El otoño me gusta, pero me mata. Sin duda, el otoño en Madrid es especial, con colores, con sol, con buen tiempo …. si, todo eso está muy bien, pero me va matando. Poco a poco voy sufriendo la pérdida de luz, la pérdida de sol y voy decayendo …. tal vez igual que las hojas …. y es como si me desplomara (¿desplumara?). Me falta luz, porque decae. Los días se hacen más cortos, las noches más largas. Soy un personaje de día; la noche nunca me ha gustado demasiado. Pero sobre todo es la tendencia. La tendencia hacia abajo de la luz …. los días más estrechos …… Si no fuera porque tengo a mis alumnos, con los que tengo no sólo que estar concentrado, sino constantemente motivado por sus iniciativas y por sus aportaciones, si no fuera por los alumnos, decaería …. profundamente. Aún así me ataca al estómago, y el estómago ya sabemos que pone de muy mal humor. Tengo que recordar otra vez que mi estómago sufre con la caída de las hojas; también, aunque menos, con la primavera, pero la primavera es otra cosa.
Tengo que hacer consciente porqué ahora decaigo. Hasta que lo hago consciente, me voy sintiendo relativamente mal y parece que todo se me estropea …. y pierdo las ganas …. las ganas de casi todo. Este es tal vez el peor mes, hasta llegar a finales de diciembre. Ahí recomienza la luz a tomar la senda hacia arriba. Y me vienen a la mente nuevas ideas innovadoras, y sobre todo, me dan ganas de ponerlas en marcha, de hacerlas, de proponerlas a otros para que las pongamos en marcha. Yo no sufro el invierno. A partir de la luna del comienzo del año chino, a mediados-finales de enero, las cosas ya vuelven a estar en su sitio, recupero mi yo, y tengo ganas de comerme nuevamente el mundo.
Ahora, a aguantar …. sobre todo, el dolor de estómago ……
Oda al otoño, de Pablo Neruda
Ay cuanto tiempo
tierra
sin otoño,
cómo
pudo vivirse!
Ah qué opresiva
náyade
la primavera
con sus escandalosos
pezones
mostrándolos en todos
los árboles del mundo,
y luego
el verano,
trigo,
trigo,
intermitentes
grillos,
cigarras,
sudor desenfrenado.
Entonces
el aire
trae por la mañana
un vapor de planeta.
Desde otra estrella
caen gotas de plata.
Se respira
el cambio
de fronteras,
de la humedad al viento,
del viento a las raíces.
Algo sordo, profundo,
trabaja bajo la tierra
almacenando sueños.
La energía se ovilla,
la cinta
de las fecundaciones
enrolla
sus anillos.
Modesto es el otoño
como los leñadores.
Cuesta mucho
sacar todas las hojas
de todos los árboles
de todos los países.
La primavera
las cosió volando
y ahora
hay que dejarlas
caer como si fueran
pájaros amarillos.
No es fácil.
Hace falta tiempo.
Hay que correr por todos
los caminos,
hablar idiomas,
sueco,
portugués,
hablar en lengua roja,
en lengua verde.
Hay que saber
callar en todos
los idiomas
y en todas partes,
siempre
dejar caer,
caer,
dejar caer,
caer,
las hojas.
Difícil
es
ser otoño,
fácil ser primavera.
Encender todo
lo que nació
para ser encendido.
Pero apagar el mundo
deslizándolo
como si fuera un aro
de cosas amarillas,
hasta fundir olores,
luz, raíces,
subir vino a las uvas,
acunar con paciencia
la irregular moneda
del árbol en la altura
derramándola luego
en desinteresadas
calles desiertas,
es profesión de manos
varoniles.
Por eso,
otoño,
camarada alfarero,
constructor de planetas,
electricista,
preservador de trigo,
te doy mi mano de hombre
a hombre
y te pido me invites
a salir a caballo,
a trabajar contigo.
Siempre quise
ser aprendiz de otoño,
ser pariente pequeño
del laborioso
mecánico de altura,
galopar por la tierra
repartiendo
oro,
inútil oro.
Pero, mañana,
otoño,
te ayudaré a que cobren
hojas de oro
los pobres del camino.
Otoño, buen jinete,
galopemos,
antes que nos ataje
el negro invierno.
Es duro
nuestro largo trabajo.
Vamos
a preparar la tierra
y a enseñarla
a ser madre,
a guardar las semillas
que en su vientre
van a dormir cuidadas
por dos jinetes rojos
que corren por el mundo:
el aprendiz de otoño
y el otoño.
Así de las raíces
oscuras y escondidas
podrán salir bailando
la fragancia
y el velo verde de la primavera.