Soy consciente de que decir «mis gentes» pudiera resultar hasta ofensivo para algunos, pero no quería decir solo aquellos que son mis amigos o mi familia, sino y sobre todo, «mis gentes, culturalmente hablando», y que también pueden ser, sin duda, amigos o compañeros o conocidos. Quiero hablar solo de algunas vivencias con «mis gentes gallegas», de mis amigos de aquí, de mis conocidos de aquí, y no quiero hablar mas que a partir de vivencias, de experiencias.
Y empezare por mis experiencias de ayer mismo. Porque ayer mismo me vine a Galicia en coche, quería ver a mis nietos. Como había también quedado con un amigo de la infancia que hacia mas de cuarenta años que no veía, podía intentar combinar cosas que a mí siempre me gusta. Y precisamente en ese sentido llame el miércoles a un exalumno, un extraordinario empresario y hombre de bien, porque también quería hablar con él sobre un proyecto social que tengo entre manos. También el miércoles por la noche, hablé con Manolo, de Vigo, un gran amigo desde siempre, y que en principio quería que nos viésemos a comer, junto con José Luis, otra persona querida. Me llamó Manolo diciendo que él podía quedar, aunque era el peor día de su semana laboral, dado que trabaja en una Caja y los jueves tienen jornada de mañana y tarde, pero que le gustaría quedar conmigo. Al principio, le dije que sí, pero me di cuenta de que tenía que hacer un gran esfuerzo, pues le «obligaba» a trasladarse a Santiago, y a mí mismo me obligaba a desviarme de la ruta prevista en 150 kilómetros -después de ya haber hecho seiscientos y pico- y le dije que no se preocupara que le prometía que la vez siguiente que viniera a Galicia que nos veíamos, pero que ahora era mejor que ninguno de los dos hiciera el esfuerzo -que era mucho para ambos- por encontrarnos. Lo comprendió y yo pienso que se sintió aliviado, igual que yo.
Entonces llamé a Tito, serían las diez de la noche. Él vive a unos kilómetros de Santiago, pero en dirección hacia el interior. Me había invitado a ir a tomar café a su casa, y le dije que podíamos quedar en un punto intermedio y comer juntos. (Quiero resaltar que estaba en casa, se puso al teléfono al tercer ring, se puso su mujer, que estaba al tanto, conocía todo lo referente a mí y me pasó inmediatamente con él. Tal vez no os parezca raro, pero a mí, acostumbrado a la «invisibilidad de la gente de Madrid», me resultó gratificante). Le propuse La Casilla, lugar de culto a la tortilla ¿gallega?, e inmediatamente aceptó la propuesta, no tanto por el sitio que al parecer no recordaba, como por encontrarme después de tantos años. (No hubo tampoco ninguna duda respecto al propósito. Quería verme, que nos viéramos e inmediatamente aceptó, aun sin saber donde estaba el restaurante).
Había previsto salir de mi casa a las nueve-nueve y media de la mañana, con objeto de llegar para comer e ir con tiempo. No me gusta ir con prisas, y más cuando tienes que conducir 600 kilómetros. Salí a las nueve y el único inconveniente del viaje fue la lluvia, que en algunos momentos fue torrencial, y el viento que se fue acentuando según me acercaba a Betanzos. Pero en todo caso, llegué a las dos menos cuarto, tres cuartos de hora antes de la hora que habíamos concertado. Me dije: voy a darme un paseo por el Betanzos viejo -tengo que decir para algunos de mis amigos lectores que no lo sepan, que Betanzos es una villa bellísima, antigua capital del reino de Galicia, situada en un otero empinado y que dispone de tres iglesias, románicas, aunque una evolucionada hacia el gótico y otra hacia formas mas renacentistas, pero las tres preciosas y que he visto y revisto muchas veces, por fuera, que ya vale la pena, pero también por dentro. Esta vez solo pude verlas por fuera, porque ya estaban cerradas ….. eran las dos de la tarde … hora de comer y no de rezar. Aún así me encantó dar un breve paseo por sus calles empinadas y recordar algunas de sus arquitecturas. En el paseo no me llovió y lo hizo más bello. Pero el paseo tenía unos límites, y a las dos y diez pensé que era mejor irme al restaurante donde habíamos quedado.
Llegué hacia las dos y cuarto, un cuarto de hora antes de la hora. Según entré…. vi a mi amigo que venía a abrazarme: ¡ya estaba allí! Bueno, ya estaban, porque había venido con su mujer, Isabel, a la cual yo no conocía. Resalto: puntualidad, hasta llegar antes de la hora. No digo más. En los dos había el alborozo y hasta el nerviosismo de un reencuentro, después de tantos años, máxime cuando habíamos sido tan importantes el uno para el otro y viceversa. Isabel también encantadora. Me sorprendió que supiera tanto de mí y de la relación entre los dos. Varias veces habló de nosotros o de nuestros amigos comunes, como si los conociera y mucho. Aún de momentos en que ella, que vivía casi al otro lado de la ciudad, difícilmente podía recordar por experiencias directas, sino a través de los relatos de su marido. En todo caso, me alegro de haberla conocido, es una mujer inteligente y encantadora, al tiempo.
Hablamos de muchas cosas, claro, sobre todo de recuerdos, y también de cómo nos íbamos recordando a través de los gestos, que tal vez es lo que menos cambia de nosotros. En fin, fue una comida extraordinariamente agradable y tal vez una de las más largas que he tenido en mi vida, por la sobremesa amplia. Terminamos como a las cinco menos diez o menos cuarto. O sea, que habíamos hablado durante casi tres horas. Y sin parar. Me motivo mucho encontrarnos y cuando eso me ocurre, las ideas me afluyen, me encuentro bien y está muy contento, con lo que todo fluye, sobre todo la conversación. Creo que lo mismo les pasaba a ellos. Pero no sólo hablamos de nosotros y de recuerdos sino de lo que ahora hacíamos, y de cosas laterales que enriquecían la conversación. Se mostraron tremendamente amables y reconocedores. Y sobre todo, humildes. Son personas que han tenido una vida intensa, son buenísimos profesionales, que han destacado de manera importante, son personas realizadas profesionalmente y aún socialmente, y sin embargo, en ningún momento hicieron ni el más mínimo alarde de lo que han conseguido o lo que tienen: más bien se han mostrado como si estuvieran empezando (en realidad, siempre volvemos a empezar, casi en cada momento de nuestras vidas. Sentir que uno ha hecho algo y no tiene que seguir, no es de mi cultura, de mis gentes. Ellos siguen …. ahora jubilados, dedicándose a otras cosas … Tito a la jardinería y a su geografía, que recuerdo y recordó que era una de sus grandes aficiones (también mía). Bueno, tuve una sensación de vida, de continuidad, de nuevas etapas, de cierta aventura, a pesar de que él lo negase, pero es una aventura a su modo, concentrándose en aquello que siempre le ha ilusionado (José Luis no ha dejado de ser Tito, una persona que te mira directamente, una persona que piensa sobre lo que dices, una persona que siempre dice cosas apropiadas e inteligentes, una persona que sabe quién es. Pienso que era la persona más madura de nuestra calle, de aquella adolescencia, sí, era como una referencia de todos, como el centro, el referente para todos nosotros; sigue siendo, sin mostrarse explícitamente, el mismo, un referente, algo que consigue sin probablemente pretenderlo). Y eso también me parece muy gallego, porque no es la única persona gallega que he conocido y que es así.
Lo cierto es que nos despedimos y me dejó los teléfonos de dos amigos de esa adolescencia de los cuales me puso al día más o menos de lo que ahora hacían o donde vivían. Es decir, había mantenido el vínculo y aunque en su nueva vida no eran propiamente sus amigos, los tenía localizados, se había preocupado por ellos, y sabía de ellos, y recientemente había ido a visitarlos. Cuando salimos del restaurante, nos despedimos muy calurosamente, nos invitamos mutuamente a nuestras casas, y nos separamos con cierta saudade. Se notaba que no queríamos terminar el encuentro, porque los dos tardamos en poner en marcha nuestros respectivos coches, como si estuviéramos pensando sobre lo que habíamos vivido, o tuviéramos -como tuvimos- la oportunidad de saludarnos antes de dejar de vernos. Por fin, ellos arrancaron, y al pasar enfrente de mi, mostraron gestos de alegría -y tal vez de cierta tristeza- por vernos otra vez, aún desde dentro de su coche. Yo estaba de pie delante del mío, y mirando el móvil porque quería llamar a uno de mis amigos, que Tito me había dicho que no estaba del todo bien y pensé que era una buena oportunidad para hablar con él, Balta, del cual he hablado alguna vez en mis recuerdos.
Me metí en el bar de enfrente porque estaba lloviendo y llamé a Baltasar. Cogió él el teléfono, al tercer ring. Su voz era la que recordaba de mi adolescencia. Desde los dieciocho o diecinueve años que no hablaba con él. Se quedó muy sorprendido, agradablemente, y yo también por poder reconocer su voz y su manera de decir. Hablamos no más de diez minutos ….. pero fue estupendo. Le prometí que la próxima vez que regresara a Coruña montaríamos una reunión con todos los amigos de esa época, y que sería pronto. Me dijo que vivía en Meirás y yo le dije: ¿en el pazo? en plan de broma. Él se rió y dijo: «bueno, no exactamente». Estaba sorprendido, en realidad, es lo que tenía que ocurrir, porque no podía prever que yo apareciese después de tantos años. Pero me reconoció en menos de diez segundos. Me dijo que muchas veces había recordado cosas donde yo también participaba. Y me habló de que hacía poco que Sarita y Tito habían estado en su casa, visitándolo. Una conversación intensa para tan poco tiempo. Y continuará.
Como estaba tan cerca de Coruña, me dije: voy a intentar ver a alguien de las personas que estudiaron conmigo y que fueron tan amables de convocar la reunión que tuvimos en noviembre de conmemoración de las bodas de plata de la promoción. De ese grupo, dos personas me habían llamado para felicitarme la navidad, a las que por supuesto contesté, y una de ellas, hasta me había llamado, Genoveva. Me dije: voy a saludarla, y si es posible, tomarnos un café juntos. La llamo al móvil y no lo coge, sale el contestador, dejo un mensaje para que me llamase. Y posteriormente hago una llamada a mi hija para decirle donde estoy y que llegaré un poco más tarde de lo que había previsto. Cuando cuelgo, allí estaba la contestación de esta chica. Había contestado inmediatamente (otra cosa de mi tierra. Voy a poner un ejemplo complementario: solo una vez en mi vida, he ido a un restaurante y no me hicieron sitio aunque estuvieran muy ocupados, hasta llenos, cosa que por supuesto no pasa en Madrid, a veces ni siquiera cuando hay realmente sitio disponible. Si no reservas en Madrid estas perdido, y te miran como si fueras un forajido: te preguntan, ¿tiene reserva? y cuando dices que no, que si tienen una mesa. Te miran de arriba a abajo y casi siempre te devuelven a la calle de donde venías. Bueno, pues eso sólo me ha pasado una vez, una sola vez, de las muchas que he comido en sitios en mi tierra, y era una loca de La Guardia, con mucha fama por su langosta y su merluza, y por ser franquista hasta el moño, que me miró, vio mi barba de progre, me echó un discurso a favor de Franco, me preguntó qué era yo, y al final, me dijo que no tenían sitio, cuando era evidente que sí, que lo tenían). Lo cierto es que había contestado. La volví a llamar, y resulta que estaba en Madrid, ¡qué curioso!, Con sus nietos, porque los hijos se habían ido de viaje. No era posible el café, pero sí una conversación telefónica agradable.
Entonces me di una vuelta por «mi Coruña» (seguro que cada uno lleva «su Coruña» en su corazón, yo llevo la mía), por supuesto, pasando por la calle Vizcaya y mirando el cuarto piso donde vivían en la entonces llamada «Sexta del Ensanche», me tomé el café y me fui a la carretera camino de la casa de mi hija.
Podía contar muchas cosas más que me pasaron que daría una visión todavía más clara de la «belleza de mis gentes», pero ya creo que he contado mucho. Siempre me paso. Siempre acabo pensando que vale la pena dar de más que de menos. Dar con magnificencia, dar todo lo que tienes. Gracias por leerme.
El primer video ….. con el que se terminan muchos fines de fiesta por las orquestas en Galicia, expresa lo que somos, bastante aventureros. Nos buscamos la vida si no tenemos más remedio, y si lo tenemos, también nos la buscamos. Una aventura razonable, seria; un gran esfuerzo, pero salimos adelante. Hemos sido la representacion de emigrantes españoles en America y en Europa, y seguimos siéndolo en América, donde hasta los hijos y nietos siguen sintiendo en parte como nosotros; y en Europa, donde muchas veces nos encontramos con gallegos en el sector más interesante para la vida, la restauración, es decir, la comida. Este pueblo no se queja cuando tiene que emigrar, sólo los que quedan añoran a los que se han ido, pero los que se van no tienen tiempo más que para sentir «morriña» de su gente.
Morriña es una expresión que aparece en el cuarto video que he colocado, una expresión nuestra, de la que se ha derivado después un sentimiento melancólico portugués o «uma saudade» brasileira. Morriña expresa nuestro sentimiento de relación con nuestras raíces, que nunca perdemos. Siempre llevamos dentro de nosotros nuestra cultura, nuestras formas de ser y de vivir, y seguimos viviendo en esas formas y hasta lo hacen, tal vez consciente o inconscientemente, nuestros hijos y nuestros nietos y tal vez por más generaciones.
Pero aventura y morriña sólo pueden sentirse cuando se va muy lejos, «cuando se salta el charco», o mejor, cuando se navegaba. Estabas muy lejos, y ahí es donde te dabas cuenta de lo que ya no tenías, ni probablemente tendrías nunca. Todavía recuerdo mi llegada a Madrid, mi hospedaje en una pensión del centro de la capital, y cómo empecé a sentir «morriña», sentimiento que nunca había tenido viviendo en mi tierra. A veces, nos reuníamos algunos y cantábamos …. cantábamos canciones gallegas tristes -la mayoría son alegres, pero las que representan a nuestros poetas tienen un gran dramatismo y hasta tristeza- como «Negra Sombra» y se nos caían las lágrimas, se nos caían las lágrimas de «morriña», de añoranza, de saudade. Tenía que ver con las raíces, era una imagen poco sólida, más bien virtual, algo que nunca habíamos sentido ni visto, algo inabarcable. Luego he visto el sentido que tiene saudade para un portugués o el sentido de saudade, más amoroso, para un brasileño. Era otra cosa, algo más profundo, tal vez relacionado con el gran mar, la gran distancia que nos separaba de lo que era nuestro.
Si, porque morriña y aventura llevan implícito de alguna manera algo húmedo, algo que se siente en nuestra tierra, la mar, o si quieren el mar. La mar es parte de nuestro sentir por la tierra. No es una tierra seca, es una tierra «invadida» por la humedad del mar, ese mar que nos trae con su evaporación las tormentas que riegan constantemente las hortensias y las hacen altas y hermosas con sus flores de colores variados. El mar es Galicia, aunque no vivamos en el mar. Pero vivimos con el mar, constantemente. También los que «no tienen mar» y viven en los adentros de la tierra. Siempre me ha sorprendido que por ejemplo, el pulpo se hiciera en sitios sin mar ….. del interior de Galicia y era mejor que el que se comía en las ciudades con mar. El mar en Galicia lo invade todo, está en todos los sitios. Nuestros cerdos se alimentaban -y espero que todavía algunos lo sigan haciendo- de patexos-cangrejos mezclados con algas y con otros productos normalmente obtenidos del mar. Nuestros pescados son excelentes. Hoy mismo he comido una caballa que ya le gustaría al mejor gourmet haber tenido esa oportunidad, y es un pescado vulgar, pero aquí no hay pescado vulgar. Y nuestros mariscos son únicos, riquisimos, realmente sabrosos, e inigualables. He probado siempre que he podido mariscos por el mundo, que por supuesto siempre están ricos, pero no son como los de las Rias gallegas, porque aquí «pega» el Gulfstream, las aguas calientes del golfo de México, y las rías o algo equivalente solo se puede encontrar en los fiordos noruegos, y allí hay otras cosas, pero no mariscos, porque hace demasiado frío. Las rías son una gran cama … un gran criadero de riqueza marisquera, una riqueza única en el mundo. Nacen sin hacer nada, nacen solos. Siempre me ha asombrado como pueden renovarse tan rápidamente, pero es así. Y eso que hemos sido, como en otros sitios, excesivamente agresivos con el medio, y a veces, lo pagamos o lo pagarán nuestros hijos o nietos o …..
Morriña, aventura, mar …. componen una «salsa» -los marineros en Galicia llaman Salsa a la mar, igual que dicen «a mar» y no o mar-, una salsa que es «ser gallego», algo mágico. Si, tal vez sea la mejor expresión: mágico o bien a veces esperpéntico u otras fantasioso u otras sacrificado u otras ……. mejor, mágico. Un mundo mágico en cuya retorta se ha condimentado el gallego y su cultura.
Ah, y muchas de estas cosas solo pueden entenderlas los gallegos que nos hemos ido. Los que se han quedado ven otras cosas, que nosotros no vemos.
De todas formas, pienso que muchas cosas que digo están cambiando y de forma muy significativa, porque las personas y el mundo están cambiando y muy aceleradamente, y tal vez, visto desde una persona madura, para peor en muchos sentidos.
Hoy me contaban de un pueblo cercano al que estoy pasando este fin de semana, un pueblo marinero, con mucha flota de alta mar que los barcos no encuentran gente para navegar y sin embargo, los jóvenes destacan por su capacidad de montar juergas …… cosa por cierto nada rara en este país.
Tal vez, casi sin darnos cuenta, muchas cosas han cambiado. Cuando me contaban lo anterior por una persona nada sospechosa de derechista, me preguntaba si eso de decir que la gente gallega es trabajadora igual no es más que un slogan más. Creo que al menos los que nos hemos tenido que ir a la emigración tenemos esas características, pero también me pregunto si los que emigran, sean de donde sean, no serán en su mayoría grandes esforzados en sus trabajos, porque no les queda otra que esforzarse.
Por otra parte, siempre hay que descontar el nacionalismo o terruchismo que uno lleva casi sin darse cuenta, que atribuye a los suyos lo mejor y a veces, a los ajenos …. lo peor.
Aún así pienso que somos un pueblo de gran mérito y trabajador, pero hay excepciones que ¿confirman la regla?. Tal vez sí.