1. El mundo público y sus funcionarios tiene que pensar en términos de necesidad social antes que en su capricho o su interés particular o político
2. En segundo término, lo público tiene que actuar con total moderación. Costes muy ajustados, mínimos, sin despilfarro, sin prepotencia
3. En tercer término, lo público tiene que ser público, es decir, bien para todos, para una gran mayoría, y no para pocos y/o privilegiados
4. En cuarto término, hay que hacerlo todo con gran calidad, y con el menor coste, y pensando en el otro, aquél a quién va destinado
5. En quinto término, lo público tiene que actuar grupalmente, aprender a trabajar en formato cooperativo, grupal, y no hacer de guerrilleros
6. y en sexto término, no puede hacer cosas y no generar experiencia y conocimiento para difundir y enseñar a otros a hacerlas nuevamente
Y pienso que con seis razones para que lo público sea realmente público y se corresponda con su labor básica, es suficiente, ¿no creéis?
La orientación adecuada de lo público es la necesidad social, y esos son los términos, pero una necesidad social que no nace de una idea de cada uno, sino que se deriva de un análisis participativo de lo que realmente es necesario socialmente. El contacto con la ciudadanía es básico y debería ser constante, y a partir de sus necesidades, formular proyectos que hasta apoyándose en ellos, pudieran sacarse adelante y transformar la sociedad
No es comprensible ningún tipo de exceso de costes o de gastos en una acción pública. Todo exceso es correspondiente con una forma de actuar incorrecta, despilfarradora, inútil socialmente. Pero eso no necesariamente supone más control, sino más autocontrol. Hay que tender del control al autocontrol. Control hay suficiente o siempre será insuficiente; hay que desarrollar formatos de autocontrol: los bienes públicos y sus derivados son públicos, no son para quedarse con ellos.
Me sorprende la apropiación continua de bienes públicos por el propio mundo público, desde hojas en blanco, hasta ordenadores, lápices, bolis, etc.
No sólo es una apropiación constante e indebida, sino que rompe con el espíritu de moralidad pública que se debe promover. ¿Es posible vivir en una continua bipolaridad entre el individuo y el mundo público?
Lo público tiene que ser público, como dicen los ingleses. No es un monopolio del Estado que algo sea público, pero si es el Estado el que hace cosa pública, tiene que partir de la ciudadanía, del público y ser coherente con su sentido último. Claro que el Estado es siempre de clase, y por tanto, siempre acabará queriendo beneficiar a los que tienen el poder y son representados de forma privilegiada en todas sus escalas. Aún así, un espacio público tiene que partir del ciudadano para llegar al ciudadano, con el ciudadano. Lo demás son rollos de partidos políticos o de poderes que se interponen en la intercomunicación ciudadano-ciudadano y la hacen difícil e insegura.
El coste también es importante a la hora de medir la calidad. Hacer seiscientos a lo Rolls Royce casi los hace cualquiera. Pero hacer seiscientos a nivel de seiscientos y que sean buenos, no lo hacía la antigua SEAT, y ahí está el asunto. No es preciso tener mucho para hacer las cosas bien, pero si es preciso fundamentarse en una mejora continua de calidad para seguir haciendo las cosas con menor coste. No vale camuflar los costes en innovaciones. Si precisamente es una innovación es porque los costes van a ser menores. Toda innovación que despilfarra más o que aumenta costes no es propiamente una innovación, sólo una manifestación de prepotencia y de querer salir en la foto sin merecerlo.
Para que lo público sea público tiene que ser o empezar por ser grupal, cooperativo, intercomunicado. Si lo público se resuelve en plan individual no es propiamente público. La forma precisamente de avanzar es conseguir que los espacios heróicos y privatidos de personas, se hagan grupales y colectivos, y que en vez de decirles lo que hay que hacer, que ellos mismos sean los que se hagan cargo de lo que hay que hacer, y que lo hagan.
Y por último, el fundamento de hacer cosas es aprender para hacerlas mejor y menos despilfarradoras de recursos y de energías. Hacer cosas mejores con menos recursos o cosas mejores con iguales recursos, al menos. Y además, existe una cuestión de re-producción social, que consiste en «devolver mejorado todo lo recibido», sólo así realmente nos moveremos en una sociedad que valga la pena vivirla. Si todos tenemos ese horizonte. Bien, pues para ello precisamos conocer, generar conocimiento. Nuestras experiencias tienen que forjar nuevo conocimiento, un conocimiento de lo que es y de cómo hacerlo que nos permita avanzar sobre la situación de partida. El conocimiento es una obligación de la innovación. Es mi cuarta Ce, en la que acaba confluyendo todo lo que vamos aportando y haciendo.