La clase construye la clase, el espacio de aprendizaje se construye a partir de sí mismo y de sus necesidades. Es la vuelta de la tortilla tradicional, una perspectiva tomista en que la clase se “construye” (sic) desde arriba y desde el programa.

No se entiende que para aprender es preciso “deconstruir” la realidad, revivirla, re-experimentarla, volverla a experimentar, readecuarla, darle sentido no desde arriba, sino desde abajo.

El lenguaje no será el mismo, pero será un lenguaje más actual y adecuado a lo que buscamos, y sobre todo, permitirá una mayor intercomunicación entre los participantes. Ellos serán los protagonistas.

De eso se trata, porque nosotros, los profesores, tenemos que facilitar ese espacio, ese espacio de aprendizaje, ese espacio de intercomunicación, ese espacio donde se re-crea el lenguaje y se hace en cierta medida práctico, ya que en vez de surgir de “lo alto” y de la sapiencia, se vuelve a retomar, a rehacer y a reconfigurar, y en ese proceso salen no sólo las mismas cosas que se querían decir, sino otras más, muchas más, con mucha más riqueza de apreciaciones y matices. No se copia, ni se repite una mala copia, se rehace lo ya aprendido y se re-aprende en otro nivel, en un nivel más práctico, más actual y más profundo.

Es sencillo, pero es difícil ponerlo en marcha y el profesor tradicional sufre mucho en quedarse “callado”, o aprendiendo nuevamente a escuchar y a considerar la riqueza del otro, y concentrándose en facilitar el espacio de aprendizaje, de intercambio, de vida, y reconocerlo positivamente.

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