Pienso que aprendemos si tenemos la oportunidad de hacer, de investigar, de mostrar y ejercer libertad.
La libertad se aprende ejerciéndola, igual que la voluntad que no puede expresarse, siempre parecerá que no existe. Un espacio de intercambio, de aula o de aprendizaje, en abierto, con expresión de opiniones y conocimientos, con intercambio de conocimientos, y debate poco a poco mejor organizado, es un buen horizonte, al que difícilmente se puede llegar si no existe la posibilidad de expresarse o de participar. Por eso, el punto de partida es hacer, aprender haciendo, y para ello, la voluntad ha de poder ser ejercida.
El privilegio institucional del profesor es permitirlo o no permitirlo. Pero es un derecho institucional, no necesario para emprender un espacio abierto de aprendizaje. Y la escuela, tal y como sigue siendo concebida, está pensada en términos de finales del XVIII-principios del XIX. Ya han pasado más de dos siglos. Por cierto, ya en esos momentos históricos había maestros que intentaban y conseguían un aprendizaje abierto y basado en la acción y el conocimiento combinados, a partir de la expresión libre de voluntad de los participantes. Lo cierto es que aunque encontramos mucha información, los que desarrollaron la escuela fueron más bien los que podíamos llamar institucionales o «viejos». Los viejos piensan que tienen una verdad que han de transmitir y los alumnos reproducir y devolver; y siempre quedará algo por saber, por lo que el maestro seguirá en una posición de dominio en el espacio del aprendizaje.
Y lo mismo ocurre con el esfuerzo. El trabajo se valora cuando se hace, y cada uno obtiene cosas que no conseguiría sin hacerlo. El esfuerzo se aprende esforzándose, por eso es más fácil encontrar el esfuerzo vinculado a la escasez que a la abundancia, ya que se convierte en algo que acaba siendo obligatorio para salir de la escasez. Sin embargo, si se vive en la abundancia, como ocurre en general en nuestras sociedades, se necesita poco del esfuerzo, y al final se aparca, de deja a un lado y se evita y hasta se deplora. Ahí es dónde tenemos que ayudar aquellos que de lo poco que sabemos es del bien que ha ejercido sobre nosotros, un esfuerzo convertido en trabajo y en procesos reales y complejos y muy gratificantes en aprendizaje y conocimientos.
Esto no significa, en mi opinión, obligar al esfuerzo, sino dar ejemplo de esfuerzo, de constancia, de trabajo y de la satisfacción que produce para poder hacerse sin nunca llegar, pero intentándolo una y otra vez.
De todo esto se desprende la importancia de la acción en el aprendizaje: hacer nos hace -vaya redundancia, verdad-, hacer nos induce a pensar, hacer nos confiere experiencias que son fundamento de un conocimiento casi paralelo, la acción nos positiviza, y hasta nos permite comprender mejor lo difícil que es vivir y hacer, y por tanto, las muchas razones que a veces impiden conseguir todo lo que queremos y ya. La acción deriva en madurez, física e intelectual, y en esa medida, nos hace pequeños, con esa humildad o «posición depresiva» que diría Klein tan necesaria para seguir caminando y aprendiendo.