Sin duda, hay muchas formas de sufrir, como dicen los católicos «en este valle de lágrimas». Estos días, lo he pasado bastante mal «tirando libros». He acumulado a lo largo de mis cincuenta años de lector, una gran cantidad de libros.
Cuando me separé, seleccioné 200 y los otros los dejé en un sótano. Cuando se vendió la casa, me volvieron a llegar, y los puse lo mejor colocados posible en unas estanterías en el garage. Mientras tanto, había comprado tal vez 600 o más libros nuevos, que para mí eran «los últimos» y por tanto, aquellos donde se contenía lo mejor sistematizado de lo que podíamos saber, aunque muchos de los que «recuperé» habían sido unos maravillosos compañeros de viajes de mis diferentes épocas teóricas. Por ejemplo, estaban en esos estantes del garage mis libros sobre estructuralismo o una buena parte de los de marxismo, o muchos de geografía, a la que siempre he sido aficionado, o de antropología, y muchas novelas, muchas …. algunas que había vuelto a comprar porque las echaba en falta y otras de las que ya no me acordaba …. pero ahora estoy recordando.
Me cambio de ubicación y necesito «liberarme» de muchos libros y documentos, entre otras cosas, porque desde que tenemos internet, muchos de ellos resultan innecesarios, y además, están las bibliotecas. Yo procedo de una época en que «queríamos» disponer en nuestra casa de todo, de todo lo publicado. Ahora ya no es así, aunque siga pasando en parte. Había un afán de acumular libros importante. Recuerdo mi casa de la calle Marbella -una casa de menos de cien metros cuadrados- empapelada de libros en altillos, en estanterías, en el pasillo, en la entrada, en el salón, hasta en el dormitorio, aparte del «despacho» que por supuesto estaba forrado.
Aprendí a hacer estanterías en Fuentetaja, cuando se renovó, y se amplió, no la actual, sino la otra que estaba enfrente de la Universidad Central, de San Bernardo. Me enseñó un carpintero comunista, que estaba haciendo las estanterías de Fuentetaja. Como esta librería también tenía «fondo de libros censurados o de difícil consecución o perseguidos políticamente, mi aprendizaje de hacer estanterías tuvo un poco de clandestino, o al menos yo me lo imaginaba. El trabajo se hacía en la trastienda y tal vez eso es lo que me indujo a pensar casi insconscientemente en la clandestinidad. Estábamos en los últimos años de Franco o en el comienzo de la transición. No recuerdo muy bien.
Lo cierto es que ahora tengo ahí en el garage más de tres mil libros, tal vez cuatro mil, mejor ni pensarlo, y los «he reducido» a la mitad -tenía que haber «tirado» más, pero ….- y con un gran sufrimiento. Colecciones completas de revistas, de muchos años, y de muchos temas, libros y libros que en su momentó leí -he comprobado que casi todos los conocía y bien- con detenimiento, todos mis materiales para hacer la oposición -que la verdad es que me gustaban y mucho-, y tantas y tantas cosas más: hasta ahora van seis coches llenitos de libros y papeles, unas 200 bolsas -por ahora-. Y desprenderme de ellos, me da pena, me tiene en un «congojo», pero tengo que seguir. Es claro que muchos de ellos no los veía desde hacía más de veinte años.
Disponía de un sistema antiguo de fichas que contenía más de 2500 referencias y abstrats, hechos a mano, y que ahora prácticamente no sirven -dispongo de referencias similares en el disco duro del ordenador-. Pero no me imagino de dónde he sacado tanto tiempo para hacer tanto trabajo.
Y todavía me queda una gran cantidad de documentación de los últimos veinte años, sobre todo, material diseñado para programas y experiencias innovadoras. Son carpetas y carpetas, calculo que de quince a veinte metros lineales de documentación, construída a partir de las experiencias mismas, fueran libros publicados o masters dirigidos o realizados, o cursos, o experiencias de grandes empresas o de pequeñas y medianas, o proyectos singulares, o …… en fin, esto es lo que ahora mismo tengo que ir a «pulir», a ver si liquido la mitad, por lo menos.
Y mientras tanto, sigo en este sufrir …. en este sentido sufrimiento.