Hace cincuenta años, cuando aún era un adolescente, y aún antes, en la etapa infantil, me grabaron la importancia del respeto a los mayores, y en general, a las personas de más edad. No he podido dejar, ni pienso hacerlo, de inclinar ligeramente mi cabeza, en señal de respeto, ante personas que aún siendo amigos, son mayores o son maestros o respetables en general.

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Estas cosas no las hago, también por razones educativas e ideológicas, ni nunca las he hecho, con los que representan un poder …. porque entiendo que es al revés, que son ellos los que tienen que respetarnos a aquellos que los podemos votar, aún cuando no los hayamos votado nunca. Tienen una necesidad de voto que exige no una dependencia de los votantes, sino una dependencia suya de nosotros. Evidentemente, esta no es la norma, pero es mi norma. Un político tendría que ayudarme a respirar, un burócrata ayudarme a arreglar las cosas, facilitármelas, igual que una empresa tratarme bien y a mi servicio. En este país las cosas no son así, y en otros muchos países tampoco, casi diría que en ninguno es así, pero yo sigo sintiéndome plenamente independiente y libre de todo este tipo de personajes que piensan que por tener poder pueden hacer conmigo y con mis deseos lo que quieran. Pero no voy a extenderme por ahí, sino por la educación y el respeto a mayores y personas que realmente nos han aportado vida y conocimiento. Eso lo seguiré haciendo siempre, porque casi «lo llevo» en los genes. Respetar a un maestro, o a un profesor; respetar a alguien que está trabajando por nuestra salud e investigando en áreas de gran humanidad; respetar a un padre o a una madre; respetar a unos abuelos o a las personas mayores en general -y mayores son aquellas que son mayores que nosotros- …. me parece elemental.

Supongo que las cosas han cambiado mucho desde hace cincuenta años en todos los sitios, y no puedo comparar lo que ocurría en mi educación con lo que ocurre hoy con la educación y sobre todo, con la social. También es cierto que las aglomeraciones urbanas se hacen cada vez más grandes y al tiempo, la gente vive más solitaria y aislada; sin duda, también es cierto que muchas cosas han cambiado en el mundo de los respetos a los mayores, que en las condiciones actuales se han convertido, en la mayoría de los casos, en un «peso» extraordinario para su descendencia, sobre todo, si los mayores no pueden depender de sí mismo o se encuentran impedidos.

Estas y otras consideraciones se pueden tener en cuenta para que yo hable de «los empujones» en Madrid. Pienso que la educación social se ha deteriorado en términos medios, aunque por supuesto uno encuentra personas jóvenes muy bien educadas … o hasta mejor que en mi época de joven. Pero resulta que lo más sorprendente de Madrid desde que llegué, allá por el año 1964, al menos para mí, fueron los empujones ….. nadie se salía de su «línea recta» y había que «cederles el paso», ante su impulso incontenible en la dirección que fuese …… parecía que nadie se apartaba de su ruta, sino que los demás -en este caso, yo- tenía que apartarme para no chocar con sus hombros o más globalmente. Recuerdo sin embargo que en la calle de paseo en mi ciudad natal, en A Coruña, era prácticamente imposible que nos tocáramos y puedo asegurar que la calle los domingos por la tarde se llenaba totalmente -no sólo para reducir el frío húmedo en que vivíamos, sino y sobre todo, para encontrarte con gente que querías ver-. Nunca observé que nadie chocase con nadie …. y sin embargo, recuerdo que la primera vez que me pasó -yo pienso que en mi vida- fue saliendo de una pensión en la que no estuve más allá de diez días y fué la primera en la que estuve cuando llegué, que estaba al lado del teatro Albeniz, y subiendo la escalera -en aquellos tiempos el ascensor era algo de ricos en el barrio de Salamanca y poco más-, un hombre de unos veintipocos años, que luego encontré como pensionista como yo en la misma residencia, «me arrasó», literalmente, y casi dí con mis huesos y carnes en el suelo, porque no estaba avisado de que tenía que haberme separado de su ruta recta ….. Poco a poco, me fui dando cuenta de que en Madrid las cosas discurrían por unos cauces diferentes a los que vivía en mi ciudad natal, y había que hacer como luego ví conducir a los marroquíes en las carreteras cercanas al Atlas y al desierto, poniéndose en el medio de carretera -al igual que el que venía de frente- y esperar a ver quién aguantaba más sin salirse del centro, cuando iban a encontrarse gravemente, entonces uno de ellos cedía y el otro … una vez que se sentía ganador, se ponía en su carril, y de esa forma se cruzaban ….. era como una ruleta rusa …. pero algo de eso, aunque tal vez no tan dramático ocurre en cualquier calle de Madrid o circules por donde circules. Ya ocurría cuando llegué,y ahora ocurre mucho más. Me he acordado porque precisamente hoy al llegar a la facultad, debía ir algo despistado y no me dí cuenta de que un alumno de los de hoy, es decir, fuerte, más fuerte que yo ….. iba por su ruta recta …. y al final, me golpeó en el hombro, no demasiado, pero si lo suficiente para que yo recordase donde vivo y con quién vivo.

Estoy seguro, y ya lo he apuntado alguna vez en mis comentarios, que eso de empujarse tiene que ver básicamente con dos cosas: una, el carácter hidalgo y engreído propio de los «españoles», que no ceden en nada y piensan que todo el mundo ha de apartarse de su camino; y otra, el que Castilla, y por supuesto Madrid, son lugares secos, con un nivel de humedad muy baja, de un 50 a un 60% y eso nos permite «tocar» a otro, sin ninguna repulsión. En los países húmedos, como Gran Bretaña o Irlanda u otros muchos, la gente no se toca, porque «tocar» a alguien húmedo tiene un tacto relativamente repelente. De todas formas, creo que en muchos casos en Madrid predomina la primera cuestión sobre la segunda, porque a fin de cuentas, se habita en la capital, donde está el poder, estamos más altos que nadie, excepto si se suben a una montaña, estamos en nuestro castillo, y tenemos muchos ejemplos de poder sea real o político que nos enseñan a que los «subditos» -es decir, los demás- se subordinen a nosotros. Ese ejemplo, pienso, se reproduce hasta límites que parecen sorprendentes y hace que, aunque probablemente el sistema educativo sea muy parecido, no existan posibles imitaciones, porque los ejemplos contradicen lo que dice la educación social, aprendida en un colegio y «luchada» con los profesores, padres y demás.

Siempre me ha gustado, desde que lo conozco, dar mis clases o mis ciclos de trabajo en países agradecidos, en países que no sienten lo mismo que siente este «subido en el castillo-meseta». He trabajado en Cuba, en Argentina, en Brasil, en la República Dominicana, y en otros países latinoamericanos. También en Portugal. Y he tenido en mis cursos y masters a personas de muchos países, incluida China, India, Australia, Turquía, Líbano, Marruecos y de muchísimos países europeos, no sé si de todos, pero de muchos. Cuando he trabajado fuera el agradecimiento y la condescencia con el profesor ha sido siempre de un nivel de excelencia, y siempre siempre he regresado agradecido de cómo he sido tratado. Cuando he recibido en mis cursos a personas extranjeras, han destacado por el tratamiento que me han dado y la forma en que hasta años después han sabido recordar y agradecer lo que habían aprendido en mis clases ……. Es cierto que también me ha ocurrido excepcionalmente con los alumnos de Madrid y alrededores, pero es mucho más excepcional …. parece que no estuvieran preparados para el agradecimiento y si, sin embargo, para la crítica más feroz. Necesitan años para darse cuenta de lo que se acuerdan de muchas de mis clases, y por supuesto, cuando eso ocurre, yo me siento muy bien ….. y tan agradecido como ellos por haberlos tenido de alumnos en algún momento.

En los últimos dos días he recibido tres agradecimientos de ese tipo, dos de personas que han sido mis alumnos y otra por una persona que fue participante -y algo más- en mis ciclos de innovación. También desde el lunes he saludado o me han saludado entre 10 y 12 exalumnos míos …. con los que me crucé en los pasillos de la facultad. A tres o cuatro de ellos, les costó saludarme, aún cuando había iniciado yo previamente el saludo …… también eso me apena …. porque seguro que ninguno de ellos tiene razón alguna para no ejercer el saludo conmigo. Hoy, sin embargo, prefiero pensar que muchos me han saludado espontáneamente y que tres personas han expresado públicamente el agradecimiento por haber tenido la oportunidad de cursar conmigo diversas actividades formativas y de desarrollo e innovación.

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