La competencia en la globalización lleva a promover formas de neo-esclavitud, de precariedad y de costes bajos y “competitivos”. Las instituciones estatales para defenderse utilizan sistemas educativos fuertemente condicionadores de la libertad y orientados a hacer cosas –cualquier cosa-, de bajo nivel de calidad para la mayoría, no siendo necesarios muchos estudios ni pensamiento para que estén disponibles en el mercado precario. De hecho, mejor con lo más elemental y con la máxima especialización. Porcentualmente la “competencia” precisa de más gente disponible con pocos estudios o muy especializados, y de menos proporcionalmente de personas muy preparadas, pero en cualquier caso, perfectamente “alineadas” con el poder de las corporaciones o de las instituciones.
Todo se ha hecho más “competitivo” y hasta más “de supervivencia” y eso conlleva que no nos vamos a parar en “tonterías” –como pensar o desarrollar capacidades humanas-, sino que nos vamos a preocupar por los resultados y la supervivencia. Y una sociedad en términos de supervivencia, es una sociedad autoritaria y que no necesita del pensamiento más que para gestionar recursos (ahora no escasos, sino supeditados y fácilmente utilizables, como es la contratación laboral que ya “emplea” a más de un millón de británicos, el famoso “contrato” de “cero horas”.
Para esto no se necesita aprender, sino someterse, dependizarse y nada está más lejos de la libertad que el sometimiento y la dependencia. Si esa es la única opción institucional y del poder de las corporaciones y por tanto, de todo el sistema globalizado, las opciones innovadoras humanitarias que generen espacios de aprendizaje abiertos, democráticos y en función de las propias necesidades, no tienen sentido ni “valor”, es decir, precio y por tanto, son sólo costes que no producen beneficios. Para explotar o esclavizar no se necesita personas que piensen, sino personas que cumplan porque no les queda más remedio.