De los 6 a los diez años estuve en un colegio para mi extraordinario, en todos los sentidos. No sólo porque su maestro, don Rafael, era un ser admirable como maestro, un auténtico maestro, en todas las facetas de siempre de ser maestro: saber, motivación, justicia, reglas del juego para todos, para él también ….., sino porque el aula era también especial, y quiero hablar del aula, un aula que probablemente otras personas de mi edad o tal vez más jóvenes pueden recordar, y pienso que también tuvo su importancia en lo que yo aprendía y cómo me motivaba.
En el aula había niños de 5 a 14 años. Todos mezclados, pero naturalmente nos íbamos colocando los que podíamos más fácilmente ser amigos o entablar amistad, y el arco de años de mis amigos era entre los seis y once años. Los de más de once años eran muy mayores, y también es cierto que no me relacionaba con todos los de esas edades. Aprendíamos una enormidad de nuestros iguales o desiguales, pero más o menos de edades diferentes. Eramos de extracción de baja a media-baja y esa mezcla también favorecía los aprendizajes.
Tendría yo ocho años y me sentí muy bien en aquél ambiente, y ya era bastante respetado, entre otras cosas, porque don Rafael ponía una tarea en la pizarra, una gran tarea que abarcaba de todo, desde análisis morfológico y sintático, hasta ecuaciones algebraicas de primer grado, y que el que quisiera podía hacer lo que pudiera. A los ocho años acabados de cumplir yo hacía y muy rápidamente toda la tarea, que era mucha. Pocos podían hacerlo y máxime los de mi edad. A mi me gustaba, me motivaba y en poco tiempo me hice con la cuestión. Tenía tres compañeros que también se lanzaban a la tarea y «competíamos» -esa no sería exactamente la palabra, más bien queríamos- en hacerla más rápido o mejor, sin fallos. Uno de ellos se sentaba casi siempre adelante o atrás de mi -las mesas eran para dos o tres, y a mi me gustaba sentarme en las del centro que eran de dos-, y la experiencia que quiero contar es que el aula tenía seis mapas, uno de cada continente y otro de España,, y desde dónde nos sentábamos, hacia el medio del aula, que no era muy grande, pero estaríamos de 50 a 70 alumnos, no puedo calcularlo con exactitud, repito, desde donde nos sentábamos podíamos ver los mapas. Eran mapas físicos y políticos, todo junto. Y no sé como, pero empezamos a jugar los que estábamos en los pupitres de alrededor a un juego que inventamos. Buscábamos algo en un mapa y los demás tenían que encontrarlo. ¡Cuánta geografía y ubicabilidad aprendí de ese modo! y ¡cuanto me llegó a gustar la geografía y los mapas! -me siguen gustado, claro-. Poco a poco se hacían dos o tres juegos al mismo tiempo, por partes diferentes del aula, que formaban equipos de tres o cuatro que competían con otros tres o cuatro, a veces, sólo eramos dos contra dos … o dos contra tres o así.
Si, buscar la península de Kamchatka, o la isla de Tasmania, o el archipiélago de las Azores, o Belem en la desembocadura del Amazonas, o Manaos en el Rio Negro, o Hiroshima o lo que fuera, resultaba no sólo un juego, sino un aprendizaje, un aprendizaje para toda la vida. Llegamos a hacer concursos en los que se especializaba la materia, como hablar de accidentes geográficos o de ciudades o de ríos (el Obi, Yenesey y Lena desembocaban en el Ártico). Pienso que don Rafael conocía lo que hacíamos y lo permitía sin decir nada, hasta que más o menos al año siguiente, cuando empezamos, vimos que él nos proponía el mismo juego como un juego de aprendizaje ….. y tuvo mucho éxito, mejor dicho, ya había tenido y tenía mucho éxito, porque lo jugábamos muchos de los que estábamos en el aula.
Todos aprendíamos con ese juego, «inventado» -es una forma de hablar- por nosotros, desarrollado desde abajo, sin ser bombardeado por el maestro-autoridad, sino facilitado y luego, convertido en un juego que se hacía en la escuela.
Para mí demuestra:
a) que los chicos quieren aprender, necesitan aprender y buscan todas las formas para hacerlo -veo a mis nietos y lo percibo clarísimamente, como lo hacía yo-, están ávidos de conocimiento; b) los juegos son interesantes, pero lo más simples posibles, que se puedan comprender con facilidad;
c) tenemos que dar más libertad a nuestros estudiantes: son muy buenos, mucho mejores de lo que normalmente consideramos; y
d) por no extenderme más, es mas fácil promover desde abajo, desde la base o desde un nivel medio hacia abajo, que promover desde arriba. Por tanto, las iniciativas desde abajo o desde el medio, hay que saber aprovecharlas y cuidarlas.