Siendo como somos tan iguales, tan parecidos en nuestros genes, casi idénticos, queremos mostrarnos como diferentes.
Alguna vez conté una anécdota que me sorprendió en su momento, cuando estaba estudiando ingles en Londres, y mis compañeros eran un alemán como uno se imagina a un alemán, grande, rubio, y hablando ingles como si fuera alemán; un frances muy elegante, me parece que era director de una empresa, maduro, que tambien intentaba hablar ingles como si fuera frances; un italiano bajito, del sur, creo que de Calabria, muy vivo y chistoso, que no tenia mal acento en ingles; y un japonés, como nos imaginaríamos a un japonés …. mas bien callado, de pocas palabras, muy disciplinado y serio, y naturalmente, yo mismo, también de estatura normal para hace veinte años e intentando superar el acento característico, pero no consiguiéndolo demasiado.
Ya estábamos terminando el curso, y se hizo una pequeña fiesta de despedida. En ella, dimos un paseo por varios pubs londinenses, bueno tres o cuatro, pero lo cierto es que después de las pintas o medias pintas que nos habíamos colocado estábamos en una buena disposición para las confesiones. Como se desprende de la presentación, todos los europeos pensábamos que los japones se parecían mucho entre ellos, que parecían «iguales». Ese día y después de dos o tres pubs, el japonés se dirigió a mí y me dijo, muy seguro: «ustedes, los europeos son muy parecidos entre sí». Me quede anonadado, pensando en lo que podía parecerme al alemán que media casi 1,90 o al francés que era extraordinariamente elegante y galante, o al pequeñísimo italiano del sur, o ……. Los japoneses pensaban lo mismo que nosotros de ellos. A nosotros nos costaba diferenciarlos, y a ellos también. Eso me hizo pensar en que éramos mucho más parecidos de lo que nos creíamos. Por otra parte, también me hizo pensar que cuanto más parecidos somos, mas buscamos la forma de diferenciarnos de los demás, de parecer distintos. Y eso puede tener algunas consecuencias poco deseadas.