Siempre he sido amante de los «cuentos chinos», no de esos que hemos nosotros denominado así, y que tienen por objeto engañar, sino de los cuentos chinos ….. por eso lo he puesto entrecomillado, porque no son los comunes en nuestra práctica cultural.

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«Era un genuino buscador, pero se perdía demasiado en abstracciones metafísicas y especulaciones filosóficas. Había recibido enseñanza de muchos maestros, pero las explicaciones que le proporcionaban sobre la Doctrina alimentaban aún más sus elucubraciones metafísicas. Se enteró que había un maestro chan muy pragmático y decidió ponerse en sus manos. Después de permanecer varios días frente a la casita del maestro, éste lo aceptó. Cuando el discípulo le preguntó si había espíritu o no, el maestro le dio un vigoroso tirón de orejas.
-No es muy gentil por vuestra parte lo que habéis hecho – se quejó el discípulo.
Y el maestro repuso:
– ¿No me vengas con pamplinas a estas alturas de mi vida!
Salieron a dar un largo paseo.
-Maestro, ¿cuando un ser liberado muere, sigue o no sigue existiendo en alguna parte?
El maestro comnezó a coger moras silvestres y a degustarlas en silencio. El discípulo protestó.
-No es muy amable por vuestra parte no responder cuando se le habla.
El maestro le dirigió una mirada severa, y dijo:
-Yo estoy en el presente, comiendo estas jugosas moras, y túu estás, como un estúpido, más allá de la muerte.
Se sentaron bajo un árbol, cerca de un arroyo.
-Maestro, ¿hay un ser supremo que creó el mundo, o todo es producto de la casualidad?
-¡Déjate ya de vanas preguntas! -replicó el maestro-. Ahora voy a preguntarte yo algo muy concreto: ¿Estás escuchando el rumor del arroyo?
-No -repuso el discípulo, enredado en su mirada de opiniones.
Y el maestro concluyó:
-Pues siento decirte que eres incorregible. Ve a otro maestro que te llene la cabeza de ideas y permíteme seguir escuchando el rumor del arroyo».

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Un gran cuento, un cuento muy propio de una gran cultura. De una cultura que ha dado nacimiento a personajes como Confucio o como Lao Tsé. Muchas veces me ha pasado todo esto, pero leyendo libros. Estaba hoy hablando sobre cómo las clases sociales altas escriben y cómo se puede escribir para ser entendido. Hay culturas que llenan de «palabros» sus escritos, y otras que son más directas y prácticas. Me gustan las segundas, aunque siempre te queda una admiración por las primeras, para ver si dicen algo nuevo, pero suele ser sólo la cáscara la que aportan, «palabros», «conceptos» ¿nuevos?, más bien los mismos perros con distintos collares.

Ayer releía por la noche, porque no encontré otro libro y el que estoy terminando no sé donde lo había puesto, a Edgar Morin, y la verdad es que tiene mérito lo que escribe, aunque yo no sería capaz de hacerlo así, porque pensaría que nadie me iba a entender ….. Es cierto que se le entiende, cuando se tiene una preparación adecuada, pero el lenguaje parece más mágico que realista, y añadiría yo, innecesariamente oscuro. ¿Será que también es un incorregible más?. Tal vez, pero en nuestras culturas francófonas es difícil no encontrar gran cantidad de imitadores de esa oscuridad que tal vez sea una forma de invocar su propia divinidad.

Muchas personas me han dicho que escribo como hablo y hablo como escribo, y que además se me entiende bastante bien, porque evito utilizar expresiones «rebuscadas», pero es cierto que la gente me lee, me entiende, le parece normal, lo reproduce sin darse cuenta ni siquiera sin citar al autor, porque es tan evidente y estaba tanto en lo que todos -también el lector- pensábamos, que «no tiene mérito», es «lo que decimos todos».

Claro que a mi me interesa que me entiendan, me interesa que las cosas se difundan, me interesa que lo que ya sabemos, lo sepamos realmente haciéndolo consciente en nuestro ser, y procurando encontrar la utilidad y los porqués de lo que hacemos y hasta dónde hay que hacerlo. Se trata de ayudar a la vida, y para hacerlo, no necesito de grandes «gestos», ni grandes «palabros», sólo necesito hablar «de sentido común».

Tal vez todo esto parezca un poco una falta de humildad por mi parte, pero nunca he encontrado a alguien que me haya leído y que me haya dicho que no ha entendido lo que he escrito. Una vez recuerdo que estaba yo «empantanado» queriendo terminar mi libro «Innovación y Dirección» -que luego por culpa del editor acabó llamándose «Innovando en la empresa», porque parece ser que los USA habían puesto de moda llenar de gerundios los títulos de los libros-, y tenía mucha documentación, había escrito mucho sobre el tema, tenía montones de libros a mi alrededor y estábamos en 1997 y los cuatro capítulos anteriores los había escrito de un tirón en 1992, en dos o tres meses. Me empantané porque quería dar la campanada, quería mostrar todo lo que sabía, en todas sus expresiones, y la idea era mostrar una nueva forma de abordar la dirección, que luego llamé dirección innovadora. Tenía muchísimos materiales, pero precisamente por ello, no sabía por donde empezar a materializar ese -para mí famoso- quinto capítulo. Mientras pensé en términos de «dar la campanada» o de mostrar sintéticamente todo lo que sabía, me quedé donde estaba. Pero no sé cual fue la razón, pero ocurrió, de pronto me dí cuenta de que de todos los materiales -la mayoría de otros-, había algunos que eran propios y que resumían lo que podía ser mi aportación. Curiosamente era un estudio, que no me atrevía a publicar, por eso de que era muy duro con los estilos de dirección «al uso». Cuando tomé fuerzas de flaqueza y me puse a escribir, todo fluyó, no tuve que usar palabras raras ni nada, sólo trabajar sobre lo que lo que había investigado significaba, y terminar finalmente el libro y sentirme bien, porque todo lo que tenía que decir, lo dije, y bien dicho y se entendía.

Es más, tengo que decir que a los editores les costó aceptar el texto -ya sabemos que siempre hay censuras encubiertas o no tanto-. Lo cierto es que lo publicó la asociación de los directores de personal, y aquello que se decía era muy fuerte y además, se entendía. Dudaron durante mucho tiempo, más de medio año, y al final, me pidieron que rectificara, cosa que no hice, y finalmente el libro salió como lo había terminado, aunque con ciertos costes, porque la asociación en lugar de remitirlo a todos los asociados, como estaba previsto, sólo lo hizo con aproximadamente la mitad de los mismos, y todo porque una parte de la junta directiva se enfrentó -casi violentamente- con lo que yo decía. Les afectaba profundamente, ya lo creo que les afectaba, aunque yo hablaba de dirección en general, y no de dirección de personal, porque entonces tendría que haber añadido más de un matiz que todavía hubiera sido menos aceptable.

Por estas cosas he tenido más de un problema. Recuerdo otro caso para un buen artículo que publiqué en la revista T -de profesionales- de Telefónica. Me aceptaron el artículo cuando estaba formulada la primera parte del mismo, que era la síntesis teórica y de fuentes, que estaba bien y clara, pero no era demasiado directa. Terminé el artículo, que hablaba de la situación concreta de Telefónica, y sobre todo, del papel de la dirección y de la organización -¿desorganización?- en la misma, y todo fueron pegas, tanto que al final, se equivocaron, me pusieron en primer término del número, mostrando todavía más sus palabras claras e inequívocas, la revista recibió muchas felicitaciones, porque las cosas se trataban por primera vez de forma muy clara, y nunca más me dejaron escribir ni una letra más. Bueno, es una época en que yo ya no me sentía demasiado bien en la organización, porque el análisis y comprensión de cómo estaba funcionando, reducía mis energías para ponerlas a disposición del conjunto. Y un año después entramos en crisis que acabó más tarde en «destierro». En fin, pero esa es otra historia. Claro que si mis artículos fueran «menos claros», seguro que pasarían la «barrera de la censura» con más facilidad, pero no llegarían a quién me gusta que lleguen, es decir, al máximo número de personas posibles.

Como hacía tiempo que no escribía, me he enrollado. Espero que sabréis perdonar.

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