La casada infiel

Y yo que me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.

*

Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo, el cinturón con revólver.
Ella, sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.

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3 comentarios en «Fue la noche de Santiago»

  1. Y de ahí, mirando el cosmos, descubriendo la estrella que gemía en su caminar, me acordé de Neruda y su canción desesperada:

    Era la negra, negra soledad de las islas,
    y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.
    Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
    Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.
    Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
    en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!
    Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
    el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.
    Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
    aún los racimos arden picoteados de pájaros.
    Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
    oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.
    Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
    en que nos anudamos y nos desesperamos.

  2. En realidad, me acordé, pero no tenía la memoria bastante para recuperarla en su versión … y tuve que venir al ordenador impulsado por la necesidad de sentir expresamente lo que ya sentía o más bien, intuía.

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