“No llega antes el que va más rápido sino el que sabe adónde va” (Séneca)
Es evidente que no es fácil saber adónde se quiere ir, y no siempre, porque las circunstancias cambian. Después de un evento, es fácil “perder el sentido de lo que quieres hacer” y “dormitar” un tiempo, hasta que vuelves a encontrarlo. Por otra parte, saber adónde se quiere ir no siempre es tarea fácil, no es sólo cuestión de voluntad, sino de oportunidad y de interés. Cuando hay muchos caminos posibles es difícil decantarse por uno, pero es mejor tener muchas alternativas que una sola o ninguna, a pesar de que pueda ser un inconveniente tener que elegir. La vida es una elección constante, y podemos ver el camino recorrido, pero no siempre tener certeza de que en cada cruce tomamos la mejor opción, y además, ¿quién podría decir que algo es una mejor opción?
No siempre he sido consciente de adónde quería llegar …. aunque en muchas etapas de mi vida, saber adónde quería ir se convirtiera en algo decisivo. Recuerdo que cuando estaba en la antesala de la universidad, quería aprender, quería estar en la universidad, no me planteaba nada que no fuera participar en ese proceso. No tuve ninguna duda en trabajar duro para tener la oportunidad de aprender. Recuerdo que cuando llegué a Madrid y empecé a ganar mi dinero en mi empleo en la banca -como auxiliar bancario, no como banquero-, lo primero que hice fue “hacer una cuenta” de libros, y empecé a agotar el crédito que me daba Aguilar por 600 pesetas mensuales. En ese momento, ganaba 3.900 ptas, de las que 2.400 se iban en pensión y manutención. El resto se lo llevaba el transporte y los viajes, dos al año, a mi tierra. Y aún me quedaban unas 500 pesetas mensuales para ahorrar para una de mis ilusiones una vez que llegué a la universidad: poder disfrutar de unos cursos por “oficial”. Hice tres cursos por libre porque tenía que trabajar y no podía ir por la mañana a las clases. En esa época no había clases oficiales por la tarde.
¡Qué suerte tuve con el padre que tenía! Era maravilloso, su ejemplo, su ejemplo. Él me adentró en el gusto por la lectura, o por la crítica, o por el cine, o por la historia, o por la ciencia, o por ……. tantas cosas. No me dí cuenta hasta que pude comparar … y me sentí un privilegiado, aún cuando no lo era porque nuestra situación ecónomica era mala, una clase media-baja, con grandes altibajos.
Todavía recuerdo como me empezó a gustar la química o Brasil. La primera, por un libro de divulgación que “le robé” a mi padre; la segunda por otro libro, este de Stephan Zweig: “Brasil, país de futuro”. Zweig me sonaba a novelista porque mi padre había hablado de una novela suya, algo de una carta, que se me quedó grabado. Lo cierto es que cuando leí el libro, me hice “pro-Brasil”, brasileñista o como se me quiera llamar. Descubrir Brasil fue como descubrir Buenos Aires ….. una ilusión que pude realizar, después de sentirlas a ambas muy adentro de mí.
Pero …. ¿cómo saber adónde ir o manejar un horizonte sin que sea excesivamente idealista y ensoñador? No lo sé …. pero a mí me gusta de vez en cuando soñar, soñar despierto, más que dormido. Me gusta imaginarme proyectos y sobre todo, hacer algo por los demás …. Me gustaría tener más oportunidades de hacerlo, pero no siempre es fácil, ni aunque tengas buena voluntad y hasta desprendimiento.
Mi sueño desde hace unos años es ayudar a reducir “la montaña de la pobreza”, ayudando precisamente a aquellos que más lo necesitan y lo valoran. Estoy hasta cierto punto cansado de dar mucho a quiénes no lo valoran ….. es una pena no poder hacer todo esto con más frecuencia. Ya estoy en edad de dar, de trasladar mi experiencia, de donarla, ya que no tengo dinero, al menos he acumulado cierta experiencia y he elaborado conocimiento a partir de esa misma experiencia ….. y me gusta dar lo que tengo …. aportarlo y que pueda ser útil, si el otro quiere.