Después de ….. la Toscana, de la Emilia-Romagna, de los etruscos y de la innovación en Italia ….. después de todo eso ….. encontré algunas cosas reseñables: por ejemplo, el largo de Carpi …. una maravilla de largueza, de tranquilidad, de conjunción, ….. inolvidable; el arpa medievo-francesa de San Gimignano, su sonido inacabable, acompañado de una bella voz de soprano, encima de la muralla; la campiña de la Emilia-Romagna, ese verdor de los dominios del Poó, a veces, casi estremecedor; el orden hexagonal de Bologna, y su Caffe dei Rosso, una trattoria con color e ideología, donde pude degustar los tortelloni y los tortellini; los brotes de «carballo» en las colinas de Zola de Pedrosa; la meridiana y el péndulo de foucault del duomo boloñese; los mercados de viejo los domingos por todas las plazas; el ponte vecchio, siempre el ponte vecchio y sus joyeros; San Miniato al Monte y la belleza de su sinteticidad; el duomo de Siena: el pavimento de Sócrates y la copia romana de las tres gracias; la plaza de «il palio», extraordinaria su geometría; y más …. mucho más. Me sorprendieron pequeñas cosas, cosas que no había reparado en ellas, o que «emanaron» del paisaje. Maravillosa la campiña …… más en la Emilia que en la Toscana. Y las frutas y verduras, la riqueza de ese campo, su largueza, reflejada tan bien en los mercadillos estables de frutas y verduras, mezcladas con paninos, colombas, mortadelas y tortellonis. Mucho color, resaltado por el buen tiempo.

Me atraía la idea de la emilia-romagna, de ese gran empujón innovador que sustituye al industrialismo del norte, y los transforma en una fusión de manufacturas flexibles, clientes y nuevas aventuras tecnológicas, en gran medida vinculadas a los saberes universitarios. Lo había imaginado como un mundo plenamente intensivo de agricultura, y me sorprendió porque todavía lo es más que lo que yo imaginaba; lo había imaginado como un mundo reordinado, reorientado, bien calibrado, integrando ciudad y campo, y así se me presentó; lo había imaginado como una «prolongación de la etruria», y así era. Ha reforzado mi idea de que la agricultura intensiva genera condiciones estructurales para procesos innovadores. Se pueden aprovechar o no, pero están ahí. Una agricultura regada e intensiva como la del Poo, es similar a la que pueden presentar los grandes valles del Indo, del Ganges o del Yang-Tsé, o el mismo valle de Santa Clara, o la campiña inglesa en torno a Cambridge. La capacidad de imaginación y de aventura de aquellos que han nacido y vivido en esos espacios, y los han vivido intensamente, es muy amplia, y sus posibilidades estructurales de generar espacios innovadores de forma espontánea son más fáciles. Esa es mi hipótesis. De ahí derivo que allí donde se den esas condiciones y no se hayan producido todavía intensamente procesos innovadores, es fácil provocarlos. Etruria ya era agricultura intensiva; y por tanto, esa demografía densa, hace casi tres mil años. A la gente les gustaba -y mucho- comer, disfrutaban comiendo, y valoraban aquellas personas que «cargaban kilos», vamos que les gustaban los y las llenitos/as. Ya disfrutaban de la riqueza natural de una agricultura intensiva, llena de colores, llena de posibles combinaciones, de generar espacios transversales, espacios heterogéneos, pero con una base homogénea mínima.

En ese sentido, me ha gustado allegarme a la Emilia-Romagna, y también a la Toscana. La primera me ha mostrado la organización necesaria del color; la segunda, una cierta decadencia, propia de las culturas de la vid y el olivo. Una decadencia bella, singular, pero decadencia. Unos, los toscanos, más asentados; otros, los romagnenses más innovadores. Eso es lo que concluyo de lo que he visto. Seguro que se me ocurrirá alguna cosa más otro día.

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