A los pobres se les daba, se les da, la sopa boba, una sopa más bien espesa, compuesta por restos de comidas y algo más, la mayoría de las veces, inidentificable, pero que mata el hambre. Los ricos y sus imitadores, los hidalgos, comían varios platos, y despreciaban la sopa ¿boba?. Varios platos y mucha proteína, carne y más carne y más asados o también horneados.

Cuando era pequeño, mi madre hacía muchas veces sopa, y supongo que porque a mi padre le gustaba así, ponía fideos finos y pocos o a mí me lo parecían. Yo le pedía que hiciese la sopa de fideos gordos, pero pocas veces tenía éxito. Lo cierto es que en nuestra cultura, un primer plato puede ser sopa u otro tipo de entrante y luego un segundo plato, aún para cenar … y si hemos cambiado es porque los burgers y demás comida rápida -incluida la de los supermercados- nos han acostumbrado a no trabajar nada ni para masticar, con los efectos perniciosos para la gordura de cada uno y el colesterol correspondiente y otras enfermedades coronarias y aún de otras. Cuando yo he hecho sopa, sobre todo de pescado, que es la que más me gusta y que aprovechaba las cabezas y espinas para darle un buen sabor, siempre la hacía con un exceso de pasta, lo cual me llevaba a que el segundo plato lo comía con poco interés. Pero la verdad, nunca se me ocurrió, tal vez por razones culturales o familiares, meter más cosas en la sopa que no fuera sabor y grasa por un lado, y fideos gordos por otro.

Hubo un buen amigo en la facultad, antropólogo por más señas, que me hablaba de que los indios americanos del Amazonas tomaban sopas, muchas sopas, y muy sólidas. Esa información se confirmó cuando visité por primera vez a mi hija en Los Angeles y ella, que había aprendido de su suegra -mexicana, por más señas- el arte de hacer sopas sólidas, se había enganchado de la moda y me puso más de una durante cada una de mis estancias allá, y estaban muy buenas.

Lo curioso es que yo seguí pensando que la sopa era siempre bastante floja cuando uno pedía un cocido, y sin embargo, el cocido propiamente dicho, era de lo más sólido, ya saben, garbanzos, repollo, carne, pollo, chorizo, morcilla, tocino fresco, etc. Lo cierto es que pensando sobre el asunto y habiendo hablado con otras personas, pero sin ligar demasiado los temas, me fui convenciendo de que la sopa podía ser lo más rico con mucho del cocido, dado que las distintas proteínas y verduras habían dejado lo mejor, incluidas las vitaminas y demás, en el caldo de la sopa, y lo único malo es que la sopa era algo que seguía siendo básicamente despreciable y que acompañaba al cocido, que era lo importante. Sin embargo, la sopa podía hacerse o convertirse en plato único, si supiéramos introducirlo todo en un mismo plato, en lugar de hacer de ricos y comer dos platos, una sopa y el cocido correspondiente. Pues no, cada vez que pido cocido, me preguntan si lo quiero con sopa, y luego en la sopa navegan unos cuantos fideos que es difícil hasta retener con la cuchara.

En los últimos años, me he reencontrado con una parte de la cultura indígena americana, en este caso, brasileña, y aparte de otras muchas maravillas como los guisos sin casi aceite, o los estofados o los cocidos, me encuentro con unas sopas como siempre he buscado en mi vida, y ahora si que no hay inconveniente en que se conviertan en un plato único. Hoy hemos comido un plato de sopa que llevaba pescado, verduras varias, fideos espesos y estaba buenísima.

Y ¿por qué hablo yo de sopas y de la sopa boba? Bueno, según hoy iba saboreando la sopa, que estaba buenísima -¡¡gracias, María!!-, se me fue ocurriendo y relacionando esta comida con unas formas de vida diferentes de las nuestras, y más prácticas. Por poner dos ejemplos, uno sería la sopa intensa, plato único y sanseacabó; la otra sería que cuando pides un plato en Brasil por ejemplo es para dos, casi siempre para dos, y sobra. Algunas personas me han llegado a decir que en Brasil es caro comer, y cuando les preguntan que han comido, te dicen que han pedido un entrante y un plato por persona, y claro les han cobrado como si hubieran comido cinco personas, si son dos y siete u ocho si son tres. Allí no están acostumbrados a pedir dos platos, sino un plato único, y además, inmenso, tanto que en todos los sitios se sabe que es para dos personas -sólo cuando es para una, lo advierten-.

Y yo me pregunto, ¿para qué dos platos y hasta a veces, tres? Primero, para atiborrarse sin sentido -los nutricionistas dicen que hay que comer poco cada vez y no grandes comilonas, y menos por la noche-, segundo, para «parecer señores», como los ricos de las otras edades, cuando los hidalgos sin comer salían de casa con un palillo «quitándose» los restos de lo que no habían comido, los ricos comían a lo bestia y todos tenían gota o morían de múltiples enfermedades vinculadas a un exceso de comida y poco ejercicio, y los pobres iban a los sitios de caridad y se «comían» la sopa boba. Es probable que los que finalmente acabaran viviendo mejor y con más sentido -a no ser por esa caridad lamentable que obliga a mendigar y a pedir y a someterse al que hace la caridad- que todos los demás -siempre es sorprendente la gran cena de Buñuel en Viridiana entre los pobres, haciendo de ricos-. Pero nuestra sociedad es decadente desde finales del siglo XVI, cuando, por decir algo cierto, pero que no fue lo único, Felipe II se cargó los bosques para convertirlos en barquitos que se hundían solos en el canal de la Mancha.

Tantos siglos de decadencia … con tanta pérdida de formas supuestamente aristocráticas que no eran tales, nos han llevado a estos lodos. Seguimos pidiendo cocido y a veces si y a veces no, la sopa que lo acompaña. Lo peor de la decadencia es la resistencia a lo inevitable, a seguir cuesta abajo. ¡País!

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