«Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de caza siempre glorificarán al cazador». Se lo debo a un grupo de alumnos que han investigado y presentado un trabajo sobre África. Al parecer es un dicho nigeriano, de una gran profundidad.
La historia siempre trata de los dominantes, y con algunos retazos secundarios de «los leones» cazados. Y nos la cuenta como si fuera la única verdad, la verdad sobre nosotros mismos.
Muchas veces, me he fijado en lo que omite la historia: por ejemplo, cuando pierdes una batalla o una guerra, queda en un tercer plano, allá al fondo, dónde no se ve. Sólo cuando conseguimos que los historiadores se hagan universales y miren desde afuera, es cuando aparecen las derrotas o los errores. El contraste necesario.
Para los historiadores españoles ha sido una gran aportación la escuela francesa, los hispanistas franceses, como Pierre Vilar, por ejemplo, que han asentado bases para leer la historia del país de otra forma. También nos ha venido bien que la península no sea un todo monolítico, fascistoide y patriotero, porque de esa forma han surgido escuelas que «nos han visto» desde otras ópticas, como la de Vicens Vives y/o Josep Fontana y seguidores. Con ellas no ha sido posible seguir engañando tan claramente al pueblo sobre su propia historia.
Aunque ha habido un renacimiento de las ideas regresivas, y unas loas a reyes, monarcas y dominantes, alcanzando hasta a Franco, y que han sido apoyadas hasta institucionalmente por la Academia de la Historia. Mis hijos han leído una historia menos patriótica, unitaria y victoriosa que la que me contaron a mí cuando era chico; mis nietos no han mejorado demasiado el discurso, aunque algo matizado. Algo se ha avanzado, pero el monolitismo del Wert quiere obviar esos pasos singulares y diferenciadores y de calidad que se han dado. En la mayoría de los casos, hay que llegar a la universidad y estudiar en profundidad la historia, siendo probablemente licenciado o graduado en historia o similar, para llegar a la verdad aceptada por los historiadores, y ocultada en gran medida a los niños, jóvenes y no tan jóvenes.
Lo peor es que el pueblo, después de ser pasado por «las armas» de la televisión intensiva, acaba dejando de preguntarse lo que realmente pasó, o si se lo han dicho, lo acaba olvidando y siendo sustituido por mensajes publicitarios con imágenes que tienen mucha más fuerza que el pensamiento y la complejidad procedente de las fuentes más científicas. Así mantenemos al pueblo ignorante, o lo devolvemos a la ignorancia, esa que nunca tuvo originalmente y en su infancia, pero que hoy a través de la televisión principalmente, y de la educación (alienación) consiguiente, vamos forjando un ser que sabe pero no habla, que acaba no sabiendo o quedándose al margen, que no tiene energía ni argumentos para forzar un cambio, que se queda pasivo ante tanta injusticia y corrupción.
La cultura siempre ha sido popular -no del PP, claro, sino del pueblo-, ha nacido popular: aprendemos más en nuestros cuatro primeros años que en toda nuestra vida, y eso se forja en la familia nuclear y amplia, en nuestro afán de comprender todo lo que vemos y tocamos, en la libertad -¿provisional?- de que disfrutamos mientras somos pequeños, de la vida y energía que tenemos ….. Poco a poco, primero el sistema educativo nos «educa», nos aliena, nos somete, nos rebaja, nos impide ser autónomos y libres, …… después, la socialización a partir de los medios de comunicación y específicamente la televisión, nos va aplanando, hasta que, como decía Groucho Marx, «partiendo de la nada, hemos alcanzado las más altas cotas de la miseria».
Ya que he tenido que mirar frases de Groucho para completar mi pensamiento. Ahí van dos más relacionadas con el tema del que he hecho el ensayo:
«Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro» y
«Claro que lo entiendo. Incluso un niño de cinco años podría entenderlo. ¡Que me traigan un niño de cinco años!»