Escuchamos mal. Cuando alguien sospecha que no lo estamos haciendo, nos pregunta: ¿me estás escuchando? y nosotros decimos que si, a veces, se amplía la pregunta y se dice: «entonces, que te estaba contando» y uno recurriendo a la memoria inmediata, le dice algo de lo que realmente no estaba escuchando. Cuando no escuchamos en grupo y todos hablamos casi al mismo tiempo, o cuando no escuchamos en el aula, sino que sólo queremos decir lo que «tenemos que decir», estamos cometiendo un grave error no sólo de educación y de democracia, sino de utilidad de lo que hacemos. Si no escuchamos, mal podemos dialogar, y si no dialogamos, nuestro monólogo no va a encontrar mucha acogida en los demás. En definitiva, si uno quiere avanzar, escucha, escucha.

Pienso que es un defecto muy universal, pero que se acentúa en nuestra cultura -llamémosle, latina, por ponerle un nombre-, dónde estamos demasiado acostumbrados a escuchar mal, dentro del barullo que normalmente se produce en nuestros encuentros, tertulias, aulas o pasillos. Pienso que aprender a escuchar es algo que está de alguna forma implícito en aprender a cooperar y a valorar a los otros, pero tiene sus matices diferenciales y complementarios respecto al trabajo en grupo. Aprendiendo a trabajar en grupo es indudable que se aprende a escuchar, pero escuchar es un término más amplio que lo imprescindible para trabajar en grupo.

En el aula, sobre todo, en la universitaria -que conozco un poco mejor-, el profesor escucha poco y el estudiante tiene que escuchar demasiado. Existen por supuesto profesores que escuchan con atención y tienen un amplio respeto por lo que dicen los alumnos, pero no es una generalidad, y entiendo que es un punto débil de nuestro trabajo o formación como profesores que sería bueno corregir, al menos en cierta medida. Y es una pena, porque los estudiantes tienen muchas cosas y muy interesantes que decir, y hasta a veces se atreven y las dicen -sobre todo, si hay un espacio facilitado por el profesor-, y además, muchas cosas e informaciones que el profesor no tiene o no es especialista en ellas.

Si se hace posible un espacio de aprendizaje abierto a la participación, la escucha -por parte del profesor, y de todos en general- se hace imprescindible. En este tipo de espacios más democratizados y participativos, los alumnos trabajan un tema, normalmente en grupo, luego lo exponen, el profesor escucha y después de que varios grupos hayan hecho su discurso, hace una labor básica que es INTEGRAR los discursos parciales y darles un contenido referencial teórico que certifica la bondad de las aportaciones grupales.

Este formato de escucha activa-síntesis es básico cuando se trata de generar espacios participados. Además, la escucha y el silencio correspondiente, facilita la síntesis, la hace posible, porque un observador que interrumpe o participa de los diálogos activamente, es un mal observador. Y como la síntesis nace normalmente de una buena observación, integrada a partir de interrelaciones entre las partes, las síntesis y las referencias consiguientes están más que aseguradas.

Por lo que el grupo de estudiantes, en ese espacio, siente:
a) que ha trabajado y su aportación ha sido reconocida;
b) que ha sido reconocido en público, dado que sus argumentos han sido utilizados en la integración del discurso grupal, bien por el profesor o por otros grupos que añaden informaciones y análisis,
c) el timing del aula ha ido desde los elementos básicos, mínimamente inventariados, desde la realidad del espacio de aprendizaje, para poco a poco ir desarrollando las consecuencias y representación de lo que se aprende, para luego finalizar en un final provisional, una síntesis, que por supuesto, será punto de partida de nuevas investigaciones.

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