«El día en que el trabajo muscular y nervioso, manual e intelectual a la vez, sea considerado como el mayor honor de los hombres, como el signo de su virilidad y de su humanidad, la sociedad estará salvada. Pero ese día no ha de llegar mientras dure el reinado de la desigualdad, mientras el derecho de herencia no sea abolido» Bakunin
Reflexionemos sobre la herencia y la desigualdad en lo humano. ¿Qué herencia sería compatible con la igualdad? Sin dudarlo, la respuesta sería: la del conocimiento, la de los maestros, la de nuestras herencias culturales, la de lo que hemos hecho como seres humanos. Eso nunca nos haría desiguales. Es una herencia que podemos compartir, que podemos disfrutar todos, sin discriminación alguna.
No, la herencia que nos haría desiguales, que nos hace desiguales, es la herencia producto de una apropiación, de un robo de otro, de una expropiación a partir de explotación o del robo mismo. Por ejemplo, lo que ha ocurrido con los bancos y nuestras deudas actuales, que se han casi duplicado, merced a sus rescates obligados para mantener su propiedad intacta y la nuestra empobrecida. Que nosotros paguemos por los «pecadores» es una expropiación político-social más. Qué tengamos que pagar los chanchullos de multitud de políticos, son redistribuciones negativas de renta y riqueza, donde los perjudicados siempre son los mismos; que privaticen el patrimonio público por «tres perras» es «otra oportunidad» grandiosa que se facilitan los del poder a ellos mismos o sus amigos; hasta que se hable de las aportaciones de los empresarios a la seguridad social, cuando en realidad esas aportaciones son nuestras, parte de nuestra retribución y que ahora se nos quita para luego tal vez recuperarla en servicios, es otra apropiación, esta vez inmaterial; y así. Todo esto genera desigualdad, y siendo consecuencia en gran medida de las decisiones de otros, acaban generando problemas económicos y vitales para nosotros, para el pueblo en general. Hoy en día se habla de la pérdida de poder adquisitivo de las clases populares. No se pierde sólo, sino impulsado por la rapiña de los más ricos, de los más poderosos, de los de siempre.
Total, antes de herencia es propiedad, y antes de propiedad apropiación, y antes explotación o robo en cualquiera de sus formas: la acumulación primitiva de capital no acaba con el comienzo del capitalismo, ni tampoco las desigualdades; sino que más bien, se acentúa, y específicamente en los últimos treinta años, con el reinado de los alexithímicos, de los llamados neo-liberales (¿por qué siempre me hará sospechar la palabra neo?), de los Tio Gilitos, de los acumuladores de poder y de capital.
Porque además si de la totalidad de los Don Nadie que somos todos, sale adelante un nuevo rico, en algunas ocasiones, ha adquirido esa riqueza aportando una buena parte de trabajo, aunque la mayoría haya sido pillería y rapiña. Pero esto puede ser cierto para la primera generación, la que empieza a destacar al apellido; pero ya no lo suele ser para la segunda, bien situada, con buenos colegios, con privilegios, y con una posición personal que parte del poder ya adquirido por su padre-madre, y ya no digamos los nietos o los tataranietos, que se irán haciendo «nobles» en sus pautas de conducta, es decir, personas con herencia o que viven desde su herencia, desde aquello que ni siquiera ellos mismos han labrado, aunque sea en corta medida, a partir de su propio trabajo.
Por eso, Bakunin dice tan bien cuando ensalza el gran valor de la humanidad, el trabajo, como símbolo de virilidad, de esfuerzo, de vida, hasta diría yo, de devolución mejorada de lo que hemos recibido. Algo plenamente humano, y que nos hace mejores. Las sociedades, dado que sólo ven que unos cuantos han logrado privilegios a partir del robo, la explotación, la rapiña y la desigualdad, acaban viendo en ese ejemplo, el ejemplo a seguir y llegan a confundir los términos de lo que les haría felices por los que les lleva a ser como sus explotadores. Esto lo expreso en esa necesidad malsana de querer «hacerse rico sin trabajar», jugando desaforadamente a la lotería, por cierto, propuesta por el Estado o por instituciones que cobijan una marca «de cierta bondad en sus genes», como es en España la O.N.C.E.
Estos fomentan como gran oportunidad la llamada suerte, a través de las loterías y otros juegos. Lo que viene a decirnos implícitamente que no podemos hacernos ricos ni casi sobrevivir trabajando, sino por casualidad, por suerte, o por las formas similares de explotación y rapiña que tienen un formato similar socialmente, y contribuyen a «degenerar» a la sociedad, enviciarla en aquello que no les hace bien (podemos repasar «El Jugador» de Dostoiesky para comprender toda esta dinámica). que finalmente los aliena, es decir, los «enloquece» hacia fines que los desamparan de lo que les hace hombres, viriles, serios, responsables, cooperativos, iguales, que es el trabajo. Porque para no ver todo esto sólo necesitamos que todos seamos: a) un poco tontos y hasta defensores de las formas de apropiación de la vida que siguen los que nos han expropiado; b) poco formados, ni acostumbrados a pensar por nuestra cuenta (el poco interés relativo que ha mostrado siempre el sistema por la educación es un ejemplo. Sólo algunos países marginales en el capitalismo muestran un mayor interés por la educación. Sólo hay que ver los resultados de PISA para darse cuenta de que los más capitalistas de esos países no aparecen en los puestos que tendrían que corresponderles, y se conforman con puestos intermedios, y sus maestros y profesores no son tratados de acuerdo con los niveles de retribución que alcanza un broker de Wall Street o un empresario; c) jugadores empedernidos, personas que piensan que no tienen que ser responsables, ni trabajar, ni disfrutar de hacerlo, sino que quieren ganar mucho y rápidamente sin trabajar, una especie de aventureros o de bárbaros que se apropian del dinero ajeno, mediante precisamente el engaño, el que se hace en los sitios de juego bajo diferentes formas: ser profesional del juego es ser una persona que engaña o sobre todo, igual que ocurre con las bolsas de valores, que tiene una información o una posición privilegiada, y eso le permite ganar lo que no ganaría en igualdad de condiciones; d)y otros muchos contra-valores humanos que deterioran lo que somos, deterioran nuestras relaciones y deterioran y a veces, estropean nuestra vida.
En un aparte, Bakunin reflexiona sobre las razones por las que la sociedad ha acabado considerando como maldito el trabajo:
«Si hoy en día el trabajo es maldito, ello se debe a que es excesivo -precisamente por las desigualdades en que se desenvuelve, diría yo: ¿Qué tal si repasásemos «Las Uvas de la Ira», la famosa película basada en la obra de John Steinbeck?-, embrutecedor y forzado; se debe a que mata el ocio y priva a los hombres de la posibilidad de gozar humanamente de la vida; se debe a que todos, o casi todos, se ven obligados a aplicar su fuerza productiva a un tipo de trabajo que es el menos adecuado a sus naturales disposiciones»
Es evidente que sólo queda la reforma o la revolución social para superar esta gran desigualdad que genera la herencia y la sociedad que se hace correspondiente a ella. Estamos siendo cocidos en una gran olla llena de agua, que es calentada poco a poco y que nos va debilitando nuestra voluntad y nuestra vida, y que nos induce a competir para sobrevivir, aún hacerlo con los supuestamente iguales, pero que han de luchar por obtener un trabajo explotador, inadecuado e injusto. Estamos luchando entre todos porque cada vez más la olla nos va quitando nuestras fuerzas y domesticando-alienando en el sistema y evitando nuestra reacción social. Ya sé que muchos me considerarán un trasnochado o un idealista, o un agitador, pero es lo que hay, al menos en parte, porque hay muchas más cosas, y a veces, mucho peores …. cuyos resultados son la pobreza cada vez más extremada, las desigualdades cada vez más acentuadas y las expropiaciones y acumulaciones de capital cada vez más corrientes en nuestra cotidianidad.