«Dime que empleo generas, y te diré como eres». Se me ocurre que podría ser un buen resumen de lo que somos y estamos haciendo.
En tres años, siete contratos y en la misma empresa y haciendo lo mismo, es para llorar, y ahora el gobierno lo prorroga «casi indefinidamente». Tal vez estemos locos, o tal vez estemos demasiado cuerdos: no puedo decir cual es la calificación de los hechos, pero los hechos son para meditar socialmente y mucho. Hemos transformado nuestro el modus operandi laboral de manera radical en los últimos años, lo hemos precarizado hasta límites insospechados, y sin embargo, seguimos siendo en las estadísticas líderes en lo único que somos, en desempleo, en paro, con el doble de la media de todos los demás países europeos, incluido el nuestro. ¿Cómo es posible? Es posible porque el problema no es el empleo, ni su calidad: ni tampoco el problema en lo básico son los costes; el problema es la motivación, y esta no puede estar más que por los suelos; el problema es la productividad que no puede andar mucho mejor teniendo en cuenta como nos tratan; el problema es la desgana, el desinteres, el sentimiento de estar explotados, lamentablemente explotados, sin muchas razones para ello; y al final, gente indignada, gente sin ganas, gente que se siente explotada, gente que sólo tiene energías para discutir y enfadarse, gente acomodada, gente sin proyectos, gente sin un mínimo de posibilidades de organizar su vida de una manera razonable …… y lo peor, esto ocurre con todo el cuerpo social o la mayoría, pero sobre todo, con los jóvenes. Los jóvenes ven como cada día se hace más difícil vivir y trabajar y tener futuro. Es lamentable, es lamentable, pero es cierto: lo que cuenta el artículo del Mundo no es más que una simple muestra de los empleos de quinta en que nos hemos sumergido.
‘Llevo tres años en la empresa y he tenido siete contratos’
Elena Mengual | Daniel Izeddin
«Llevo tres años en la empresa en la que estoy, y en ese tiempo he tenido siete contratos. El que tengo ahora lo subrogan y firmo un contrato de prácticas con otra empresa, pero sigo haciendo lo mismo». Caso prototípico el que cuenta un joven, que, como otros tantos, accede a relatar su situación siempre que no sea a cámara.
Y es que el miedo a perder el trabajo, por precario que sea, es grande. Parece que entre los trabajadores se ha instalado la máxima que el otro día defendía el ministro, Valeriano Gómez: «Preferimos un trabajador temporal que un parado». Y un empleo precario a una cita en el INEM, se podría añadir.
La eliminación de la obligación de convertir en indefinidos a trabajadores que lleven 24 meses como temporales en un periodo de 30 es en general bien acogida por los entrevistados. La mayoría coincide en que esta medida precariza aún más el empleo, pero prefieren poder trabajar aunque sea encadenando contratos temporales de forma indefinida.
«Ahora cobro la mitad»
Es el caso de María Alonso. Esta estudiante de Enfermería de 20 años aprovecha las vacaciones escolares para trabajar. Justo esta semana se le ha terminado el contrato en la residencia en la que presta sus servicios desde hace tres veranos, un empleo que se va precarizando conforme pasa el tiempo. «Cuando empecé, para ser mi primer trabajo, tenía un buen sueldo. Ahora cobro la mitad».
Sobre la eliminación de la limitación, le parece mal que se abuse de contratos temporales, pero admite que le puede interesar «de cara al futuro». «Veo que muchas compañeras que ya han terminado, tras dos años trabajando, las echan y cogen a otras enfermeras para no hacer indefinidos».
«Los contratos temporales son cosa de la Administración pública»
Miguel Rodríguez Santiago es propietario de una de las ferreterías más antiguas de Madrid, en la que, según afirma, todos los empleados son fijos. Este empresario considera que los contratos temporales son cosa de la Administración pública. «En la empresa privada el contrato temporal es excepcional», asegura. Y aprovecha para pedir un contrato a tiempo parcial «a precio normal y no penalizado».
Para la Administración pública trabaja Juan Antonio Mata, concretamente en Correos. Cada verano es contratado para sustituciones como cartero por seis meses. El otro medio año va al paro, un tiempo durante el que se busca la vida. Cree que la eliminación de la limitación a los temporales le puede beneficiar, «aunque tal y como está la cosa, a saber», comenta.
Tres contratos en ocho meses
A Javier Medina tampoco le está resultando fácil encontrar un trabajo estable. A sus 25 años, este profesor de Educación Física ha hecho «un poco de todo». En lo que va de año, ha tenido tres contratos, que le ha costado un triunfo conseguir: uno de tres meses, otro de cuatro y otro de dos; por sustituciones o «circunstancias de la producción». «Y de nada que ver con lo mío», lamenta.
En el extremo opuesto, Jorge Lago. A sus 27 años ha decidido llevar a su empresa a los tribunales, harto de «abusos». «Estoy contratado como ordenanza, pero me exigen que haga de todo. De todo. Para la empresa, para la familia y para todo dios». Dice que prefiere irse a la calle «con una mano delante y otra detrás» a seguir así. Lo intentará con el autoempleo, «y si no me sale, de cualquier cosa».
También Abraham López ha decidido dar un giro. A sus 16 años, y tras malas experiencias laborales, va a retomar los estudios. «Trabajé repartiendo publicidad. Me hicieron un contrato y luego no me pagaron. Después estuve seis meses de mozo de almacén. Pero no voy a estar viviendo de mozo toda la vida».
Empresarios en busca de «revulsivo»
La reforma laboral ha atraído a la oficina de empleo a José Antonio, propietario de una empresa de equipos informáticos. Busca información de los tipos de contrato que existen, para beneficiarse de las bonificaciones. «Ante la situación economica que existe, he querido buscar un revulsivo. (…) Si no cuestan mucho dinero, puedo pensarme el invertir en esto», explica.
En concreto, le interesa el contrato de formación, que acaba de ampliarse hasta los 30 años. Sobre el límite temporal, dice que para él no es importante, ya que «a la gente que ha valido siempre la hemos hecho indefinida». «Una persona que funciona no es un gasto, es una inversión», sentencia.