: ¿como es posible que te vendan un vestido, por ejemplo, por diez euros, siendo el transporte gratis y supuestamente siendo un vendedor asiático? No es posible, no ….. pero ocurre. Y en eso consiste la manipulación de la venta, porque si fuésemos hasta el fondo, al final del pasillo, nos encontraríamos con un montón de gente desempleada, debido a un sistema productivo que les obliga a esclavizarse; a otro montón de gente mal pagada y viviendo en condiciones extremas, a pesar de trabajar jornadas de doce o catorce horas diarias -como si estuviésemos en la Inglaterra de la que nos habla Carlos Marx en El Capital-, con una sociedad que es más y más ignorante y que cuando tiene ocasión de estudiar, sólo puede avanzar en su escala social si se vende a la empresa -por ejemplo, los trabajadores de Coca-Cola no pueden ser vistos consumiendo un producto distinto de los que ellos venden: ¿les parece más subordinación? o no pueden defender sus derechos afiliándose a un sindicato-. No te dejan desarrollar tu pensamiento, pensar, te obligan a vivir en un mundo estrecho y sin color, como si fuéramos agricultores de la United Fruit en América Central. Todo lo que les pagan, vuelve al empresario cobrándoles los productos de primera necesidad a precios casi especulativos.

La presión para vender no es igual para todos. Las grandes corporaciones, que monopolizan total o parcialmente su sector, tienen menos presión, excepto cuando estamos en una crisis económica, donde tienen que preocuparse de sus ventas. Las empresas grandes, que no llegan a corporaciones, lo tienen peor, y suelen ser mas agresivas y si no es así, desaparecen con facilidad. Las empresas medianas o pequeñas, con rarísimas excepciones, viven una crisis continua, todos los días se juegan la supervivencia y la presión para vender es impresionante -téngase en cuenta que éstas constituyen la mayoría de las empresas y de los empleos en cualquier país-. Las fórmulas, que benefician todavía más y transfieren plusvalias para las corporaciones y las grandes, pasan por conseguir «trabajar» o ser «subcontratado» por una de esas empresas y depender de su fortuna -suerte-. De esa forma, las que lo consiguen, reducen su «presión para vender», aunque siempre dependerán de las condiciones, cada día más exigentes, de las grandes empresas para las que trabajan. Estas empresas resisten más que otras sin esa protección, pero también están en el límite de la explotación, dado que han de asumir las renegociaciones que las grandes organizaciones ponen encima de la mesa si quieren seguir «disfrutando» de los privilegios de ser sus suministradores. Poco a poco, esas empresas que viven entre la bonanza que han adquirido al ser suministradoras de El Corte Inglés, por ejemplo, y la debilidad derivada de su relación de subordinación con la grande, acaban quebrando entre la ambición y la subordinación, y dan paso a otras, menos humanas, más agresivas y exigentes hacia abajo -peores condiciones de trabajo, salarios, jornadas, etc- y que eso les permite sustituir a aquellas que ya no podían presionar más hacia abajo.

La presión para vender genera una sociedad de engaños, de corruptelas, de corruptos, de desconfianza, de exageraciones, ….. una sociedad débil, y que no sabe que se esclaviza a cada nuevo paso que da. La presión para vender es ineludible, y la tendencia a más, es decir, la tendencia estructural está marcada, no hay paso atrás. El capital para sobrevivir ha de seguir presionando. Da lo mismio que hayamos inventado máquinas y artilugios que podían reducirnos nuestro esfuerzo y permitir que vivamos mejor, no, no es posible parar. Es preciso que el capital siga en lo que es su función intrinseca, seguir produciendo, para seguir presionando, para seguir vendiendo, para seguir creciendo, para seguir …….. como decimos en mi tierra: para seguir escarallándolo todo.

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