Me gusta viajar, pero no solo. Cuando lo hago solo, como ayer, me aburro tanto conduciendo que al final corro mucho más de lo que debiera, y cuando llego al destino estoy muy cansado. Un viaje a Galicia desde Madrid son unas cinco horas, y ayer lo hice en algo menos. Los viajes, pienso, se han hecho para compartir la aventura. Es cierto que hay personas a las que les gusta ir solos, pero no es mi caso. Me gusta estar solo en mi casa, me gusta trabajar tranquilamente solo, me gusta disfrutar muchas veces de la soledad, pero no me gusta hacer viajes solo. Y ayer se me dió especialmente mal. No sé porqué, pero ya en el kilómetro sesenta o setenta, ya estaba mirando lo que me faltaba para llegar ….. mala cosa. Esto normalmente me ocurre cuando llevo recorridos cuatrocientos o más kilómetros, es decir, viniendo desde Madrid, cuando me adentro en Piedrafita, es decir, en Galicia.

Ayer en el curso del viaje tuve una conversación muy ilustrativa con el encargado de la bodega de Yllera, donde paré para comprar una caja de vino para compartir con mi familia. Es un personaje muy especial, y muy metido en esto del vino, y te recomienda muy bien. Cuando salí me pregunté por qué no le había preguntado su nombre. Otras veces lo encuentro muy ocupado con muchos clientes de transito, como yo. Pero ayer estaba tranquilo, solo. Y pudimos hablar de varias cosas. Primero me recomendó un vinito que es muy majo y barato para llevar. Luego, hablamos sobre los automatismos en que se está metiendo la sociedad. Es decir, vamos a una gasolinera y ya no hay nadie que te atienda, excepto para cobrarte, y tú -él se negaba a eso- tienes que echarte la gasolina y a veces, dada tu inexperiencia, mancharte del olor de la gasolina que es muy desagradable. Todo salió porque le pedí un culito de vino para quitarme un mal sabor de boca que tenía, y resulta que estaba automatizado y salía mucho más de lo que yo había pedido. Una pena, porque se quedó allí casi todo, y nadie lo utilizará. No me gustan los residuos, ni nadie iba a beberse lo que yo sólo había probado. A partir de ahí hicimos varios comentarios, cada uno a su modo, sobre esa tecnificación que acaba «robando» los puestos de trabajo y «hurtando» a los clientes un buen servicio, debido a la automatización de los procesos y la sustitución de los trabajadores por máquinas más o menos listas -que casi siempre son más tontas, claro-.

Luego paré más adelante en un bar para tomar algo, y me di cuenta de que entraba en un bar muy tradicional, muy propio de este país. Los he visto muchas veces. Había tres hombres en la barra, uno casi en la esquina, en la entrada y dos hablando …. no había nadie detrás de la barra. En cuanto me situé al final de la barra, uno de los que estaba hablando se metió detrás de la barra y me preguntó que quería. Se le notaba que o no quería dar la sensación o no le gustaba eso de estar detrás de la barra, sino al otro lado, con un amigo. Me sirvió un café descafeinado con leche que pedí, junto con un bocadillo. Pero antes de que me diera el bocadillo vino una mujer, que entiendo era la mujer de este hombre, e inmediatamente ocupó su puesto detrás de la barra, y me pasó el bocadillo que había pedido. Se le notaba muy puesta en lo que hacía, es decir, yo interpreté que era la que organizaba el asunto y lo llevaba siempre, excepto si se iba a algún recado o a hacer algo que tuviera que hacer. Hablaba de forma muy curiosa y campechana con el parroquiano de la esquina de la entrada. Y se le notaba que dominaba la situación. El marido inmediatamente se puso fuera de la barra y a seguir hablando con su amigo. Por último, y antes de que terminara mi consumición, entró otro parroquiano y se lió a hablar con los otros dos …. ya eran tres y en la conversación intervenía la mujer. Según llegó dijo sin dar ni las buenas tardes, «uno sólo» e inmediatamente se pusieron a hablar de no sé que cosa que habían dicho en la televisión. Hablando de televisión, estaba puesta en un canal, yo creo que autonómico (de Castilla-León). Yo no la podía ver, pero la oía porque estaba muy alta, y ponían una telenovela de esas donde los personajes hablaban muy antiguo, muy desfasado y muy formalmente, como si fueran del siglo XIX, pero cuando fui al servicio, me di cuenta de que estaban vestidos como se viste ahora, por tanto, era solo el lenguaje el que pertenecía al siglo XIX o principios del XX. Me resultó muy curiosa la experiencia del bar de carretera. Por cierto estaba en la salida del Bierzo hacia Galicia.

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8 comentarios en «Viajes»

  1. Es muy normal que en los bares y tascas del país la mayoría de los parroquianos sean masculinos. Pueden estar en la barra, solos o hablando con otros, o bien sentados jugando una partidita …. lo extraño es ver mujeres, excepto si son turistas, en cuyo caso todos miran directa o indirectamente para la turista, vaya o no acompañada. Mi hija, que también es muy observadora, me contaba una vez que estuve en Barrantes y le pasó eso, que todos los que estaban en el bar eran hombres y ella la única mujer que consumía, porque hasta en la barra los que estaban eran hombres, y después decimos que no somos machistas, ….. Todo esto me recuerda los países árabes …. por algo será.

  2. Y todo esto de los bares tiene mucho que ver con la «no-innovación», porque evitamos en la intercomunicación, la riqueza de la comunicación con lo diferente, en este caso, con las mujeres. La comunicación en los bares suele ser muy «en-tacada» y pobre, entre otras cosas porque no hay mujeres. Sabemos que cuando llega una mujer a un grupo de hombres, estos mejoran sus comportamientos e intentan hablar -sepan o no- de manera más formal y sin tantos juramentos y tacos.

  3. No cabe duda que un bar no es el sitio más adecuado para reflexionar, …. normalmente muy ruidoso, con todo el mundo hablando al mismo tiempo, de manera tal vez catalogable de histérica o desabrida. Yo, aún en bares como El Comercial de la plaza de Bilbao en Madrid, me cuesta concentrarme …. tal vez soy un poco rarillo. Hay, sin embargo, mucha gente que hasta escribe en los bares, y hay un anuncio de no se qué teleco que hacía gracias con el tema de que el cliente no se iba de la mesa, una vez abierto su portátil.

  4. La verdad es que a mi no me gustan mucho los bares ni los sitios de copas …. supongo que se nota. Lo cierto es que no encuentro placer en beber pegado a la barra o escuchando los chillidos de mucha gente que habla al mismo tiempo. No es mi terreno. No va con mi forma de ser y de vivir ….. y en eso también soy un tipo raro en este país de bares. Creo que la cifra de bares es alucinante.

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