La idea es ser capaz de reponer algo, en vez de gastarlo o despilfarrarlo todo. El sistema capitalista ha aprendido, y con él, su cultura implícita y explícita a disfrutar del despilfarro. Para ello ha dado paso a un sistema que genera dependencia para toda la vida (véase por ejemplo, las hipotecas que te «hipotecan» la vida y la libertad para utilidad y bien del sistema financiero), un sistema de crédito que sólo puede funcionar si el crédito se aumenta más y más, hasta llegar a endeudar a generaciones futuras por lo que no podemos pagarnos nosotros mismos. Ahora estamos en una cierta pausa de esa tendencia global que es el despilfarro, pero sigue funcionando en todos los niveles.
Seguimos comprando más de lo necesario, y no ahorramos, no pensamos en el futuro. Igual nos pasa con el famoso «carpe diem» que igualmente ha llegado hasta los conocimientos y las letras, de tal forma que sólo «el último nanosegundo» -y lo que ha ocurrido ahí, justo ahí- es importante. Sin embargo, ninguna civilización puede sobrevivir en el despilfarro, ni en el gasto desproporcionado, ni de unas cadenas que cada vez están más tirantes y fuertes y nos impiden ejercer libertad alguna. No, tenemos que saber recuperar la idea de memoria, la idea de ahorro, la idea de futuro, que está en el esfuerzo para no consumirlo todo, sino menos que la vez anterior, de tal forma, que no sea necesario tanto, sino que sepamos hacer ahorros de nuestros excesos, para concluir en unos menores despilfarros y excesos. Todo esto está también vinculado, aunque no lo parezca a primera vista, con la humildad necesaria, con la conciencia de límites, con la necesidad de conservación de lo que tenemos y hemos heredado y seguimos despilfarrando. No vamos a ninguna parte por aquí y no sé si será demasiado tarde cuando queramos reaccionar. Todo lo estamos cambiando en esta sociedad basada en el intercambio, en el crédito y en vivir sin futuro.
Tal vez mis lectores no se merezcan una entrada como esta, pido disculpas, tal vez es mi estado de ánimo.