Los traslados obligados son algo estupendo y te permiten sanear todas aquellas cosas que en su momento habías pensado que eran valiosísimas o pudieran serlo alguna vez. He hecho un traslado de unas veinticinco cajas … bien repletitas …… Hasta ahora he mirado aproximadamente la mitad y he tirado ya el equivalente a diez cajas, es decir, sólo dos cajas me han servido para continuar. Guardamos demasiado. Y nos olvidamos de rehacer nuestros inventarios de cosas, la mayoría de ellas inútiles.
Cuando me separé disponía de una biblioteca de cerca de seis mil volúmenes. Elegí menos de un diez por ciento, aquellos que eran esenciales. Pronto fuí forjándome una nueva biblioteca, que nunca he saneado. Es una pena, porque ahora reposan en mi garage más de cinco mil libros «empantanados», sin mayor o menor utilidad. Espero con ansiedad mi traslado a otra vivienda para tener la oportunidad de desprenderme de todo eso, solo es un bagaje ya inútil. He pensado, como otros piensan, que podría interesar a centros de documentación, pero me he dado cuenta de que están realmente rebasados y que tampoco les serían en su gran mayoría de mucha utilidad. Resultado: esperar un traslado de casa. Espero que sea posible en dos años. De todas formas, ahora no me molestan, ocupan buena parte de las paredes del sótano y sólo dos veces en estos últimos años, me he acercado a recuperar algún libro despistado.
Tenía razón el poeta cuando decía lo de ir «ligeros de equipaje».
«Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar»
(«Retrato» en «Campos de Castilla» de Antonio Machado)