Dar la vuelta a la tortilla (2): en espiral

Cada vez que alguien pinta un círculo, aunque sea el famoso círculo de Deming o el no menor Círculo de Viena, me pongo a temblar. El círculo representa simbólicamente el equilibrio, la estabilidad, lo mismo; y no permite pensar que las cosas, como es así, cambian, que el rio fluye y la corriente no se estanca, o al menos no toda la corriente, y siempre encuentra nuevos resquicios para continuar su camino, un camino de relativa incertidumbre que sólo confluye en otro río o en un mar, y finalmente se mezcla en esas rias que luego nos encanta ver para forjar el lugar de vida más fuerte tal vez que exista en los mares …. pero también el agua dulce se mezcla con la ya salada y renueva a pocos -pero como conjunto, a muchos- la vida, y la fuente de vida de donde procedemos los seres vivos y la que nos ha permitido ser como la fuente original de todo lo viviente, el mar (bueno, y los volcanes, pero no hablaremos aquí de ellos). No me gustan los círculos ni sirven más que a una ideología religiosa y/o regresiva que casi siempre acaba pensando que las cosas se repiten y que los dogmas son inconmovibles, ni siquiera por el paso del tiempo, no tienen ni obsolescencia ni desgaste, cosa claramente incierta.

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Tener un pensamiento circular es como tener un pensamiento sin pensamiento. El pensamiento y el conocimiento como creaciones humanas no son circulares, no nos hacen volver al mismo sitio, no tienen nostalgia del pasado, no podemos pararnos para desear volver adónde ya no estamos, no cabe, no tiene sentido, es una contradicción total. Se acepta ahora que la vida es compleja y caótica, pero que si tiene algún elemento que la represente, sería más una espiral que se abre a un círculo, por supuesto. Una espiral renueva constantemente los elementos, y puede verse abriéndose o hasta cerrándose, puede ser que alguna vez retrocedamos, pero para seguir recorriendo las aspas de la espiral, después de haber aprendido de los errores.

Los poderes gustan del círculo, porque eso les permite pensar que no abandonarán el poder, y que tienen las cosas atadas y bien atadas, pero lo cierto es que las cosas, aunque a veces parece que son así, no lo son, y no hay dictador que dure cien años, ni tampoco dictadura, ni tampoco ningún poder. Hasta los imperios caen y declinan en algún momento, y entonces todos estaremos contentos de que los imperios y sus representantes se vayan al carajo.

El sistema capitalista ya lleva más de doscientos años en algunos países (Francia, Inglaterra, básicamente). El sistema «democrático» (sic) vinculado a él y basado en el voto y «si te he visto, no me acuerdo», lleva forjándose desde hace otros doscientos años, pero realmente en la forma que hoy lo conocemos en países como USA, consiguió una cierta dimensión en la época de Luther King, cuando los negros -cosa que todavía es discriminatoria en muchos estados y comarcas- pudieron votar en igualdad de condiciones que los blancos. Todavía existen muchos resquicios que hacen que gente que vive y trabaja en un sitio y lleva años haciéndolo, no tenga ningún derecho político, bien sea en los USA o bien sea en España. Es decir, el mal llamado sistema democrático, vinculado al sistema del capital y de explotación, no ha alcanzado a todos todavía -no olvidemos que en España las mujeres consiguen el voto en la II República por primera vez, por cierto con un resultado no esperado, que ganara la CEDA en las primeras elecciones-, ni siquiera en aquellos países donde el capital es ya el sistema único y el origen de un pensamiento único y una unificación cultural.

Y resulta que este sistema democrático no es más que eso, unos partidos, unos señores que los monopolizan, y en momento presentan programas que los ciudadanos votan y se acabó. El control social es mínimo, la participación es mínima y la consideración a los ciudadanos es mínima. Este no es más que un bosquejo, bastante deficiente de sistema democrático. Y por supuesto, nadie quiere salir de su círculo -ni siquiera se atreven a modificar levemente la constitución y eso que es una constitución de doscientos y pico de artículos y por tanto, con muchos privilegios, porque para garantizar la libertad no son necesarios tantos artículos-.

Hay dos niveles de superación por pensamiento espiral: uno, el reformista que piensa en incorporar reformas en la ley electoral y algunas cositas más; y otro, más profundo, que cree que no tiene sentido seguir jugando a lo que no es, porque el sistema tiende a enrocarse en la falta de respeto al otro, en la burocratización, a la evaluación constante y control social, pero no permite, ni tan siquiera, plantearse -a no ser marginalmente- la transformación del ser y del grupo social en algo más integrado, más horizontal y menos jerarquizado. La jerarquía actual de la confabulación de poder, entre el poder económico-financiero y el poder político, ha llegado a sus máximos niveles («más altas cotas de miseria», diría Groucho).

La alternativa es la participación, una participación ganada por el pueblo, ganada por los que tienen necesidad de participar, de ser, de mostrar su voz y que sea escuchada, y que son tan importantes, como aquellos que ahora se han apropiado de su voz y de su voto, bien sea a través del mundo político o del mundo económico-financiero (este último sobredeterminando al político, que finalmente es dependiente y representante de estos intereses: aquí habría que recuperar la memoria de otro Marx, del gran Marx y de su 18 brumario o su Crítica del programa de Gotha).

Participar es una acción presente, que se mueve en el aquí y ahora, que no necesita realmente un futuro en plan objetivos empresariales o políticos, sino un horizonte (queremos ser partícipes de lo que hagamos, ser nosotros mismos y cooperar con los demás en un camino al que nunca llegaremos, pero que mientras tanto, viviremos en el intento de transformar nuestra propia realidad, tal y como ocurre en el mundo autoorganizado de los seres vivos).

Aprender a participar, aprender a cooperar, aprender a hacer las cosas con el otro, que el otro aparezca, siendo tan importante o hasta más, que yo mismo. Trabajar para los demás, pero sabiendo que nosotros también somos «los demás», el otro. No marcarnos objetivos que lleguen más allá de medio año -como mucho- y forjar un presente continuo, rico y satisfactorio, donde podamos ser nosotros mismos y no seres subordinados y dependientes de unas reglas del juego que se nos han impuesto y nadie quiere renovar, porque se han olvidado que la vida es una espiral y no un círculo -en el que les gustaría seguir para no tener que cambiar nada-.

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2 comentarios en «Dar la vuelta a la tortilla (2): en espiral»

  1. Amigo Roberto: la rueda de Deming sigue siendo un buen metodo de avance en la mejora, lo que pasa es que cuando le das una vuelta no apareces en el mismo sitio sino en uno más elevado. Por eso la espiral no me parece un buen simil puesto que vuelta a vuelta te aleja de la realidad.
    Me parece mejor el simil del «sacacorchos», cada vuelta te eleva a un nivel superior, o siquieres te «va descorchando el botellón» ó el «frasco de las esencias». Un abrazo. Fernando

  2. En ningún momento, me parece he afirmado que la rueda de Deming no sea útil y muy pedagógica, que lo es, sino que es una rueda, es decir, un círculo y como tal da la idea de que todo vuelve al inicio y que no hay avance, aunque está perfectamente claro en la teoría de la calidad de Deming que la mejora continua es el referente constante para producir y reproducir calidad.

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