Ser bueno, no el mejor

Es una máxima, aunque no me gusten las máximas, ni las mínimas. Hay que ser bueno, es decir, bueno en todo lo que emprendes, a aquello a lo que te dedicas, a saber estar con los demás, … a ser entre un 6 y un 8,5 sobre 10.

No es nada interesante ser el mejor: ser el mejor es ser el mejor especialista, y cuando se es especialista, casi siempre hay muchas tuberías que arreglar que no funcionan bien. Ser el mejor es un peso personal y social, y normalmente se consigue o bien a costa de otros, o bien a costa de uno mismo. No vale la pena, y nunca mejor dicho, lo de la pena, porque puede ser una pena o una condena que se arrastra. Además, no siempre se puede ser el mejor, y ¿cómo se lleva no serlo? Horrible, horrible, aunque uno se haya cansado de serlo, y piense que es mejor ser el número dos o tres o veinte, en lugar del número uno.

Por desgracia, la sociedad capitalista está organizada para “forjar” -es un decir- números unos. No quiere más que números unos. En cuanto alguien no consigue seguir siendo el número uno es olvidado casi totalmente, o sólo acogido por los que han quedado pensando que alguna vez recuperará ese número uno. Hay muchas frustraciones en los números uno, y no me refiero sólo al deporte, claro, sino también a todas las esferas de la vida, sea profesional o personal.

Por ejemplo, hay que ser bueno en la cama, pero no el mejor. Y además, ¿quién puede saber si eres o no el mejor y para qué importa, salvo para ensalzar el propio ego?. Hay que ser bueno con los amigos, pero no el mejor amigo, uno bueno, y ya. Hay que ser bueno en tu profesión e intentar mejorarla todos los días de tu vida, sea que sigas en activo o te jubilen, pero no el mejor, sólo ser bueno. Es mucho más importante que ser el mejor y provoca hasta menos envidias.

Los buenos superlativos en nuestra sociedad suelen ser los números dos, es decir, aquellos que son capaces de construir al número uno, mantenerlo, y se nota que son más inteligentes, más trabajadores, más sagaces, y hasta más atrevidos que el número uno, pero prefieren que haya otro que sea el número uno, no sólo es más cómodo sino que si fueran el número uno harían el tonto como el número uno actual.

En las oposiciones, hay quién saca, y está extraordinariamente orgulloso -y lo saca cuando puede en público-, dado que se establece un orden, el número uno. Malo para quién contrata a ese número uno, y malo para él mismo. Si cualquiera que saca una oposición -sobre todo, si es al Estado o a las grandes empresas- se cree un superdotado, figúrense uds lo que es aquél que “ha sido el número uno”: impresentable.

La gente buena es buena, y además, es más productiva, más trabajadora, y por serlo, es más innovadora y más creativa, y finalmente, son más rentables social, empresarial y personalmente. Ah, y normalmente es “buena gente”, es gente que se lleva bien con sus amigos, que tiene alguna discusión, pero pasa; que se lleva bien con su pareja, en los mismos formatos; no es perfecto o perfecta, pero es buena, y cambiarla es un error para quién no valora lo que tiene y busca “al mejor” o “al perfecto/a”.

Ser bueno además es una cuestión relativa, porque depende de los tiempos que corran y de los momentos históricos en que se viva. Sin embargo, ser el mejor no permite ver la mayoría de las veces ningún momento, ni uno siquiera puede vivir con ese lastre a cuestas. Ser el mejor significa sacrificarse uno mismo, a los que están a tu alrededor y a todos los demás, porque el mejor acaba pensando que “no merecen nada y que él ya ha dado mucho”.

Ser el mejor es una cuestión de competición, de lucha, de primeros puestos, de palestra, de cajón de elegidos …… Ser bueno es una cuestión de competencia, de esfuerzo, de trabajo, de horizontes continuamente buscados, pero no siempre logrados, de humildad, de seriedad …. de intentarlo otra vez.

En definitiva, tenemos que ser buenos en lo que hagamos, y hay muchas cuestiones sociales donde tenemos que ser buenos. No entiendo porqué la iglesia española -tal vez, también el vaticano- impide u obstaculiza que haya una asignatura de ciudadanía -a mí, que conste que no me gusta la palabra, pero entiendo lo que se quiere y está bien-, que buscaría en último extremo que “todo el mundo fuera bueno”, bueno para sí mismo y para los demás, porque aceptaría la existencia del otro y de la convivencia y cooperación que casi nunca se puede desarrollar por la guerra de la competencia, el mercado y los fusiles. Necesitamos personas buenas, personas que les guste lo que hacen, que cuando estudien, les guste; que cuando trabajen les guste y además, si pueden, hacerlo todos los días algo mejor; que cuando traten con los demás, lo pasen bien y les guste y no se atiborren de droga o de alcohol; que respeten al otro, pero que no sean “estajanovistas” de la moral, del trabajo, ni números uno. Esas son siempre patrañas del capital para tenernos divididos buscando la “infelicidad” que lleva implícito ser “el mejor” (sic).

Y muchas cosas más que podría escribir sobre el asunto, pero prefiero no agotar el discurso. Pienso que he trabajado bastante bien, aunque seguro que la próxima intentaré hacerlo mejor.

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