Los Monopolios nos explotan. Hoy en día les llamamos corporaciones. No sólo son explotadores y dañinos para la colectividad, menos para ellos mismos, cobrando mucho más de lo adecuado por sus prestaciones de servicios, sino que destruyen la potencialidad innovadora y ellos mismos tienden a conservar lo que tienen, a comprar a otros que innovan y ahora dejaràn de hacerlo, y como agujeros negros de la sociedad y la economía, destruyen la energìa latente en la misma y la transforman en dinero para su montón de efectivo, cash, en sí mismos. Además, manipulan los procesos, construyen constantemente barreras e inhibidores para hacer más difícil el acceso a su nivel. En fin, estar acompañados de monopolios nacionales e internacionalizados, globalizados o no, es casi peor que estar acompañados de delincuencia, al menos la delincuencia piensa, y piensa en general muy bien y hasta de forma innovadora, en tanto estos gigantes se refugian en sí mismos y en la incomunicación con el resto, aunque estos sean clientes.
Hay muchos tipos de monopolios, no sólo económicos o financieros. El Estado lo es, y su comportamiento difiere poco de lo que entendemos por un monopolio: tiene el monopolio del poder, de las fuerzas del orden y de mucho más, sobre todo, de la acción «impuesta» de la hacienda pública, cuyos efectos nunca han sido debidamente documentados, descritos y vistos en profundidad.
El monopolio es una forma de discriminación, expresa la desigualdad, y es una de las razones por las que el mito del mercado no es más que eso, un mito, porque un sistema que fomenta la competencia, acaba transformándola en espacios monopolizados y explotadores, por su propia naturaleza destructiva. Según se va ganando a la competencia, esta va saliendo de la oferta al mercado, y mientras tanto, los que quedan, rapidamente se hacen con su parte del pastel y se hacen más y más monopolios, más y más poder sin supervisión, más y más odiosos en sus comportamientos sociales.
Un monopolio es un poder sin supervisión, sin observadores cualificados para poder ubicarlo en el sitio correcto. Hacen mucho daño, y tienen tanta influencia que lo normal es que parezcan buenos chicos, cuando sus comportamientos sociales son deleznables por cualquiera que los mire con un poco de profundidad. El monopolio es como un agujero negro, chupa la energía del sistema y no es capaz de devolver ni una pequeña parte de aquello con lo que ha quedado. Un lugar sin luz, y por tanto, sin innovación.
Este se va haciendo imposible según el monopolio avanza hacia su propia semi-destrucción. Los monopolios duran mucho, demasiado, y someten a sus clientes a un sometimiento propio de una tortura programada, un decir sin respuesta y unos excesos sólo soportables porque el consumidor no tiene otras alternativas.