Si son propios, si; si son ajenos, en privado, pero también hablarlos.
¿Cómo vamos a aprender si no recapacitamos sobre cómo hacemos las cosas? Y más si son otros los que dicen o piensan que estamos teniendo problemas y no parece claro que lo percibamos bien.
Sin embargo, estamos en un mundo donde los defectos son ocultados sistemáticamente. Es más, los posibles parabienes son ensalzados a niveles insospechados. Un ejemplo, en general, son las redes sociales, sobre todo, aquellas que como facebook o tuenti o similares se dedican a «vender» narcisismo. Esto tiene su efecto en el conjunto social. Parece que ya no es posible ni conveniente criticar, porque la crítica inmediatamente lleva al obstracismo del que se ha atrevido a ella.
Tenemos que pensar más en lo que podemos mejorar en nosotros y también en los demás. No vale eso de decir que «tu también», porque si el defecto está en el otro, sería conveniente que lo conociera, aunque uno, que ahora lo dice y reconoce, lo tenga igualmente, porque hablándolo está empezando a retomarlo y mejorarlo.
Y más que de defectos, hay que hablar de experiencias, de nuestras experiencias … o de las experiencias de otros. Mientras nos movemos en el mundo de las experiencias, las ideas no nos fosilizan el pensamiento, como ocurre, cuando convertimos experiencias en conocimiento o teoría. Las experiencias son más gráciles y más soportables, aún para uno mismo, porque «dependen», son algo donde es posible hablar de lo que ha estado bien y lo que habría podido estar mejor, sin que tengamos que «perder» de nuestras posiciones previas, prejuiciosas o ideológicas.
Hablemos por tanto a partir de nuestras experiencias, y no de nuestras teorías ….. reproduzcamos lo vivido, démosle forma y contémoslo de forma relativamente diferente cada vez, porque descubrimos otros ángulos que la primera no había permitido. Cada vez que hablamos de lo que hacemos, de nuestras experiencias, las conocemos mejor, nos conocemos mejor a nosotros mismos y avanzados en el camino griego del conócete a tí mismo. Además, somos menos dogmáticos y débiles, menos autoritarios y más de una vez nos damos cuenta de que nos estamos pasando, porque las cosas no ocurrieron exactamente como a nosotros nos hubiera gustado que ocurrieran, y todo el mundo lo nota, por lo que la próxima vez lo contaremos mejor.
Además, nuestros hijos, nuestros nietos, lo agradecerán. Yo recuerdo muchas experiencias de mis abuelos, sobre todo, de Manuel Carballo y de mi padre. También recuerdo a muchas personas cuando me han contado algo que han vivido o creído vivir. Es una forma de tradición oral que no puede dejar de producirse. El personaje tiene que estar delante o a un lado, pero en el mismo sitio, y contar, y uno escuchar, aunque ya lo haya hecho otra vez. Y … nunca una experiencia se repite, porque se deconstruye en el decir, se rehace y así construímos la compartición de experiencias y conocimientos.
Si algo va mal, lo primero es pensar en qué me he equivocado ….. y no en qué se han equivocado otros. Si no me sirve a mí para crecer, es un tema poco interesante.
Después, y sin alejar la parte de responsabilidad que siempre tenemos, podemos hacer un análisis más global y atender a las diversas responsabilidades que han concurrido en el asunto.
De los otros aprendemos a través de sus experiencias; de nosotros, también; y más que de sus teorías o ideologías, que casi siempre se convierten en corsés que nos dificultan y condicionan el pensamiento y la libertad de tal.
Es parecido a lo que te dice el cocinero/ra cuando te dice «echar una pizca de sal» y tú, obsesivo, le preguntas cuantos gramos o qué es una pizca de sal o sal al gusto, y él te dice, pues no sé, pero pruébalo.
Cuando nos movemos en el mundo de las experiencias, todo está por deconstruir; cuando nos movemos en el mundo de las teorías, sencillamente hay que aprenderlas y reproducirlas ….. para aprender tal vez es mejor deconstruir el conocimiento a partir de las experiencias propias y del entorno más próximo.
La experiencia es como una pizca de sal ….. la teoría son 10 mg y punto.