En la primera aportación de «4 Claves para innovar» (https://www.robertocarballo.com/2014/02/05/4-claves-para-empezar-a-innovar-primero-la-salud-1/) nos adentrábamos en la base del trapecio, en la salud y su importancia para la vida, y su gran énfasis en la prevención, en anticiparse, en planificar, en vislumbrar el futuro a partir del presente, previéndolo, cuidándolo.
Hoy nos vamos a centrar en la segunda clave: el desarrollo desde lo local, desde lo que podíamos llamar las raíces, allí donde nos iniciamos, donde nos criamos, en una familia, en un barrio, en una localidad, en definitiva, en unas relaciones e interrelaciones intensas, tal vez las más intensas que se pueden lograr como fusión de sentimientos y experiencias compartidas. Bases ambas de gran importancia en la configuración de una sociedad realmente sana, esta vez no en un sentido físico ni mental, sino diríamos espiritual. Todo eso se desarrolla y se fomenta en los espacios más interrelacionados. Ahí aprendemos a amar, aprendemos a relacionarnos en gran medida para siempre, podemos obtener la confianza y la seguridad de no ser engañados, podemos vivir en libertad entre los nuestros (hasta los mafiosos se lo montan bien en ese mundo: uno de los nuestros).
Esa vinculación de cariño y valores y cosas compartidas es un buen punto de partida de cualquier proceso innovador. De hecho, nosotros, cuando intervenimos en un espacio, lo primero que cuidamos es que se favorezca el conocimiento mutuo entre los participantes, cuidamos que se vaya generando un lenguaje común, unos aspectos dónde apoyarse en los otros, un respeto hacia el otro, una mayor positividad en las relaciones, ….. ya que sabemos que ese tiempo dedicado a generar un espacio ¿amable» de intercomunicación es lo que ganaremos cuando tengamos que enfrentar problemas o cuestiones difíciles o hasta contradictorias.
Bien, pues lo local es para mí eso: la innovación local es sobre todo la mejora de los espacios de participación, de cooperación, de interrelación, de conocimiento mutuo, de apoyo entre gentes que se conocen y hablan en parte un lenguaje que los identifica y que les permite caminar con menos miedo, con más sentimiento puesto en lo propio. Lo local es dónde construímos nuestras raíces, y las raíces son importantes porque constituyen un buen punto de apoyo, para aventurarnos. Se puede uno arriesgar si se siente acompañado y en cierto modo apoyado. Si uno se encuentra sólo, le cuesta más trabajo superar los obstáculos.
De ahí que para generare espacios innovadores, hay un plano que es tan importante como la vida misma (salud) y es las relaciones, la calidad de nuestras relaciones, la intensificación de nuestras interrelaciones y la confianza depositada en ellas. Para ello hay que saber mezclar. Si esos desarrollos grupales aplicables en el mundo local-territorial se estratifican, pierden casi toda su potencialidad. Como siempre transversalizar es un punto a favor de la innovación: hay que conseguir una mezcla en los grupos participantes.
Si, por ejemplo, hacemos los grupos de empresarios locales o de jóvenes de un determinado barrio o algo similar y homogéneo, conseguiremos poco. Los mejores avances se producen cuando somos capaces de diseñar espacios (grupos) que fusionen viejos, jóvenes y maduros, empresarios, trabajadores y emprendedores, un barrio con otros barrios, cualquier categoría social con muchas otras categorías sociales. Lo interesante, igual que lo es en la música, es la fusión de culturas, la fusión de categorías sociales, la fusión de la diversidad, manteniendo, por supuesto, la diversidad, pero acentuándola con cada individualidad y sobre todo, con proyectos comunes. No sólo hay que buscar espacios poco homogéneos y trabajar con ellos, sino que es preciso «conducirlos» a desarrollar a partir de sus necesidades sociales sus propios proyectos.
Una buena vía es «volverlos» hacía sí mismos, revalorizando, reconociendo lo propio, lo que ha sido hecho en su sociedad, recuperándolo en cierta manera, porque esa realidad viva no sólo acentuará su necesidad de intervenir innovando y transformando y mejorando esa realidad, sino que les moverán intereses «de lo nuestro» y les ayudarán a comprender también la importancia de los «maestros», de los ancestros, de los padres-madres, de sus entornos inmediatos, en fin, les renovarán en el cariño hacia lo propio, y por tanto, hacia sí mismo.
Esta es mi propuesta. Todavía no tengo ninguna intervención en estos términos que se pueda llamar experiencia, es decir, algo que pueda estudiarse y contrastar lo que se pretende y los métodos utilizados, pero estoy seguro al 90% de que es un planteamiento muy bueno y muy útil para las colectividades, tanto en el corto plazo, como en el medio y largo.
Por tanto, en lo local innovaremos enfatizando en la calidad de las interrelaciones. Esto no deja en el olvido otras muchas cosas que ocurrirán paralelamente en el mismo desarrollo, pero el facilitador del proceso ha de tener claro que lo que hay que enfatizar son las relaciones y para eso ha de cuidar los factores de interrelación, de intercomunicación, de buena relación entre los participantes, y también la generación de redes sociales a partir de los grupos iniciales.
Grupos heterogéneos + enfásis en intercomunicación y grupo, en cooperación + vista hacia lo ya hecho (hacia la propia historia) + Redes sociales a partir de grupos + proyectos sociales que aborden necesidades sociales = Este es el cocktail.
Reproducimos nuevamente el trapecio que expresa las cuatro claves para innovar. Hasta ahora hablamos mínimamente sobre Salud y lo Local.