Los directivos se han ido convirtiendo en una clase muy especial, especialmente los de las grandes corporaciones. Ahora parece que nadie clama contra los propietarios, accionistas o capitalistas, sino contra los directivos. Digo yo que por algo será. Ya decía Hilferding hace un siglo que el propietario tendía a convertirse en un rentista, en la mayoría de los casos, y lo que después tanto ensalzó Schumpeter en el mismo como empresario-emprendedor, no estaba más que en los jóvenes, en los nuevos y sobre todo, pequeños-medianos, y en algunos de las grandes corporaciones que habían mantenido «el timón» de la nave capitalista.

Pero el espíritu emprendedor casi ha desaparecido en cuanto a los propietarios en las grandes corporaciones, que se convierten en anónimas y ponen sus recursos en manos de expertos-técnicos-especialistas que llamamos directivos. Algo queda de lo contrario en las grandes empresas familiares, pero en lo substancial las cosas son así. El directivo sustituye al capitalista en la gestión de la empresa. Y en la medida que lo sustituye, que es mucho, acaba siendo el que toma las decisiones, y por tanto, el que manda. Esto se ha ido haciendo cada vez más evidente según pasaban los años, y ha cobrado una singular expansión después del ya famoso Iaccoca, de la Chrysler. Un grupo selecto de personas se hacen cargo de aquello que no es suyo, pero que gestionan como si lo fuera. Bueno, eso es más un decir, porque en realidad, lo gestionan como ajeno, pero buscando el beneficio propio, y a veces, muchas, hasta haciéndose con una buena participación en la gran corporación, y aún en accionista mayoritario, en algunos casos singulares.

El directivo no es un propietario, y no se comporta como tal. En su momento, tuve ocasión de materializar un estudio de directivos, de su comportamiento, en una gran corporación, singular en este país, por ser paradigmática en muchos sentidos. Ese estudio se resumió en el capítulo quinto de mi libro «Innovando en la empresa», y en lo substancial se veía que el directivo no era precisamente el dechado de virtudes que normalmente lleva implícito ocupar esos puestos de responsabilidad, o al menos, no era tan parecido a lo que podemos pensar, aún envidiosamente, la mayoría de los mortales. El directivo acaba cobrando su variable, sus bonus, teóricamente a partir de los resultados obtenidos por la organización, pero lo cierto es que siempre excede proporcionalmente dicho porcentaje, y estoy hablando del alto directivo. El medio sin embargo suele ir por debajo de la media de crecimiento de beneficios, por las formas de distribución que son tremendamente desequilibradas. De ahí precisamente se ha ido creando un nuevo emergente del capitalismo, con un poder a veces asombroso, que es el directivo. Teóricamente sin propiedad, o con menos de la cabría esperar en función de su poder ejecutivo, sin embargo, es quién gestiona y dirige la empresa hacia la rentabilidad.

Dentro de este contexto, en los últimos tiempos se ha hablado mucho de las retribuciones de los directivos, y sin embargo, mucho menos de las excesivas-abusivas tasas de beneficio de las grandes corporaciones, que son las que con su posición monopolista o cuasi-monopolista, siguen aumentando de forma exponencial sus resultados favorables, aún en etapas de depresión económica. Bien, nos hemos fijado en los abusivos, sin duda, bonus de los ejecutivos, sobre todo, cuando se han aprobado apoyos a sus empresas desde el patrimonio de todos los ciudadanos, desde la bolsa que es el Estado, o los Estados, y especialmente al sector financiero-bancario. En la proposición crítica parece que damos por sentado que tienen que cobrar lo que cobran, pero que es poco ético que lo hagan en momentos en que hay tanto paro y todo eso …… Parece como si se correspondiese a un momento, y no a una realidad estructural.

Y se cobra mucho porque lo que se cobra no se justifica en función de la importancia de su trabajo. Y como siempre ocurre, no es el que trabaja más y mejor el que cobra más, sino aquél que sabe hacer lo que tiene que hacer en cada momento. En realidad, los directivos son una casta muy especial, con unas reglas internas pecualiares, y muy conservadoras. La cuestión final está en no equivocarse, en no llamar excesivamente la atención y en rendir el tributo adecuado al que está arriba de cada uno. Pasar desapercibido suele ser algo connatural en el directivo, que prefiriría no tener que salir de su cubículo, porque en el fondo no quiere llamar la atención de nadie. Los que suelen llamar más la atención son aquellos que por su ego o por otras circunstancias aparecen en todos los sitios, son escuchados, son criticados, y en poco tiempo, son apartados, porque quitan demasiada imagen a los que están más arriba, que a su vez no les gustaría salir en la foto más que lo imprescindible, pero este que trabaja conmigo o para mí, no va a salir precisamente más en la foto que yo ….. eso responde a una visión maquiavélica …. que es tan propia del mundo de los ejecutivos. Digo que los directivos son una especie de casta, porque se apoyan muchísimo entre ellos y construyen redes hasta ideológico-religiosas, como en nuestro país, que son las que dan acceso a la casta por parte de los aspirantes. Estas redes suelen estar avaladas desde el fondo de la imagen por las escuelas de negocios.

Les pongo una noticia de hoy sobre el tema de las retribuciones, aunque ayer, creo que en la prensa nacional leí otra similar, pero referida a Europa.

La noticia empieza así:

Con crisis o sin ella, la retribución media de los consejeros y altos directivos de las empresas españolas que cotizan en bolsa acumula cinco años de subidas ininterrumpidas, según los últimos datos publicados por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV).

Los más beneficiados han sido los consejeros ejecutivos (presidentes y consejeros delegados), que entre 2004 y 2008 han visto incrementarse sus emolumentos un 69% , hasta una media de casi un millón de euros anuales. El año pasado, cuando la crisis económica ya era una realidad, la subida de sueldo para los consejeros ejecutivos fue del 8,7%, pese a que los beneficios de las empresas cotizadas cayeron tras el récord de 2007.

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