Sabemos que aprender es estratégico, es un horizonte a largo plazo, y básico-esencial para cualquier sociedad, pero tal vez más para la nuestra.
Aprender a hacer, aprender a vivir, aprender a innovar, aprender a colaborar o a cooperar, aprender a ser amigo, aprender a ser hijo o padre o madre, aprender es esencial. Y las formas en que aprendemos normalmente las reproducimos. Si tenemos padres o profesores que nos mandan, tenderemos a rebelarnos y a mandar a otros y rechazar a los que nos mandaban, o lo que es peor, someternos y no ser libres, siendo dependientes de todos, incluidos los políticos, no siendo nosotros mismos.
Sabemos que si se enseña a participar, nos sentiremos mejor participando, porque en el fondo todos queremos cooperar y sentirnos en una comunidad con los otros -las excepciones no sólo confirman la regla, sino que son escasas-. Queremos participar, y muchas veces nadie nos enseña más que a competir, a luchar, a retar, a combatir contra otros que también son congéneres, hermanos y sobre todo, seres humanos, personas. No tiene sentido. Es preciso que aprendamos a cooperar, a intercambiar, a compartir, porque entonces aprenderemos mucho más, no sólo la forma de ser únicos y héroes, sino la forma de ser seres humanos, hombres o mujeres libres.
Y la libertad no es libertad si no se acompaña de la igualdad, de compartir espacios y conocer al otro, para de esa forma poder mejor comprenderlo y participar con él. Y la libertad no es libertad si, como decían los principios de la revolución francesa, no somos fraternos, solidarios, y nos apoyamos mutuamente. ¡Qué libertad es aquella que sólo pueden disfrutar los que tienen dinero o los que tienen poder para decidir y obligar a otros a ser dependientes de ellos! No hay libertad, si hay personas dependientes, semi-esclavas. La libertad se consigue cuando se comparte, cuando se comprende, cuando se siente uno comprometido con la sociedad y con el otro. Y, como decía Sábato, «el otro es el finalmente nos salva».