Complejidad (del espacio de aprendizaje)

Para mí es claro que el profesor no siempre es el mismo, aunque seamos la misma persona desde el punto de vista del DNI o del código civil. No somos autómatas, y consecuentemente, no operamos repetidamente y de forma similar, sino casi siempre somos distintos, aunque pretendamos imitarnos, y aún en las materias «más exactas» (sic). Somos nosotros distintos y son distintos nuestros alumnos, no sólo de curso en curso, sino casi de día a día, porque como seres humanos no tenemos el mismo humor, ni la misma actitud ni nos comportamos igual, y a veces, hasta nos sorprendemos de nosotros mismos.

Aunque eso de arriba puede parecer del todo cierto, llevarlo a sus consecuencias más lejanas, sería algo así como no podemos prever porque todo es un mundo imprevisible. Cosa que no es cierta, ni es la pretensión del comentario. Nosotros tenemos nuestro plan docente, sabemos lo que tenemos que hacer, y lo que queremos hacer. Si siempre lo cumpliéramos, el plan sería innecesario, porque lo repetiríamos hasta el infinito. Es mucho mejor, planificamos no para hacerlo como lo planificamos, sino dejándonos llevar por la realidad, y en esa interrelación es dónde la planificación tiene su sentido. Parte de un análisis de la realidad, se convierte en un plan, pero se aplica en función de la realidad vivida. Eso la convierte en algo vivo, también nuestra intervención, de tal forma que vivimos continuamente una realidad cambiante, y una realidad que modificamos y modifican nuestros alumnos. Una realidad compleja. No una realidad simplificada, sino compleja.

Por esas razones, me parece cierto que los profesores «son iguales» o los alumnos «son iguales» o los profesores son diferentes o los alumnos son diferentes.

Lo que nos sirve todo esto es para ver que el espacio de aprendizaje es un espacio vivo, cambiante, complejo, de interacción y que desde el primer momento en el aula constituye un reto fenomenal e interesantísimo, porque aunque sabemos lo que queremos hacer e intentamos hacerlo, luego se hace lo que es preciso hacer y eso funciona, siempre que no le pongamos demasiadas puertas al campo. Cuando lo hacemos, y frenamos la riqueza contenida y evidente de nuestro alumnado, es cuando empiezan las regresiones, las discusiones, hasta las perversiones que muchas veces se apoderan del aula. Es la necesidad (social y de los estudiantes) la que finalmente ha de guiar la forja de ese espacio de aprendizaje y no nuestra planificación, impuesta por encima de todo.

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