Ayer leí un artículo que me reintrodujo en unas consideraciones sobre el tiempo que me parecen muy importantes en nuestra extraña (sic) cultura. Joffre Villanueva escribía: «Ganar tiempo para salir de la crisis». Voy sólo a reproducir tres cabeceras del mismo: «Ni el horario ni el calendario son racionales, responden a inercias históricas»; «El tiempo es un eje que influye en el fracaso escolar y en la baja productividad»; y «Es necesario cambiar la forma de organizar y vivir el tiempo de que disponemos». Tres tesis que dan mucho juego y que parecen no preocupar a nadie. Tal vez por eso nos preocupen a Villanueva y a mi.
En las tres proposiciones estoy de acuerdo. Nuestro calendario es el calendario gregoriano sin casi modificaciones. La entrada en la democracia ha mantenido inalterado en lo básico, excepto por añadir una fiesta más, la de la Constitución, y mantener otras muchas que en términos de trabajo y de ocio son irracionales, en su mayoría, pues dependen de qué día de la semana son en cada año. Los anglosajones hace tiempo que utilizan un calendario bueno para todos. Es cierto que tienen menos fiestas, pero si somos tan festeros podemos mantener el mismo número que tenemos ahora, pero distribuidas de mejor manera. Por ejemplo, situándolas en los lunes, lo que permitiría un fin de semana largo, y más aprovechable … y desde luego más racional que eso de los puentes. Los puentes son una total irracionalidad y además, desconcentran al personal en cosas que desvalorizan lo que hacen. Además, son discriminatorios, unos los tienen y otros no. Y cuanto menos discriminatorias sean también las fiestas, mejor.
Luego está la famosa Semana Santa y las muchas fiestas religiosas fijas, en un día fijo. La Semana Santa se organiza sobre la luna llena del famoso Gregorio, papa, que a su vez la tomó de los idus de marzo de griegos y romanos. En realidad, y en el fondo representa el comienzo del solsticio de primavera-verano, igual que el Carnaval propone el cierre por defunción y jolgorio del invierno, y la primera proclamación de la primavera. Es ilógico que en esa semana jueves y viernes, y por tanto, sábado y domingo, todo se paralice, lo cual se extiende a los colegios hasta una semana larga. En fin, no voy a entrar en muchos más detalles, porque creo que todo eso distorsiona el buen vivir, y la continuidad necesaria en las tareas que emprendemos. Cada vez que volvemos de un puente o de una semana de vacaciones, tenemos que reencontrarnos con nosotros mismos y con las cosas que hacemos. Se pierde mucho tiempo con esos reencuentros forzados por fiestas religiosas, en su mayoría, e incontroladas e incontrolables y que dan un tono folklórico al país, «de pandereta». Igual trabajamos mucho más, pero no lo parecemos.
El calendario escolar es excesivamente concentrado, dejando el verano (tres meses) para que todos se olviden de lo que han aprendido. Tres meses de vacaciones: medio junio, julio entero, agosto entero y mitad de septiembre. A esto se añaden descansos que son más necesarios, como el de navidad o el del segundo trimestre, al comienzo de la primavera, y que podían ser más largos, sobre todo el segundo, y reducir el tiempo vacacional intensivo en el verano. Es cierto que hay autonomías donde el calor es tan insorportable que el niño puede sufrir en las aulas, pero tampoco es demasiado cierto teniendo en cuenta las comodidades actuales, y el hecho de que los padres trabajen todos los meses menos uno a lo largo del año (y, ¿qué hacen con los niños en esos largos períodos? si tienen abuelos, se los colocan, los niños pierden la conexión con sus iguales, con aquellos que están aprendiendo, y se acostumbran a no pegar «palo al agua» durante tres meses, ¡tres meses seguidos! más tiempo del que tienen continuo en ninguna de las fases de su escolaridad, excepto tal vez el primer trimestre, de septiembre a diciembre. La situación es parecida según se va subiendo en el proceso de escolarización. En la universidad hay muchos alumnos que terminan sus cursos a mediados de junio y los renuevan a finales de septiembre-principios de octubre, más de tres meses sin participar en el proceso formal educativo. Una locura.
Coincido con el autor que eso tiene que repercutir indiscutiblemente en el nivel de fracaso escolar, porque las personas olvidamos en buena medida lo que hemos aprendido -y más con los sistemas de exámenes que se practican casi generalizadamente-, y tenemos que volver a empezar, con lo que eso significa de «perder» un tiempo precioso que podía estar dedicado a seguir avanzando. Y sin duda repercute en la baja productividad, porque las discontinuidades son básicas en todo esto.
Pero no sólo es el calendario lo que tenemos que cambiar, sino el horario. Los ingleses han inventado eso de las horas y Greenwich y resulta que van «una hora menos» que nosotros, y teniendo en cuenta que el meridiano de Greenwich pasa más o menos a la altura de Valencia, diríamos que en Valencia ya van una hora adelantados, o sea que en Galicia van hora y cuarenta minutos adelantados. Si a esto le sumamos que restamos una hora más, vamos de dos horas a casi tres horas adelantados …. es decir, parece que nos despertamos tarde (a las siete por ejemplo, casi todo el año de noche, cosa que no es muy conveniente para el equilibrio de la persona), aunque en realidad es muy pronto, pero tenemos la sensación de que no es pronto, porque el reloj marca las siete y media por ejemplo, pero la hora real es entre las cinco y las seis de la mañana. Es decir, nos levantamos antes que el sol aparezca, en algunos momentos del año, mucho más pronto. Solo vemos el sol cuando ya estamos trabajando, si es que entramos a las ocho u ocho y media. Lamentable. Sin embargo, es el mundo para los vagos y maleantes, para aquellos que pueden trasnochar, para lo que se llamaba siempre «señoritos». Los señoritos, que no tenían que trabajar o hacían como que trabajaban, se levantaban tarde, muy tarde, a las once de la mañana por ejemplo o más tarde, desayunaban tarde, comían tarde -que es lo que seguimos haciendo-, se tomaban una buena siesta de tipo Camilo José Cela, con pijama y bacinilla, volvían a levantarse tarde en la tarde, y se iban de fiesta tarde muy tarde hasta las tantas de madrugada: ¿no es el modelo de fin de semana amplio que muchos de nuestros hijos y nietos siguen con nuestro beneplácito?. Los estamos haciendo «unos señoritos», y es cierto porque tienen demasiadas cosas y se les permite también hacer lo que quieran, es decir, es el modelo clásico de señorito.
Este horario es infernal, es monstruoso, ni siquiera es bueno para los turistas o para los que quieren disfrutar un día al mes o cada dos meses de la noche. Los establecimientos de «copas» se llenan hacia las dos de la madrugada; si uno quiere ir a «echar una pieza», a bailar, tiene que esperar hasta la una o dos de la madrugada; si quieres salir al cine, como pronto sales a las doce y media de la noche; si vas a cenar, hay normalmente un turno que empieza a las once de la noche, que casi siempre es más tarde ….. o sea que acabas de cenar a la una de la madrugada o así …… ¿esto es normal?. Ni mucho menos, esto es una locura. No me extraña que la gente que viene de vacaciones piense que vivimos de miedo, porque da la sensación de que aquí nadie trabaja. Un item más: si uno sale a las tantas de la madrugada bebe más que si sale a las nueve o diez de la noche que es lo que hacen en casi todos los países europeos.
Total, es preciso hacer una gran reforma del calendario y del horario y permitir que los niños se levanten con el sol, y que sean las seis y media o las siete de la mañana, y se acuesten con la noche, a las ocho y media o nueve de la noche. Es igualmente necesario que los programas de ocio se adelanten en sus aperturas …. aunque sólo sea porque el horario lo condiciona, y que podamos disfrutar del tiempo libre de manera racional y no como ahora que nadie quiere irse para la cama porque «es muy pronto». Y coincido con Villanueva con que este es un buen momento. Si hay crisis, y hay que cambiar más cosas de las que se están cambiando, si es un tiempo de recuperación y de cambio, por qué no hacerlo también con el calendario, y añado yo, con el horario.
Es irracional levantarse de noche ….. tardas más en despertarte y «vas dormido». El mejor despertar es cuando en los meses de verano, podemos hacerlo un poco después de que salga el sol. El sol nos despierta. No valen excusas: si obligamos a nuestros hijos y a nosotros mismos a «levantarnos» de noche ….. todo funcionará peor y uno acabará odiando lo que hace, y porlo que ha tenido que levantarse tan pronto.
Estoy seguro que la gente es mejor humorada si se despierta con el sol. Estoy totalmente seguro. Y eso aumenta la productividad, la creatividad y la innovación.
Los niños tienen que aprender a levantarse con la luz. La luz es como una llamarada de vida ….. ya bastantes problemas tenemos si no hay luz porque está nublado. El día gris y nublado sabemos que nos hace más melancólicos y en cierto modo tristes.
Tenemos que acostumbrarnos a levantarnos contentos, y la luz, esa renovación de la vida, esa confirmación de que volvemos a estar vivos, nos repara y nos anima.
Eso de lo que hablo no se sabe lo que es en nuestro país, excepto en el verano, y en el verano no necesitamos tanto de la luz, porque estamos de vacaciones, estamos para disfrutar …. Podemos más fácilmente ser felices.
La noche tiene que ser la noche ….. no podemos convertir la noche en blanco, como la horrible iniciativa que sólo da lugar a confusión y a gente perdida en la noche urbana, que es una noche sin techo y sin estrellas. Luz artificial urbana, solo irrita nuestros ojos. La luz si puede ser solar y además, no consume energía, es gratuita y placentera, nos da la vida.
Realmente ser ciudadano, habitante de una ciudad, y más si es una gran ciudad, es una gran desgracia. No tenemos cosmos, sólo vemos algunas estrellas o algún planeta o la luna, siempre en inferioridad de condiciones con las luces urbanas …… yo diría que es imposible humanizar la ciudad, o casi.
La noche empieza cuando se pone el sol. Hay unos momentos tranquilos y placenteros en su puesta, en su ocaso, unos momentos que lo son más si estamos en unas rocas al lado del mar y mirando al oeste ….. pero me conformo con verlo desde mi terraza todos los días que puedo en este Madrid.
La noche nos repliega, igual que a los animales, nos hace más prudentes, más precavidos …. La noche es para cenar, descansar y poco a poco acoplarse a dormir.
No hay que prolongar la noche. Solo los que tienen algo que ocultar, la prolongan. O aquellos que se ven obligados, dadas las costumbres lamentables que hemos ido fortaleciendo.
Irse a la cama temprano, y leer un buen rato, tal vez media hora o hasta una hora ….. es mejor que tener que tomarse una pastilla para dormir. Las novelas nos ayudan a irnos durmiendo. La luz tenue de las mesillas de noche facilitan el trabajo. Y sino es así, nos lavamos la boca y podemos hasta ducharnos: es muy bueno para dormir bien, relaja mucho. Y no para evitar ducharnos por la mañana, sino para descansar mejor. Por la mañana, al levantarnos es bueno que volvamos a ducharnos, para abrir nuestros poros.
Cada vez que sales de casa por la noche, te desquicias, y entras en «resaca», aunque no bebas, que casi siempre bebes más de lo que beberías en casa. Al día siguiente estás descolocado, fuera de ti, con sueño, con ciertos dolores de estómago o de vientre, con un malestar …… sobre todo, si has trasnochado mucho. Hay que acostumbrar a nuestros niños y adolescentes a divertirse antes, y con menos droga, y me refiero también al alcohol.
Vayamos con el calendario. El calendario que utilizamos, siguiendo «las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia, católica-apostólica-romana» es el llamado Gregoriano. Su nombre viene del papa Gregorio XIII, me parece que en el Concilio de Trento, a finales del siglo XVI. Antes el calendario vigente era el juliano, llamado así porque fue instaurado un poco antes del comienzo del primer milenio, por Julio Cesar.
Aparte de la regulación de los meses, casi todos desiguales en su cantidad de días, y uno que cambia cada cuatro años, febrero, lo más característico es que se adaptó a las necesidades básicas de la liturgia católico-romana, y para construir el calendario de cada año hay un punto central que es el plenilunio posterior al equinoccio de primavera, que marca el Domingo de Pascua de Resurrección. A partir de ahí salen las fiestas básicas, incluido el miércoles de ceniza que marca el final del Carnaval, cuarenta días antes, que son los de ayuno y abstinencia en esa religión.
Ese es el calendario del mundo occidental y algún añadido, el calendario vigente. Luego encontramos otras formas de ver el calendario como la china o la árabe que se nutren normalemente y también del input luna para organizar sus días.
Nosotros, en nuestra cultura, aplicamos el calendario gregoriano en su máximo cumplimiento, incorporando una gran cantidad de fiestas religiosas que son propias de la misma religión, como Reyes, Semana Santa, Corpus, Ascensión, Concepción y Navidad. A esas fiestas les añadimos, otras más civiles como el día del Trabajo (1 de mayo), el 12 de octubre que no sé como se llama ahora, pero que es fiesta nacional, y el día de la Constitución el 6 de diciembre. A estas se añaden otras fiestas locales, de origen religioso o heróico, cada sitio tiene las suyas. Por ejemplo, en Galicia se suelen celebrar los carnavales en el mes de febrero, el día de las Letras Galegas, que es el día de la patria, el día de Santiago y creo que alguno más. En otros sitios tienen sus fiestas propias. Y en cada pueblo disponen de una o dos fiestas propias, que sólo abarcan el pueblo o el municipio o la parroquia o la ciudad o la provincia en que se encuadran.
Todas las fiestas son fijas, excepto los festivos de Semana Santa y de los que celebran el Carnaval que varían según el plenilunio posterior al equinoccio de primavera. Eso quiere decir que este año y en Madrid, desde septiembre a diciembre tenemos las siguientes fiestas aprobadas: en octubre, el día 12, que es lunes y por tanto este año está muy bien situado, muy racionalmente situado; el 1 de noviembre, todos los santos; que este año es domingo y por tanto, «no es fiesta propiamente dicha»; el 9 de noviembre que es una fiesta local que sólo se utiliza si otras fiestas caen en domingo; el día 6 de diciembre, día de la Constitución, que este año también es domingo; el 8 de diciembre, día de la Concepción o de las Conchitas, que este año hace puente, y el siete muchos no trabajarán; y el 25 de diciembre, Navidad.
Como se ve en este caso concreto, en septiembre no hay fiesta, en octubre hay una, en noviembre, dos, y en diciembre, tres. En otras palabras, diciembre es medio mes …. desde casi todos los puntos de vista.
Si tomáramos como referencia otra vez la Comunidad autònoma de Madrid y los ocho primeros meses del año, tendríamos que en Enero hay dos fiestas, el 1 (año nuevo) y el 6 (Reyes); en febrero no hay fiestas; en marzo o abril coincide con la Semana Santa que son dos días festivos seguidos haciendo puente con el fin de semana; en Mayo son fiesta el día 1 (día del Trabajo), el 2 (Dos de Mayo), y el 15 (San Isidro). En Junio a veces hay Corpus y otras no, es una fiesta móvil. En Julio está Santiago, una fiesta y en Agosto otra fiesta, el día 15. Como se ve muy desequilibrado hasta por meses. Algunos con tres días de fiesta, y hasta en semanas dispares, y otros sin ninguna fiesta.
Creo que el calendario actual tiene un total de 13 o 14 fiestas al año, bien distribuidas podía haber una por mes y sería más racional en todos los sentidos.
Claro que aquí somos más católico-apostólico-romanos que en cualquier sitio y todo cambio «levanta» una huelga general revolucionaria de los curas y sus seguidores. En una sociedad tan poco civil -y por tanto, civilizada-, con una presencia civil tan pobre …. así estamos.
A esto hay que añadir otro factor: según vamos conociendo otras culturas, incorporamos festividades reales o ficticias procedentes de las mismas, como el Halloween norteamericano -en realidad, creo que de origen irlandés- antes de los difuntos y a más de los difuntos (2 de noviembre). O el Papá Noël con el que duplicamos los regalos de los niños. De siempre, era el día de Reyes, ahora es en Reyes y en Navidad. Una locura más …… o uno u otro, ¿no les parece?
En fin, un desbarajuste.
¡Apoyo la moción! Pero vayamos más allá: olvidemos las fiestas, y reinventemos el horario laboral TOTALMENTE: Horas para vivir, horas para trabajar, horas para ser. Mantenimiento básico de las funciones corporales del ser vivo: unas 10 o doce horas; productividad real del trabajador: 4, a lo sumo cinco horas diarias (restando los intermedios, cafés, desperezamientos, desplazamientos inútiles, informes inútiles, burocracia inútil); tiempo para vivir como hombres: la familia, el pensamiento, los amigos, la pareja, la política, el arte, …
Si mi trabajo no me impide ser persona, no desearé continuamente escapar de él en los períodos estivales, y no necesitaré que sean tan frecuentes, tan prolongados. El ritmo de trabajo sería más ondulado, sin picos y profundas gargantas en la productividad, y disminuirá el estrés.
Hablar del tiempo siempre ha sido algo que me atrapa. Me gusta pensar en él y al final de las reflexiones siempre me pregunto “¿qué estamos haciendo con el tiempo que ahorramos?” Sí, porque la tecnología está trabajando a todo vapor para que no desperdiciemos el tiempo o para que no lo desaprovechemos. Ya no se tiene que tener todo el trabajo de cortar la carne, salarla, ponerla al sol para que no se pudra, sólo hay que meterla en la nevera. Ya no tenemos que perder días yendo a lomo de caballo a un sitio que está a 300 kilómetros porque tenemos un coche y hasta un avión para “ganar tiempo”; Ya no hace falta tener que encender un fuego en la casa todos los días porque la calefacción nos ahorra este tiempo. Hoy uno no le hace una visita un amigo o familiar sin llamar antes, “vamos, que puede no estar en casa y sólo voy a perder el tiempo.” Y luego porque puede ser falta de educación (lo que antaño no lo era)
Estamos siempre pendientes del reloj. Antes uno se despertaba con el sol y dormía cuando aparecían las estrellas y la luna. Comía cuando tenía hambre; ahora es el reloj que dice cuándo tenemos que acostarnos o levantarnos, es más, él nos obliga a comer a determinada hora (aunque no tengamos hambre porque luego no tendremos tiempo de comer), a ducharnos en momentos puntuales y hasta a hacer el amor (por la mañana tempranito o por la noche) porque hay que trabajar todo el día y, como lo habéis puesto muy bien, cada vez más horas por día. Pero no dice el reloj cuándo tenemos derecho a ser felices, a reírnos, sí, porque “¿reírse de qué? y además no se puede perder el tiempo con risas tontas, se necesita mucho más tiempo para protestar”.
La ideología capitalista y los empresarios fomentan la tecnología para que tengamos más tiempo para…. ¿trabajar? No que no sea bueno trabajar, de eso nada, porque a mí también me encanta trabajar y forma parte de nuestra felicidad y mejora la autoestima. Pero tenemos que trabajar para vivir y no vivir para trabajar.
Estoy de acuerdo con Teodoro J. Martínez de que por eso será que estamos “huyendo de un trabajo” que cada vez más quiere esclavizar al trabajador y refugiándonos en la fiesta que sea, da igual, con tal de que tengamos la ilusión de que estamos viviendo.
Y vuelvo a la pregunta de siempre “¿Qué estamos haciendo con el tiempo que estamos ahorramos?”
Estoy plenamente contigo, Teodoro. Claro que quienes tienen que promoverlo suelen ser alexithímicos -¿te gusta el palabro?- con pocas posibilidades de comprenderlo.
Yo tuve un jefe que decía que donde estaba mejor era en la oficina, porque no quería llegar a casa, su vida era de un total vacío humano, no parecía tener amigos. Por no tener, ni siquiera amante, al menos conocida, y ya sabes que en las organizaciones se sabe todo. Hasta una vez oí que tal vez estuviera escondido en el armario. Pero no, sencillamente abría una nevera que tenía en el despacho a las siete y media de la tarde y decía: «bueno, ya hemos hecho nuestra jornada laboral, ahora podemos tomarnos unos whiskies». Y así nos torturaba todo el tiempo que podía. Es cierto que yo lo aguanté poco …. no más allá de tres meses, pero fueron infernales. A los tres meses empecé a poner disculpas y llegó un momento en que sintió que yo no quería acompañar su soledad, y empezó a discriminarme ….. la verdad es que puedo entenderlo, viéndolo desde su punto de vista.
Si, tienes razón, María, «ahorramos» tiempo para tener «más tiempo» para dedicarlo a la creación de «plusvalía absoluta» (más horas de trabajo) para nuestros empleadores. Al final, hoy con los adelantos tecnológicos que tenemos, disponemos de mucho menos tiempo, y no vivimos demasiado mejor, en términos medios, tal vez peor, que los de las generaciones anteriores.
Y también es cierto que las costumbres han cambiado, porque también vivimos de otra forma. Tenemos mejores casas, pero más distantes de aquellos con los que nos relacionamos. Y el ser humano necesita un espacio vital donde desenvolverse, no tanto por el espacio, que es importante, como por la gente que lo habita y a la que nos hemos acostumbrado a tratar y a vivir con ellos.
Antes las familias vivían en el mismo barrio. Ahora eso es difícil. Los hijos se van a otros barrios, y los padres se quedan o se van a otros. El resultado es una difícil conexión entre ambos mundos. Igual ocurre con los amigos. Si inicialmente habitabas en un barrio, y ahí tenías el 95% de los amigos, eso cambia cuando quieres mejorar de casa e irte a otro barrio más moderno. De pronto, muchos de tus amigos se van diluyendo en la distancia. Y entonces aparece el tema del tiempo al que tú aludes: hay que preguntarles si están disponibles, cuando antes bajabas al bar de la esquina o a la misma calle y te encontrabas con los vecinos y los amigos, que allí estaban igual que tú. El tiempo de pronto se nos acorta, porque encontrarte con amigos que viven en diferentes barrios, supone todo un esfuerzo de planificación, de organización, de transporte y traslado y de encontrar un lugar adecuado para seguir siendo amigos. Demasiada complejidad para ….. superarla.
Me encanta la reflexión de María. ¿Quién se ha llevado el tiempo que yo he ahorrado? Porque no han sido ni mis hijos, ni mis amigos ni mi familia. Un tiempo que revierte en más tiempo, que se convierte en máxima eficiencia de mi vida laboral.
Como bien dices, Roberto, la distancia siempre ha sido sinónimo del olvido, puesto que es el paso diario del arado de la amistad por el mismo sitio el que refuerza el surco mnésico del recuerdo. Sin embargo, es en la Red -otra vez más, y otra razón por la que ha de ser un derecho de la humanidad- donde he encontrado un medio de reencontrar y mantener lo perdido, mediante blogs, redes sociales y correos. La antigua sensación de «parece que fue ayer» es ahora mucho más frecuente en los reencuentros físicos con mis amigos.
No obstante, no existe sal cibernética suficiente para sustituir el kilogramo de sal de los ingleses, por el momento 😉
Sin duda, el kilo de sal juntos de los ingleses, es un auténtico seguro de amistad.
Sin duda, estoy de acuerdo con que ahora las relaciones son más y más variadas, aunque algo menos intensas, donde hemos sustituido mirarnos a los ojos, pasear o jugar juntos una partida, por escribir nuestras ideas o manías en la red y hacer amigos, que se encuentran muchos y muchas.
La red, como casi todo en la vida actual, probablemente debido a como diría Marx, «el desarrollo de las fuerzas productivas» y tecnológicas, la red digo es más light, las relaciones son más frágiles, menos intensas, pero más amplias. Esa es la ventaja. Por otra parte, dicen que «en la variedad está el gusto», y aquí se puede encontrar, sin duda.
En cualquier caso, parece que la red no sustituye a la amistad, sino que puede complementarla, o hacerla más patente, aún en la distancia.
Ahora bien, mucho de nuestro tiempo se lo ha llevado alguien, casi siempre los mismos, porque sino como iban a haber acumulado tanto capital. Hace días saqué una cita de Proudhon, sobre esa propiedad que él consideraba, creo que buen tino estratégico, un robo. Eso, ¿de donde iba a salir tanto dinero acumulado trabajando? Nadie se hace rico trabajando, sino engañando o explotando.
Por poner un ejemplo patente, por donde no ha pasado la cultura, a pesar de los muchos millones acumulados, es Berlusconi. No creo que haya mucho que decir. Berlusconi se entiende solo. Hay muchos berlusconis, aunque muchos no hayan necesitado salir tanto en la foto como él, y meterse hasta el culo en política (¿he dicho política? que raro me suena hablando de este personaje).
Él piensa que el tiempo no pasa por él, no se mira nunca en el espejo, como todo narcisista se mira en las ondulaciones del lago, sobre todo cuando la tormenta se cierne sobre él y el lago …. no quiere verse. Si se viera, creo que no se gustaría ….. pero los nuevos ricos no tienen espejos.
En un estado supuesta o constitucionalmente laico, no puedo entender que no se cuantas fiestas nacionales, reeditadas una y otra vez por la institución pública y su administración, sean religiosas: ¿no éramos laicos? …. ya sé la respuesta. Era solo para incordiar.
¿No tendremos que dejar los santos en cada santuario y empezar a pensar en términos mínimamente racionales?
¿Tiene algún sentido que el único mes prácticamente que la gente se levanta con el sol para ir a trabajar sea precisamente el mes en que casi todo el mundo está de vacaciones, agosto?
¿Dónde está el sentido común en que las vacaciones de verano duren tres meses al menos, un parón de tres meses? En Galicia o en Asturias, o en todo el norte, ¿qué sentido tiene? Ninguno, ninguno. Una verdadera salvajada.
También en el resto del país, pero en el norte donde el calor agobiante es de 25 grados …. y la temperatura media alta es tal vez de 22 o 23 grados o menos, tiene sentido que los chicos estén tres meses de vacaciones, olvidando todo lo que han aprendido, y perdiendo las buenas costumbres del aprendizaje, y teniendo que volver a recuperarlas y perder así un mes o dos en tomar carrerilla?
Cada vez que paramos, necesitamos un tiempo para coger carrerilla otra vez.
Por ejemplo, yo calculo que realmente este país tiene dos picos de trabajo …. donde además se hacen todas las cosas del año, o prácticamente todas o se presentan o se difunden o se hacen congresos. El primero ahora empezará a mediados-finales de octubre para llegar hasta finales de noviembre, cinco o seis semanas donde se ve que se hacen cosas. El otro, en el primer semestre del año, ocurre de febrero hasta Semana Santa, y si esta «cae» pronto, menos tiempo. Son otras seis o siete semanas.
Después de Semana Santa …… sólo se hace lo que se convino en esas fechas que he indicado; y parece que todo se hace sin ganas porque empieza el carrousel de fiestas y no acaba. Nos vamos de la semana santa, al rocío, de ahí a las ferias andaluzas múltiples, de ahí a los toros de san isidro y todo eso, más tarde los sanfermines …. and so, como dicen los anglos. Inacabable.
Lo cierto es que como no trabajes eficientemente en las seis semanas del último cuatrimestre o en las otras seis o siete del primer semestre, te vas a pasar todo el tiempo mirando a las «batuecas» durante el resto del año.
La gente en ese momento está concentrada …. y lo está porque ya ha vuelto a recuperar el ritmo. Después de las vacaciones de agosto, se reintegra uno a septiembre con pocas ganas y muchos problemas, sobre todo, económicos, y se desconcentra intentando arreglarlos …. total que nos «perdemos» septiembre en ese impasse y parte de octubre, porque cuando empieza tenemos una fiesta … y casi siempre un puente, y hay que aprovecharlo. Ya casi habíamos cogido el ritmo cuando viene el puente del pilar. A principios de diciembre empieza la Navidad, pero efectivamente, porque la primera semana está llena de dos fiestas que siempre hacen puentes, a veces múltiples, como cuando el día 6 es martes y el 8 jueves o el 6 miércoles y el 8 viernes, ¡menudos puentes!. Alguien puede recuperarse de este parón antes de navidad, cuando antes hay que celebrarla con los amigos, hay que jugar a la lotería y después hay que comprar los turrones e ir al mercado a dejarnos la paga. Pues no. Todo el cansancio y el exceso de comida y bebida de la Navidad que dura hasta después de Reyes, y los gastos, convierten enero en la gran cuesta que hay que subir, otra vez problemas personales intensos, y por tanto, difícilmente nos concentraremos en las tareas por muy gratificantes que sean. Además, son las rebajas, es cuando podemos realmente comprarnos lo que no podíamos en la etapa normal. Sólo hasta principio de febrero no empezamos a recobrar nuestro ánimo y nuestra concentración ……. dura casi dos meses, si viene en abril la semana santa …. pero la semana santa produce otro gran parón y además, empieza ya a hacer calor ….. y es menos «gostoso» trabajar ….. otra vez vienen las dificultades de concentración …… Este ensayo podía ser inacabable, porque como se ve la estela de la discontinuidad hace que el rollo sea inacabable.
Dirán Uds., pues estos españoles se lo pasarán bien. Y yo les digo, pues no, tenemos jornadas agotadoras de más de 12 horas de trabajo, por supuesto sin pagar las horas extras; no podemos encontrarnos con amigos o con familiares porque no tenemos tiempo, aunque hablamos desde hace mucho de la necesidad de la conciliación laboral; vas por la calle y las caras son excesivamente serias; nadie te da los buenos días, ni aunque pase por tu lado; la gente no sonríe más que por maldades o chistes metiéndose con alguien; y luego llegan las fiestas y tampoco las disfrutamos mucho. Por ejemplo, este postverano estuve en la fiesta del pueblo donde vive mi hija mayor, y sólo bailaban unas pocas parejas de señores y señoras mayores. Los jóvenes sólo bebían o miraban. Tampoco me parece mucha fiesta, no creen?